CONTROVERSIA

Putin contra el cine

Extremistas ortodoxos y agentes del gobierno ruso han censurado recientemente varias películas. Eso muestra el interés del Kremlin por promover valores nacionalistas, religiosos y antioccidentales.

30 de septiembre de 2017

Aunque han pasado más de 25 años tras la caída de la Unión Soviética, todo parece indicar que el cine sigue despertando sospechas en el gobierno ruso, como en las peores épocas de la nación euroasiática. La prueba más reciente es la detención del cineasta y dramaturgo Kirill Serebrennikov, director del Centro de Teatro Estatal Gógol de Moscú, quien dirigió El discípulo (que actualmente está en cartelera en Colombia). El artista resultó acusado de malversar 68 millones de rublos (algo así como un millón de euros), pues, según la Justicia, no realizó una producción teatral financiada por el Estado. Pero, según fuentes de The New York Times, es evidente que sí lo hizo, pues en las calles y los medios de comunicación hay afiches y reseñas que lo demuestran.

Eso ha llevado a algunos a sospechar que tras la detención hay más que un supuesto fraude fiscal. Oleg Kashin, escritor y periodista político de varios medios en Moscú, dijo a SEMANA que el director es inocente: “Él ha hecho muchísimos espectáculos en su teatro y es imposible estimar exactamente cuánto ha gastado, pero estoy seguro de que costaron mucho dinero”. Por su parte, el colombiano Luis Alfredo Sánchez, quien estudió cine en Moscú y conoce el mundo de la cultura rusa, asegura que a Serebrennikov le están cobrando su nueva película, pues “a pesar de que no atenta contra nada, es una crítica a la sociedad rusa actual, un reflejo de una crisis interna en ese país: Rusia se está volviendo ultraconservadora”.

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El discípulo cuenta la historia de un joven ortodoxo extremista que cuando se enfrenta a sus compañeros laicos cita pasajes bíblicos, ya que los considera pecadores. Nadie se atreve a cuestionar su misticismo religioso, excepto una profesora de biología, que termina despedida de la escuela por defender valores modernos. La crítica literaria Irina Prokhorova, columnista del diario The Moscow Times, dice que “la historia ofrece un paralelo evidente en un país donde las fronteras entre el Estado y la Iglesia son cada vez más borrosas”. El filme ganó el premio François Chalais en el Festival de Cannes este año, y su estreno en Rusia está programado para el 13 de octubre.

La detención de Serebrennikov conmocionó a cineastas y actores de todo el mundo, quienes han hecho declaraciones, escrito cartas abiertas y enviado peticiones de apoyo al director. Incluso, la actriz Cate Blanchett y el realizador Simon McBurney firmaron una de ellas. Pero todo ese respaldo no fue suficiente: la corte de Moscú lo sentenció a permanecer en arresto domiciliario hasta el 19 de octubre, lo que amenaza la libertad de expresión de los artistas, que en su gran mayoría reciben financiación estatal.

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También es un mensaje contundente para que trabajen más alineados con ideologías nacionalistas y religiosas, como argumenta Kashin: “Kirill Serebrennikov fue víctima de una tendencia política muy común. El Estado lo necesitaba hace varios años como un símbolo de la libertad creativa en Rusia, pero ahora Putin necesita nuevos símbolos, más patriotas, más pro-Putin y antioccidentales”.

Lo grave es que este no es el primer intento de intimidar al gremio artístico en Rusia. La comunidad ortodoxa tiene en la mira varias producciones cinematográficas nacionales y extranjeras. Esos activistas, por ejemplo, se han encargado de promover actos violentos contra la distribución de la película Matilda, del director ruso Alexei Uchitel. La cinta cuenta la historia de adulterio que cometió el zar Nicolás II, el último monarca de Rusia, con la bailarina polaca Mathilde Kschessínskaia.

Este largometraje lleva más de un año bajo la lupa porque supuestamente ofende la memoria de Nicolás II, canonizado por la Iglesia ortodoxa. Hasta ahora nadie ha visto la cinta en ese país porque el estreno oficial se aplazó de marzo a octubre cuando las autoridades descubrieron posibles ataques terroristas. Además, hubo amenazas concretas como la de Christian State-Holy Rus, un radical ortodoxo que advirtió que si Matilda se proyecta en los cines de Rusia, estos “iban a arder”.

Para Sánchez, la oposición a la película es paradójica, pues “la censura del filme proviene de los grupos religiosos y políticos que hicieron la Revolución de Octubre contra el zarismo y contra Nicolás II. Esto es una vuelta de la historia”. Además, mientras crecen los actos de intolerancia, Putin se lava las manos y asegura que los artistas deben esforzarse por no molestar a los creyentes.

También polarizó a Rusia la cinta Leviatán, nominada al Óscar a mejor película extranjera en 2015. Su estreno se aplazó tres meses. Cuando por fin salió, habían desaparecido algunos diálogos antigubernamentales. La película denuncia la corrupción política, religiosa y social del gobierno ruso. Y aunque el Ministerio de Cultura de ese país la cofinanció, poco después de su estreno acusó al cineasta de oscurecer la imagen de Rusia para obtener elogios de los occidentales.

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Ese mismo año, la distribuidora Central Partnership, la más grande de ese país, canceló la proyección de El niño 44, aunque permitió vender la película en DVD. La cinta, dirigida por el sueco Daniel Espinosa, cuenta la historia de un asesino en serie de los años cincuenta que se obsesionó con los niños. El Ministerio de Cultura forzó la decisión tras acusarla de “tergiversar hechos históricos” y tras criticarla por retratar de forma negativa a la Unión Soviética.

También este año resultó censurada la serie norteamericana Fargo, una comedia negra basada en el largometraje de los hermanos Coen. El canal de televisión ruso Channel One Series cambió el sentido de un monólogo sobre Putin en dos episodios. También tergiversó el sentido de unas líneas alusivas a los Estados totalitarios.

Y el debate más reciente vino por cuenta de La muerte de Stalin, una sátira del director escocés Armando Iannucci estrenada en el Festival de Cine de Toronto el mes pasado. Críticos del séptimo arte, como Peter Bradshaw de The Guardian, dicen que es una de “las películas del año”, pero en Rusia está en la mira de las autoridades. Un portavoz del Partido Comunista dijo que la cinta es “repugnante”, mientras otro la calificó como “un atentado psicológico”. Varios agentes del Estado hicieron un llamado a censurarla, mientras afirmaban que hace parte de un plan occidental para desestabilizar a su país.

La oleada de vetos, protestas y críticas a estas películas no solo se debe a razones religiosas, sino también políticas. Kashin asegura que “Putin quiere ser el guardián de la tradición y la moral nacional de la sociedad rusa”. Y así, el Kremlin camina hacia un Estado cada vez más arbitrario, pues al tratar de censurar al cine intenta dominar la sociedad al controlar la mente disidente de sus artistas. “Rusia podría estar en riesgo de moverse hacia el totalitarismo –agrega Kashin– y la cultura se ve amenazada”.