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Bitna bajo el cielo de Seúl. Lo que revela contar historias por dinero

Una fábula urbana sobre la soledad de los jóvenes y su dificultad de adaptarse a la sociedad actual.

Luis Fernando Afanador
13 de julio de 2019
Bitna bajo el cielo de Seúl J. M. G. Le Clézio Lumen, 2019 184 páginas

Bitna bajo el cielo de Seúl

J. M. G. Le Clézio

Lumen, 2019

184 páginas

"Me llamo Bitna. Pronto cumpliré dieciocho años. No puedo mentir porque tengo ojos claros y se me notaría enseguida en los ojos”. Así, en forma directa y algo desafiante, se presenta esta muchacha para contarnos que vive en Seúl, arrimada en la casa de una tía y su hija, que la maltratan y le sacan en cara su condición de provinciana: viene de una zona rural, al sur de Corea. A Bitna le fascina la ciudad, recorrerla, descubrirla, no solo porque en su pueblo natal “nunca pasaba gran cosa”, también para escapar de la sórdida vida familiar que lleva con su tía y su prima. Pero muy rápido logra independizarse y, en una librería que frecuenta, le proponen un extraño y bien pagado trabajo: contarle historias a Salomé, una mujer joven, paralítica, con una enfermedad terminal.

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En apariencia, aborda el tópico de narrar para eludir la muerte, el relato como bálsamo y sanación, aunque las historias de Bitna no son propiamente edificantes ni cuentos de hadas: el señor Cho, un policía jubilado que entrena palomas mensajeras para enviarles cartas a sus familiares en Corea del Norte, alude al doloroso tema de la guerra, del exilio, de la separación de las familias; la señorita Kitty, una gata que llega misteriosamente a una peluquería de barrio, con notas “en un bolsito de paja”, trae el asunto de la vecindad y la convivencia; Nabi, una cantante de rock que es víctima de abusos sexuales por parte de un pastor; Hana, una enfermera que trabaja en una casa de maternidad y termina secuestrando una bebé. Además, para insistir en la crudeza, Bitna le cuenta a Salomé historias de su propia vida: su problemática y desigual relación con el señor Pak, un librero, y el enigmático stalker que la vigila por las calles de Seúl. Bitna, sin duda, tiene un gran talento para inventar a partir de lo que observa en su realidad inmediata y en ella misma: “Sabe de sobra que no me estoy inventando nada. Nunca he sabido inventar, solo cambiar nombres e imaginar lugares.

La relación entre Bitna y Salomé oscila entre el agradecimiento y la repulsión, la pasión y la obligación. Pasa del ‘se lo debo todo’ al ‘no soporto su presencia y sus olores’. Es una relación de poder –como toda relación– en la que Bitna se solaza de la influencia que ejerce sobre Salomé con sus historias. Aunque esta última, según se verá, no es tan débil ni tan indefensa como parece. ¿Una metáfora del escritor que le insufla vida a otras personas? ¿Del lector como escucha activo?

Múltiples historias y personajes en una breve novela en la que, así se nos diga que estas historias se asemejan a “vagones de metro que viajan juntos y tienen un vínculo en un momento de la vida”, cuesta a veces seguir el hilo conductor. Sin embargo, el estilo conciso y controlado de Le Clézio, la marca de la casa, mantiene todo bajo control. Ese estilo que, según cuenta en La música del hambre, aprendió de los emberas: “Ellos no tienen escritura, pero sí un lenguaje literario elegante para contar cuentos. Me convencieron, por su manera de vivir, de que no hay que añadir complicaciones al relato. Hay que ser directo, lo importante no es el estilo ni la búsqueda de la originalidad, sino el ritmo y el entusiasmo al contar el cuento. Fue una buena escuela de escritura”.

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Pagadas o no, realistas o inventadas, necesitamos de las historias, de las ficciones: “Si uno no tiene ficciones, es como si no tuviera sueños, enloquecería pasadas unas cuantas noches”, dice Le Clézio en una entrevista. Aunque esta novela también nos hace reflexionar sobre la soledad de los jóvenes, sobre su dificultad para adaptarse al mundo: “La juventud actual me produce una enorme ternura porque tengo dos hijas a quienes les cuesta mucho integrarse en la sociedad, han estudiado y les cuesta mucho existir”. Y, por supuesto, es un acercamiento –mejor que un ensayo– a Corea, una cultura muy rica y más antigua que la japonesa. Y a Seúl: “El día menos pensado volveremos a vernos bajo el cielo de Seúl”.

 J. M. G. Le Clézio, escritor francés que ha vivido en varios lugares del mundo, Premio Nobel de Literatura en 2008.

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