ENTREVISTA

"Prohibir las drogas ha sido la mayor locura de la historia"

Wade Davis, la persona que más sabe en Occidente sobre las plantas del Amazonas, incluidas las alucinógenas, habló con SEMANA sobre el problema de las drogas, el futuro de la selva amazónica y el consumo de yagé.

4 de diciembre de 2010
Más de 400 personas se quedaron por fuera de la conferencia que dio el etnobotánico canadiense Wade Davis la semana pasada en el Parque Explora en Medellín. En La Universidad de La Salle, en Bogotá, las colas daban vuelta a la manzana.

En un país en el que la ciencia y los científicos viven relegados a un segundo plano, sorprende que un etnobotánico sea el autor de un libro con más de 6.000 ejemplares vendidos (en Colombia, cualquier obra que llegue a los 5.000 ya es considerada un éxito editorial). Se trata del canadiense Wade Davis y el libro es El río, una biografía de Richard Evans Schultes, una de las primeras personas que vieron al Amazonas como una fuente de conocimiento y no de riqueza.

Davis estuvo en Bogotá, invitado al cierre de la semana de la biodiversidad, evento para llamar la atención sobre el ritmo acelerado con el que el planeta está perdiendo su biodiversidad. Pasó por Medellín y Bogotá y, como ya es costumbre cada vez que viene, en ambas ciudades los auditorios de sus conferencias registraron lleno total.

SEMANA: ¿Cuál fue el gran legado de Richard Evans Schultes?

Wade Davis:
Schultes fue un gran botánico, descubrió especies y fue el primero en hablar de lo importante que es preservar la selva húmeda del Amazonas. Pero su gran contribución fue reconocer que los chamanes indios eran sus pares, que sabían más de las plantas de lo que él jamás podría llegar a saber. Hay lugares en el Amazonas en el que él es casi una leyenda solo por haber sido decente y bueno. Su verdadero legado fue reconocer que los habitantes del Amazonas eran sus maestros.

SEMANA: ¿Qué opina del consumo cada vez más frecuente del yagé en las ciudades?

W.D.:
No estoy en una posición para decir quién o cómo deba usar el yagé. Me parece interesante lo que ha despertado en las ciudades, casi un culto. Veo ahí una búsqueda espiritual de muchas personas que viven en el mundo industrializado. Yo siempre he visto al yagé como un sacramento muy poderoso para las comunidades del Amazonas. No me interesaría tomar yagé en una fiesta en Bogotá.

SEMANA: Usted, que ha investigado la hoja de coca y los usos que se le puede dar, ¿cómo ve la guerra contra las drogas?

W.D.:
Como el acto de locura humana más grande de la historia. Deberían legalizarlas. Debo decir que comparar coca con cocaína es como comparar la fruta de un durazno con el veneno que se encuentra en su semilla. La cocaína es un anestésico muy útil. Creo que no hay tal cosa como drogas buenas y malas, sino buenas y malas formas de usarlas.

SEMANA: ¿Por qué un "acto de locura"?

W.D.:
Me refiero a los 30.000 millones de dólares que todos los años se gasta Estados Unidos en esta guerra mientras aumenta cada vez más el consumo. Y es que jamás me he encontrado con alguien cuya decisión de consumir o no haya tenido que ver con que se trate de sustancias ilegales. Sospecho que si las drogas fueran legalizadas, el aumento en el consumo sería mínimo. Cualesquiera que sean los riesgos de la legalización, estos terminan siendo triviales si se comparan con las consecuencias de la prohibición. Esta ha creado hábitos de consumo en Europa y Estados Unidos que han destruido la democracia colombiana, una de las más fuertes y admirables de América Latina. Ha llevado a que en California se gaste más plata en cárceles que en universidades.

SEMANA: ¿Qué hacer mientras se legaliza?

