ARTE
La insondable selva en las ilustraciones de una guerrillera de las FARC
La artista está exponiendo en el gran salón de Corferias su serie ‘Desenterrando memorias’, un viaje por la historia del conflicto armado contada por décadas
En uno de los pabellones del gran salón de Corferias hay una exposición de ilustraciones de medio formato hecha con lápices de colores. Las obras, con un color predominante en cada una, forman una unidad que cuenta varios capítulos del conflicto armado, capítulos que han sido pintados por una mano guerrillera. Seguro la sangre, la crítica a los medios de comunicación, los guerrilleros y militares en combate; o la diversidad de la naturaleza y la población colombiana hacen especial la serie “Desenterrando memorias”.
Aunque parecía imposible, Malena, la autora de las ilustraciones, buscó todos los medios para poder estudiar algo que ella quisiera, no lo que le impusieran. En mente tenía pensado estudiar artes plásticas, diseño gráfico o biología. Pero su padre siempre intentó convencerla de entrar a la facultad de derecho. La pasión le ganó a la imposición.
Su padre trabajaba en una empresa instalando vallas publicitarias, y por este trabajo sus hijos podían recibir el apoyo económico para estudiar diseño gráfico. Claro, a cambio de que después trabajaran en esa misma empresa. A Malena no se le agotó la convicción de querer estudiar lo que le gustaba.
Y cuando la revolución empezaba a metérsele en la cabeza dejó a un lado su universidad y comenzó a asistir las clases de la Universidad de Antioquia, colada pero con ánimos, por recomendación de sus amigos.
Fue el historiador Juvenal Herrera quien le contó lo que nadie más le había dicho sobre la ‘lucha revolucionaria’. Entonces, convencida de que quería cambiar algo, empacó en una maleta pinturas, pinceles y algunas prendas. Lo necesario para llegar a una vereda para enseñarles pintura a los niños de allá.
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“Cuando estaba en Cartagena me invitaron a un campamento para hacer unos talleres de pintura, cerca de la Serranía del Perijá”, recuerda Malena. En la selva sus pies de citadina soportaban con dolor el ritmo de la marcha, y el ritmo de la marcha le hizo olvidar la noción del tiempo. Ya no recordaba cuanto llevaba ‘echando pata’. Por el camino fue descubriendo las recién nacidas veredas, producto del desplazamiento de campesinos que huían de sus tierras por la violencia y que no tenían otra opción que tumbar montaña para hacer allí un hogar.
“Me di cuenta que desconocía el campo colombiano”.
Antes de irse a vivir a la vereda Santa Helena estuvo viviendo en la casa de un amigo en la comuna 13 de Medellín. Una noche salió tarde de su clase de historia del arte y antes de levantar el brazo para detener el bus con destino al sector San Javier una señora la detuvo.
- Usted ni loca se puede ir para allá – le dijo
- ¿por qué?
- Porque hay una matazón tremenda por allá.
Cambió de planes. Tomó el bus con destino a la casa de su abuela.
Madrugó para ir a la comuna 13, y cuando llegó lo primero que encontró fue a la mamá de su amigo llorando en la mitad de la calle. Que habían escogido a un poco de gente a dedo, con lista en mano, para desaparecerlos.
“Me acuerdo de algo horrible cuando hice el trabajo con los niños de la comuna 13”. Ninguno de los niños que se encontraban en ese taller sabía cómo combinar los colores, pero con paciencia “aprendieron a descubrir la magia de que el azul con el amarillo da verde”. Vio que cada trazo iba componiendo un dibujo de la vida de aquellos niños. Casas, vacas, flores y frutos pintaban los niños de las veredas. Pero en el caso de los niños de la comuna 13 aparecía un policía disparándole a un niño o la muerte de mamá y papá.
Un amigo suyo de confianza la convenció de visitar un campamento de las Farc, Malena fue con la idea de que se devolvería unos días después.
Pero recordó aquellos colectivos en Medellín con los que intentó sacar a adelante proyectos artísticos y que solo terminaban en fiesta y ocio. Y cuando veía que un colectivo no funcionaba volvía a empezar, a buscar a la gente, a planear proyectos, a dejarlos a medias y luego volver a buscar gente para empezar el siguiente proyecto.
El campo, dice, siempre fue una opción.
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Caminar sobre cemento y ladrillo es una cosa, marchar por la selva es otra. Caía mucho caminando. Los guerrilleros se daban cuenta que Malena es de ciudad. “Veía a una muchacha muy bella llegar al campamento con una olla y un equipaje inmenso, me dije que si ella podía yo también”.
