INTELECTUALES

Los intelectuales que no trinan

A pesar de su popularidad y de que allí muchos debaten temas de actualidad, algunos escritores, artistas, pensadores y académicos decidieron no tener cuenta de Twitter. ¿Por qué?

16 de junio de 2018
Los líderes de opinión hablan sobre Twitter.

Pocos meses antes de morir, Umberto Eco, escritor, filósofo y uno de los intelectuales más respetados del mundo, se quejó en público de las redes sociales: “Les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes solo hablaban en el bar, sin dañar a la comunidad, después de tomarse una copa de vino –dijo luego de recibir un honoris causa en comunicación y medios en la Universidad de Turín–. Ellos inmediatamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio nobel. Es la invasión de los idiotas”.

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A pesar de ser un tuitero activo, el escritor español Arturo Pérez-Reverte dijo algo similar en mayo del año pasado durante una entrevista con el diario La Nación, de Buenos Aires: “Las redes son formidables, pero están llenas de analfabetos, gente con ideología pero sin biblioteca, y pocos jerarquizan. Dan igual valor a una feminista de barricada que a un premio nobel”. Unos meses después el turno fue para la ensayista y novelista Zaddie Smith: “Estar en las redes amenazaría mi escritura. Estar fuera de ellas me da el derecho a estar equivocada”.

Parece común. Aunque son populares entre el público y algunos piensan que “quien no está en las redes sociales, no existe”, muchos pensadores, filósofos y escritores las critican abiertamente y se enfocan especialmente en Twitter. Esgrimen muchas razones: que es superficial, que no permite un debate profundo, que se ha convertido en un basurero lleno de insultos y de agresividad, que saca lo peor de los seres humanos. Tanto es así que algunos optaron por no abrir una cuenta en esa red social, como los filósofos Gilles Lipovetsky o Jürgen Habermas.

Lo cierto es que a pesar de haber cambiado muchas dinámicas informativas, sociales y políticas, Twitter aún genera resistencias. El término intelectual surgió a finales del siglo XIX en Francia, cuando Émile Zola y otros pensadores se opusieron a la injusta condena por traición contra Alfred Dreyfus, un militar francés de origen judío. A pesar de las pruebas que lo absolvían, la corte (basada en un gran apoyo popular) decidió condenarlo por motivos racistas. Los nacionalistas quisieron burlarse de sus defensores con la palabra ‘intelectual’, pero la expresión trascendió y hoy sirve para hablar de personas dedicadas a las letras, la reflexión o a la academia, que van contra la corriente y que con sus palabras ponen a pensar a muchos.

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Y varios de quienes se dedican a reflexionar y a proponer debates sobre la realidad y los fenómenos actuales le rehúyen a una red donde las personas del común discuten todo tipo de temas y problemas.

Colombia no es ajena a ese fenómeno. A pesar de que muchos escritores, académicos y pensadores usan esa red social y son muy activos, otros prefieren no abrir esa puerta. Antonio Caballero, escritor y columnista de SEMANA, dice por ejemplo que no las usa por una razón práctica: “No quiero que me interrumpan permanentemente. Ya lo hacen lo suficiente por el teléfono y por el correo electrónico, no me imagino con redes”. Otros, como Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica e investigador del conflicto armado, tienen motivos de fondo. “Este país –dice él– vive en turbulencia permanente y estas redes propician una gritería que angustia a todos los pasajeros de esta nave llamada Colombia. Con todo, sé que cumplen también tareas informativas y de divulgación, pero predomina la gritería”. A muchos, por otro lado, no les gusta especialmente Twitter y su esencia. A Erna von der Walde Uribe, filósofa y escritora, le disgusta lo efímero de los mensajes en esa red social: “Siento que hay menos diálogo y que la gente solo busca la sentencia perfecta o más precisa, lo que no va conmigo”.

Varios de los intelectuales y académicos colombianos que no usan Twitter coinciden en criticar su brevedad, la falta de reflexión y el poco espacio para argumentar. Algunos, de hecho, prefieren Facebook, ya sea para compartir proyectos y hablar de temas profesionales o para publicar sus reflexiones. Dicen que es una red más abierta, que permite publicar textos más pensados y trabajados, así como exponer más argumentos. Otros, en cambio, optan por la desconexión total debido, sobre todo, a cuestiones de tiempo. “Uno puede perder muchas horas leyendo las opiniones de tanta gente y un montón de chismes”, dice María Gamboa, cineasta colombiana, directora de Mateo (2014).

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Y aunque muchos de los intelectuales consultados están de acuerdo con que, en general, las redes abrieron un espacio para que la gente se exprese en libertad, lo cual es bueno, también creen que en algunos casos se abusa de esa libertad. “Algunas personas allí se consideran con el derecho de ofender y de insultar, como si insultar fuera la base de la democracia”, explica Moisés Wasserman, exrector de la Universidad Nacional, muy activo en Twitter. A esa agresividad se suma la actitud de muchos tuiteros que no tienen la disposición de debatir, sino de imponer sus puntos de vista. Eso genera un ambiente violento que se nota, sobre todo, cuando hay matoneo masivo –y agresivo– contra quien comete un error o expresa un punto de vista contrario al de la mayoría. Hace poco, por ejemplo, Paulina Vega tuvo que cerrar temporalmente su cuenta por los insultos que recibió cuando publicó que votaría por Iván Duque. Además de todo eso, están las noticias falsas y los bots (como llaman a las cuentas falsas creadas para propagar mensajes políticos o comerciales).

Otros, por el contrario, creen que en medio de la agresividad y lo efímero, Twitter da un buen espacio para el debate y la reflexión. “Es realmente una democratización de la expresión –asegura Wasserman–.Da una oportunidad para que las personas se expresen. Antes, tal vez, hablaban en su casa, pero no podían hacerlo ante nadie más”. Además, las discusiones violentas no dependen necesariamente del medio, sino de las personas que debaten o intervienen. En ese sentido, así como la red social puede servir para propagar mentiras o mensajes de odio, también puede ayudar a comunicar ideas y a desarrollar una mirada crítica.

De hecho, Nicolás Morales, director de la editorial de la Universidad Javeriana, columnista de Arcadia y quien no usa cuenta de Twitter, dice que esa red social se ha revalorado en el mundo académico: “Antes era considerada como superflua, pero se descubrió que es un gran potenciador de conocimiento e investigación. Muchos proyectos de investigación son financiados porque los conocen a través de Twitter o porque esa red les permite llegar tanto a públicos grandes como a especializados”. Por eso, así como hay intelectuales que no abren cuentas de Twitter, la mayoría sí le dieron una oportunidad y suelen ser muy activos. A nivel mundial están el pensador estadounidense Francis Fukuyama o el filósofo español Fernando Savater. En Colombia, académicos como Salomón Kalmanovitz o Alfredo Molano. Sin embargo, no están exentos de polémicas, como la que vivió el escritor Héctor Abad Faciolince cuando criticó a Gustavo Petro.

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Pero más allá de esos problemas puntuales, es positivo que en épocas de polarización, nacionalismos, noticias falsas y tuits de personas como Donald Trump, personas más reflexivas se tomen las redes. “Muchos están comprometidos con contrarrestar las noticias falsas, la información que no tiene fuentes y con hacer preguntas más allá de lo evidente, y eso está bien”, cuenta la curadora Cristina Lleras, quien tampoco usa esa red social. Y es que sin importar el medio, la labor de los intelectuales sigue siendo la misma: mirar más allá, señalar cosas que los demás no ven y poner a pensar o a reflexionar a la gente. Solo que algunos prefieren no hacerlo en Twitter.

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