LIBROS

Razones para amar el griego

El libro de una joven filóloga italiana, que reivindica el griego clásico y se ha convertido en un fenómeno editorial.

7 de abril de 2018

La lengua de los dioses

Andrea Marcolongo

Taurus, 2017

220 páginas

El griego antiguo es una lengua muerta. Nació cuan-do los indoeuropeos llegaron a la antigua Grecia y murió con el imperio de Alejandro Magno –la primera globalización conocida– que lo propagó pero lo convirtió en otra cosa, en koiné, la lengua común del helenismo. Es cierto, una lengua muerta –no sabemos cómo se pronunciaba–, pero todavía una lengua fructífera, dice Andrea Marcolongo, la joven filóloga italiana que transmite un gran entusiasmo por el griego antiguo, ‘la lengua de los dioses’, en la que se creó la filosofía, la tragedia, la comedia y la historia: “A pesar de que pensemos que hoy no tiene utilidad, es un idioma que está en nuestro día a día. Por ejemplo, cada vez que utilizamos la palabra xenofobia. Xenos es extranjero y fobia es miedo; por tanto, xenofobia es el miedo al extranjero, un término griego que se acuñó en el siglo XX. De hecho, los griegos nunca habrían empleado así esta palabra, ya que xenia, de donde deriva xenos, significa hospitalidad, uno de los valores fundamentales en la antigua Grecia”.

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¿Por qué querer saber cómo era el antiguo griego? Es “muy rara” esa curiosidad, decía Virginia Woolf. Y, sin embargo, la curiosidad persiste, porque “todo lo hermoso e insuperable que se ha dicho o hecho en el mundo lo hicieron o lo dijeron por primera vez los antiguos griegos”. Aún sin saberlo, lo griego está presente en nuestras vidas y en nuestra cultura.

Una lengua expresa cierta idea irrepetible del mundo, creía el lingüista Ferdinand de Saussure. La esencia de los antiguos griegos, por lo tanto, reside en su lengua, o en sus cinco dialectos, para ser más precisos, aunque sobresalen el ático, de la polis de Atenas, en el cual se escribió el teatro y la gran prosa desde Tucídides hasta Platón; y el jónico, de Asia Menor, el dialecto de los poemas homéricos y la medicina de Hipócrates. Entonces, este libro empezó cuando Andrea Marcolongo se dio cuenta de algo muy obvio: no podía pensar en italiano y traducir al griego. Tenía que pensar en griego. Este libro es, por lo tanto, un testimonio, su intento de explicar eso que ella solo podía pensar y sentir en griego. Más que una gramática, el relato de su amor con esa lengua.

El griego antiguo no se fijaba en el tiempo, sino en el proceso, y a través del ‘aspecto’ de los verbos expresaba la cualidad de las cosas. No le interesaba el cuándo, sino el cómo. No lo demasiado pronto o lo demasiado tarde de las cosas –su momento–, sino cómo ocurren las cosas, su desarrollo–. “El aspecto es una categoría del griego antiguo que hace referencia a la cualidad de la acción, sin situarla en el pasado, en el presente o en el futuro”. El aspecto o tema de aoristo, por ejemplo, correspondía a una acción puntual e irrepetible, ajena a cualquier tiempo: amo, huelo y soy feliz.

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Era una lengua que permitía decir cosas complejas de una manera muy sencilla; fuertemente musical y rítmica, con alternancia de sílabas largas y breves. Poseía un género más: el neutro. Y un número más. Además del singular y el plural, el dual, para hablar de dos cosas o dos personas unidas, por la naturaleza o por un momento, como los ojos, o los amantes. El que ha estado enamorado, dice Marcolongo, sabe la diferencia de intensidad y de respeto que existe entre pensar como “nosotros dos” y pensar como “nosotros”. También era una lengua flexible: “En griego, el orden de las palabras es libre, absoluto, exento de toda obligación sintáctica”. Permitía expresar el deseo posible, a través de un modo verbal, el optativo, el más íntimo del griego antiguo: “¡Ay, si me fuera posible tomar así a Neobule de la mano…! ¡Y caer sobre su odre dispuesto a la faena y acoplar vientre sobre vientre y muslos con muslos!” (Arquíloco).

Muchas veces no es fácil seguirle el hilo explicativo a Marcolongo, la materia es densa y ella utiliza todo el tiempo el alfabeto griego, nunca el latino, pero es tanto su entusiasmo, su pasión, que nos alienta a seguir adelante y a llegar a buen puerto. Es difícil, pero vale la pena. “Solo lo difícil es estimulante”, decía Lezama Lima.