- Bueno, a usted ya le toca irse – le decían varios guerrilleros.
- Pero es que yo no me quiero ir, yo me quiero quedar…
Le siguieron insistiendo todos los días, que tenía que irse, pero Malena siempre daba la misma respuesta: que definitivamente se quería quedar.
Cuando le aceptaron el ingreso a las Farc el paso siguiente sería despojarse de su pantalón y su camiseta para reemplazarlos por un uniforme camuflado, luego olvidarse de su nombre Malena y rebautizarse.
Cuando enseñaba pintura en las veredas, en realidad más dibujar con los niños que una clase de pintura, recordó que un niño siempre la llamaba Inty “Me preguntaba por qué me decía así, pero busqué y me di cuenta que Inty significa ‘Sol’ en quechua”. Así empezó a firmar sus dibujos, incluso antes de su ingreso a las Farc.
Ya en el campamento, con el uniforme puesto, Iván Márquez la molestaba diciéndole Maleywa en lugar de Malena. Nunca le preguntó la razón.
- Mire Maleywa, este es un libro para usted – le dijo Márquez.
“Me di cuenta que Maleywa en wayuu significa ‘la que genera vida’". Entonces surgió la idea de unir ambas palabras para formar su nuevo nombre: Inty Maleywa.
Su rutina durante 14 años de vida guerrillera consistió siempre en levantarse a las 4 de la mañana, tomar el tinto, hojear algún libro, probablemente poemas de Manuel Herrera o biografías, y luego asistir a las horas de estudio.
En cada marcha llevaba su bloc en la mano, junto con un lápiz, para dibujar todo lo que fuera viendo: un pájaro, algún árbol o un prominente paisaje. “Mis compañeros se dieron cuenta de mi pasión por coleccionar mis dibujos”, dice Inty Maleywa.
“Nunca viví un combate”
Solo después de un año de haber empezado a portar el uniforme fue cuando le dieron su primer fusil. Un AK47. Pero antes tuvo que coger leña y hacha para armar el ‘fusil de palo’, ese juguete de madera que los guerrilleros fabrican durante el curso básico y con el que aprenden que nunca se debe abandonar. Porque en la guerra el fusil es la vida.
Inty nunca vivió un combate. Estuvo cerca de ellos, y la operación siempre fue la misma: coger todas las pertenencias en una bolsa de tela y echar pata para instalar el campamento en otro lugar. En pocas palabras, siempre le tocó evacuar. Luego de varios días de marcha encontraban algún lugar donde volver a poner las cosas: la biblioteca, la sala de estudio y las caletas - no donde escondían miles de billetes - sino donde dormían los guerrilleros. Era como trasladar la casa muchas veces, cada vez que había un combate o un bombardeo cerca.
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“Fue para los 50 años de las Farc que mis compañeros me propusieron hacer algo desde la pintura”, recuerda Inty.
Cada día la jornada de pintura transcurrió bajo un tranquilo ambiente con el sonido del río, los pájaros y el follaje de los árboles acompañándola. Ahí, en la selva, Inty se dedicó a estudiar con paciencia la historia de las Farc, pero también le dio una oportunidad para expresar desde el color temas como el ‘Legado’, la octava ilustración de la serie en la que dos enormes manos entrelazan sus dedos. Una reflexión sobre qué planeta le va a quedar a las nuevas generaciones. Pero también está LA crítica fuerte que ha caracterizado muchas veces al arte, como en ‘La unión de las memorias II’, que hace un diálogo con las figuras del campesino, indígena, estudiante y obrero que unen fuerzas para luchar por sus derechos y cambiar la historia.
El trabajo no empieza en los años sesenta. Inty tuvo que hacer una retrospectiva que va más allá de la fundación del movimiento guerrillero. A pesar de que la excusa para pintar ‘Desenterrando memorias’ sea precisamente el cumpleaños de las Farc.
Ahora Inty se le ve feliz caminando por los pabellones de Corferias, cerca de sus ilustraciones. Todavía se le dificultan algunas cosas en su proceso de adaptarse a su ciudad, después de 14 años en la selva, no le entra en la cabeza que tenga que pagar por el agua. El único recuerdo de su fusil es un dibujo, el de verdad está en manos de la ONU.
Inty dice que no quiere dejar a un lado la lucha social, ahora quiere denunciar desde sus dibujos. Como cuando tres hermanos de la comunidad kogui salieron espantados porque se acercaba un avión para fumigar la zona. Ese día murió el mayor, según Inty, el más inteligente de los tres, y con él murieron luego los perezosos, los pájaros y los loros. Por eso es que Inty denuncia gritando.