In Memoriam
Quino y Mafalda: ‘influencers’ y militantes globales antes de internet
Padre de una inigualable, Quino agitó conciencias y generó reflexiones sobre el ser humano del siglo XX, pero que hoy son más aplicables que nunca. Mordaz, idealista, inteligente y crudo, inspiró a legiones de artistas e impactó generaciones muy distintas.
“La pluma es más poderosa que la espada”, dijo el autor inglés Edward Bulwer-Lytton. Quino, el humorista gráfico más importante de Latinoamérica y uno de los mejores de la historia, extendió esa afirmación al lápiz y a la historieta. El mendocino, nacido en 1932 y fallecido el miércoles, hizo estos dos elementos más fuertes que la censura y la estrechez de perspectiva por más de seis décadas de actividad. Para probarlo quedan miles de trabajos y su hija gráfica, la niña más influyente del continente: Mafalda.
Sus narraciones visuales causan un impacto inmediato y luego un silencio. Primero viene un estallido corto pero incontenible de risa y luego un silencio. Porque Quino también era profundamente desgarrador y en esa intersección de comedia ácida se movía como ninguno.
Su tono, que le exige al espectador completar el cuento porque no siempre es obvio, le permitió tocar temas complicados y filosóficos incluso en tiempos difíciles para la libertad de expresión. En sus palabras, trató de “hacer humor político con problemas intemporales, de los que subsisten siempre, lamentablemente”. Más que subsistir, esas problemáticas que dilucidó parecen acentuarse con los años y le otorgan un carácter visionario. “Como los problemas del mundo no han variado mucho creo que eso hace también que el personaje siga tan vigente, porque lo que dibujé hace 30 o 40 años todavía vale para hoy”, sobre su creación más famosa.
A los 18 años, Quino publicó su primera viñeta en Buenos Aires y a los 30 dio luz a Mafalda, concebida por encargo para una publicidad de electrodomésticos Mansfield en 1963.
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Mafalda: La militante de todos
Era hijo de padres andaluces y republicanos y vivía en contacto con una abuela prácticamente comunista que le peleaba por su gusto por The Beatles y Bing Crosby. Quino canalizó muchos años después su infancia politizada mediante Mafalda y su universo.
Ella, sus padres, su hermanito Guille, Felipe, Susanita, Miguelito, Manolito, Libertad y otros personajes incidentales le sirvieron para abordar debates y causas sociales, posturas económicas, el feminismo, la política internacional y la vida de la clase media latinoamericana. El artista argentino creó este cosmos gráfico casi en paralelo con Charles M. Schulz (nacido diez años antes que él), el padre de figuras reconocidas en el mundo como Charlie Brown y Snoopy. Resulta interesante ver cómo, en ciertos temas y sensibilidades ensoñadoras de Felipe y Miguelito, sus trabajos parecen dialogar. Esa huella también se siente en el trabajo posterior de Bill Watterson y su memorable Calvin y Hobbes.
La niña es un arquetipo del activismo joven. Odia la sopa (y la dictadura que representaba), lee periódicos, habla con su globo terráqueo y se preocupa por el futuro del planeta y sus habitantes. En sus viñetas plantea una mirada a las dinámicas de familia y la amistad, la educación y los modelos en casa. Para entender su enorme dimensión, basta mirar la tira de tres viñetas en la que se acerca a su madre a preguntarle si cree que cambiarán los roles de género solo para encontrarla de rodillas limpiando el piso. La imagen hoy no sería exactamente la misma, pero sigue hablando clarísimo de una igualdad que aún no llega.
Había algo muy poderoso en estas caricaturas: esas palabras que me enseñaban en el colegio o en la clase de religión, como ética, moral y valores, que no significaban nada cuando la profesora las decía, en las historias de Mafalda tenían sentido
Así pues, desde la clase media Argentina de los años sesenta y setenta, Quino sacó observaciones tan humanas que se hicieron globales. Mafalda impactó en la vida de decenas de millones de mujeres y hombres en el continente. La produjo entre 1964 y 1973, y si bien hubiera podido exprimir mucho más dinero de ese universo exitoso, lo dejó por la integridad artística de evitar repetirse (lo que, decía, le pasó a Woody Allen). Pero esa historieta aún marca al pueblo hispanoparlante. Ana María Ferreira, doctora en Literatura de la Universidad de Georgetown, leyó a Mafalda de niña y asegura: “Había algo muy poderoso en estas caricaturas: esas palabras que me enseñaban en el colegio o en la clase de religión, como ética, moral y valores, que no significaban nada cuando la profesora las decía, en las historias de Mafalda tenían sentido”.
No hay un personaje que logre reunir a tantas generaciones en torno a la reflexión inteligente y mordaz del ser humano.
Su muerte arrojó reacciones desde todos los estamentos de la cultura, pero más importante, del público general. Gente joven, adulta, con canas, y sin canas, veneraron a Quino en vida y expresaron su agradecimiento en masa. Guiomar Echeverry, bogotana de 71 años, asegura que sin Mafalda no sería la mujer que es hoy. Desde los años setenta iba a la librería en el centro de la ciudad donde por primera vez la encontró a encargar los originales. Hoy esos diez libros son su tesoro.
Quien haya pasado por Buenos Aires y no se haya tomado una foto con la pequeña Mafalda sentada en esa banca en San Telmo, muy cerca de donde vivía el artista, no estuvo en la ciudad.
Trazos eternos: vida y estilo de Quino
Quino encontró al lápiz temprano en su vida. Tras la muerte de sus padres se fue a vivir con su tío a los 13 años, y ese instrumento se convirtió en el arma y el vehículo de expresión. Murió de 88 años. Venía combatiendo la vejez, la perdida de visión y extrañaba desde hace unos años a su Alicia, la mujer de carácter fuerte que acompañaba a ese hombre que hablaba solo lo necesario. Joaquín Salvador Lavado fue un hombre de contradicciones que aceptaba sin reparo. En su paso por el servicio militar le tomó gusto a disparar armas y, en su contacto con la Biblia, supo aprender a leer las historias para entender muchas grandes obras de arte, como Judit decapitando a Holofernes.
Sus logros hablan por sí solos. Más allá del éxito económico, hizo muchas publicaciones propias y con viñetas como las que publicó por años El Tiempo en sus Lecturas Dominicales y deja un trazo y una expresión gráfica sin igual.
Siempre consideró que dibujar “le costaba mucho”, pero también reconocía que en la búsqueda de soluciones gráficas a sus chistes visuales encontraba enormes satisfacciones, así le tomaran una semana o varios años. Basta con ver lo que consigue en su caricatura sobre el Guernica para entender los muchos planos que entrelaza en su humor e imaginarse el proceso creativo.
Memorable también resulta su manera de representar masas en sus historietas; desde grupos de hombres adinerados en gabardinas y sombreros hasta turbas menos definidas, siempre con una intención narrativa clara. Y muy reconocibles sus seres y sus narices, tan características como las que guardan las creaciones de otros genios como Schultz en su campo, o las marionetas de Jim Henson. Otro maestro se despide. Pero más que lágrimas, vale tomarse el tiempo de repasar una obra a la que nunca le pasarán los días.