MÚSICA

¿Qué está pasando con la salsa en Cali?

Aunque a la ciudad se le conoce como la capital salsera de Colombia, la situación de algunas escuelas de baile amenaza ese sitial de honor. Pero la crisis puede ser una oportunidad.

11 de febrero de 2017
Espectáculos como "delirio", que se Presenta el último viernes de cada mes. | Foto: Estéban Vela La Rotta

Para los miles de jóvenes caleños que sueñan con convertirse en bailarines profesionales de salsa, el salsódromo de la Feria de Cali es el primer gran peldaño. Todos los días, durante seis meses, se encierran en las escuelas a preparar las coreografías con las que esperan asombrar a un jurado que cada año decide quién participa del evento. Solo algunos llegan al desfile que cada 25 de diciembre reúne a los caleños al mejor estilo del sambódromo del Carnaval de Río de Janeiro.

Pero la última edición dejó un sabor agridulce. Muchas voces se quejaron de algunos problemas de logística (como baches en medio del recorrido) y, especialmente, de la evidente fatiga de algunos de los bailarines en la última parte del camino, que por primera vez fue de 2 kilómetros (normalmente era de 1).

El tema generó muchos comentarios que no parecían nada serios hasta que la ministra de Cultura, Mariana Garcés, lo abordó en el diario El País, de Cali: “Me preocupa lo que está pasando con el sector de la salsa en Cali, porque en este fin de año algunas personas me han expresado su inquietud por el cierre de varias escuelas de bailarines. En la Bienal de Danza de 2015 un censo nos arrojó la existencia de 56 escuelas de salsa en Cali. Pero me cuentan que 20 han cerrado (…) Eso se tiene que ver reflejado en la calidad de ese gran espectáculo”.

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Sus declaraciones armaron polémica pues la salsa forma parte de la vida diaria de los caleños y mueve sectores como el turismo, el entretenimiento y la cultura. Y desde la Secretaría de Cultura de Cali respondieron que hay 130 escuelas según cálculos de la Alcaldía y de Asobasalsa, la asociación de bailarines más grande de la ciudad, pero aceptaron que algunas sí atraviesan por graves problemas.

Las escuelas, consideradas patrimonio cultural de la ciudad, son claves para el desarrollo de la salsa. No solo son el semillero de los bailarines que participan en los espectáculos y que viajan por el mundo como embajadores del país, sino que en muchos casos cumplen una labor social. Mientras las más grandes se dedican a preparar bailarines profesionales para eventos como el salsódromo o el Mundial de Salsa, las otras (la mayoría) reclutan niños en los barrios marginales de la ciudad. “Estas son las que les enseñan a bailar, las que los alejan de las drogas y la violencia, las que les muestran otro camino y ocupan su tiempo libre”, explica Diceidi Ballesteros, directora de Fedesalsa, otra de las organizaciones que agrupan a los bailarines.

El problema es que muchas de estas pequeñas escuelas sobreviven a duras penas. En el papel todas les cobran mensualidades a los alumnos (que pueden ir desde 12.000 hasta 100.000 pesos), pero como la mayoría no tienen con qué pagar los aceptan gratuitamente. El costo de los instructores, el arriendo del espacio, el pago de servicios públicos y la compra de los implementos muchas veces ahogan a los directores, que tienen que acudir a créditos con los bancos para no desaparecer.

Las escuelas más grandes enfrentan otro problema que, paradójicamente, tiene que ver con la calidad de su trabajo. Desde 2012 muchos bailarines han sido reclutados para participar en giras que duran seis meses (o incluso un año) por países como China, Turquía o Rusia. Y aunque esa es una buena noticia para ellos, que viajan por el mundo y reciben muchos más ingresos que en Cali, las escuelas han tenido que enfrentar la reducción de sus nóminas.

Edwin Chica, director de la Academia Salsa Viva y Tango Vivo, dice que esto se ha notado en espacios como el salsódromo: “Nosotros tratamos de no desarticular los grupos base de bailarines y programamos quién se va cada temporada. Pero hay escuelas más pequeñas que no han podido enfrentarlo. Algunas han desaparecido y otras se han fusionado entre sí”.

Aunque de diez años para acá vienen creciendo los esfuerzos para que la salsa sea un atractivo turístico de Cali, al parecer los espacios salseros en la ciudad aún son pequeños para la cantidad de bailarines que existen (alrededor de 10.200 según los cálculos de los expertos). Espectáculos como Delirio, Ensálsate o El mulato cabaret –una opción para que los caleños y los turistas disfruten todo el año de la salsa y no esperen a la Feria de Cali o el Mundial de Salsa– han sido de gran ayuda, pero no alcanzan a cubrir a todos los bailarines ni a todas las escuelas.

En el sector ya están trabajando para solucionar esos problemas. El 20 de enero, el Ministerio de Cultura convocó una reunión con la Alcaldía, la Gobernación y las asociaciones de escuelas y bailarines, y allí crearon una mesa que se reunirá cada mes para hacerle seguimiento a la situación. De ese espacio ya surgió la primera tarea concreta, que es caracterizar a las escuelas. Más adelante se dedicarán a analizar propuestas y a implementar soluciones.

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Las escuelas están pensando en un modelo en el que el Estado patrocine becas para algunos alumnos, mientras que la Alcaldía evalúa varias estrategias como pagar el salario de algunos instructores o clasificar a las escuelas en tres categorías para establecer una serie de apoyos, no necesariamente económicos.

Muchos creen que también hay que fortalecer los espectáculos de salsa de la ciudad y crear nuevos espacios para aprovechar el talento de los bailarines. Pero Andrea Buenaventura, directora artística de Delirio, dice que debe ser un proceso paulatino: “Primero hay que garantizarles seguridad social a los bailarines y fortalecer las escuelas. Luego sí pensar en generar nuevos mercados. Hay mucho por hacer, la salsa lleva en Cali 50 años y es un sector joven, culturalmente hablando”.

Además los bailarines son solo una parte del mundo de la salsa en Cali. De allí también hacen parte las orquestas, los melómanos, los dueños de locales y discotecas, los investigadores sobre temas de salsa, los coleccionistas y, evidentemente, el público. Y a pesar de la llegada de nuevos ritmos como el reguetón, los caleños siguen prefiriendo la salsa: las discotecas se llenan, los mejores salseros del mundo visitan la ciudad, los museos crecen, como el de Jairo Varela, y cada vez más turistas llegan en busca de cursos de baile.

Y aunque la polémica con las escuelas ha hecho que otros miembros de la comunidad salsera levanten la voz para pedir puesto en la mesa –los intérpretes, por ejemplo, consideran que ellos también necesitan espacios para dar a conocer las nuevas orquestas locales–, en términos generales la salsa no está en riesgo.

Como explica Luz Adriana Betancourth, secretaria de Cultura de Cali, “en la ciudad hay mucho talento y calidad. Al último mundial vinieron jurados de Atlanta, México y San Juan, y se dieron presentaciones sobresalientes, muy comentadas”.

Por eso muchos piensan que el problema actual es la oportunidad perfecta para corregir situaciones puntuales y darle a la ciudad un impulso. Para que nadie tenga duda alguna del calificativo de Capital Mundial de la Salsa. n

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