W.D.:
Todos los que consumen cocaína en el mundo deberían saber que cada vez que lo hacen están fomentando la violencia en Colombia, están matando a un indígena y destruyendo la selva. No estoy en contra del uso de la cocaína por razones morales, ¡solo es que su consumo hoy tiene unas implicaciones tan perversas! Colombia merece algo mejor.

SEMANA: ¿Qué les responde a los que sostienen que hay que tumbar selva para sembrar comida pues no hay otra alternativa?

W.D.:
Es solo una excusa. La verdad es que si cultiváramos solo las tierras que ya fueron intervenidas por el hombre, podríamos alimentar a toda la población mundial. Hay estudios que lo demuestran. La salida es encontrar formas más racionales de cultivar comida y en la tierra que ya fue intervenida, que es mucha. Si seguimos tumbando monte como solución, este pronto se va a acabar.

SEMANA: Se dice que las plantas del Amazonas son fuente de innumerables medicinas que los laboratorios quieren patentar. ¿Es cierto?

W.D.:
Por años, siempre hemos dicho "hay que salvar el Amazonas por el potencial medicinal de las plantas que alberga". Y sí. Claro que hay potencial. Pero si uno mira cómo funciona hoy la búsqueda de medicinas, encontrará que no son muchas las drogas que vienen de productos naturales. Creo que el mostrar la selva como fuente de medicinas ha hecho mucho daño. Ni siquiera los botánicos colombianos están hoy autorizados para enviar especies de plantas del Amazonas a instituciones del exterior para que las identifiquen.

SEMANA: ¿Entonces no hay amenaza?

W.D.:
Ocurre que los burócratas en Colombia dicen: "Los gringos están juntando toda esa plata para llevarse nuestra riqueza natural; hay que detenerlos". Lo que nadie dijo es que esa suma es ínfima frente a los dos billones de dólares que se gastan anualmente buscando medicinas nuevas en el mundo. Todo terminó en que los gobiernos, sobre todo en Suramérica, se pusieron nerviosos y clausuraron todas las oportunidades de investigación. Hoy los botánicos colombianos deben rebuscárselas para conseguir permisos para hacer lo que los botánicos siempre han hecho: estudiar la naturaleza. Eso ha tenido un impacto muy negativo en la ciencia. Ya sabemos de la importancia de la Amazonia para el clima, la hidrología, como un lugar increíblemente bello del planeta. No necesitamos racionalidad económica para lograr su conservación.

SEMANA: Hoy muchas comunidades indígenas son un atractivo turístico, usan trajes y practican rituales solo cuando hay visitantes que pagan por verlos. ¿Se puede evitar esto?

W.D.:
Creo que sí, pero es muy relativo. Todo depende de cómo ocurra. Primero hay que saber ninguna de las culturas indígenas a las que se refiere son frágiles, al contrario, son increíblemente fuertes. No estarían con nosotros si no fueran tan fuertes. Hace poco estuve en Iquitos. En el hotel donde me hospedé organizaron un baile 'folclórico' horrible, ejemplo de lo peor de este problema. Pero al día siguiente, fuimos a Rapa Nui, en la isla de Pascua, donde un conjunto local de niños nos mostraron un baile creado por ellos mismos. Ahora bien, sabemos que la cultura Rapa Nui fue diezmada y llegó a tener menos de 50 personas; evidentemente ninguna tradición de baile perduró. Lo que estos niños estaban haciendo era una reinvención de su cultura y lo estaban haciendo dentro del contexto de un renacimiento de toda la isla. Estos niños formaron su grupo de baile y se imaginaron el baile de sus ancestros. Y claro, uno paga para verlos bailar, pero ¿por qué no debería uno pagar, es una transacción legítima.

SEMANA: ¿Tiene en sus planes una nueva expedición en Colombia?

W.D.:
Sí, claro, siempre busco cualquier excusa para venir a Colombia. Voy a venir el próximo año para trabajar en la película de El río. Amo a Colombia, es un segundo hogar para mí.