Libros
Reseña de ‘El informe de Brodeck’: Matar al diferente
Hay libros que deben leerse despacio, incluso cerrando sus páginas por algún tiempo, pero en ellos se sigue pensando. Carlos Marín Calderín comparte su experiencia con este particular libro de Philippe Claudel.
Hay libros que deben leerse despacio, incluso cerrando sus páginas por algún tiempo, lo cual, si se sigue pensando en lo que nos cuentan, también es una forma de leerlos. Me pasó con El informe de Brodeck (Salamandra, 2007), de Philippe Claudel (Nancy, 1962).
Lo dejé durante semanas porque me hacía reflexionar sobre el dolor de la guerra y la xenofobia, y no era eso en lo que quería pensar entonces. Como ya se sabe, las obras tienen su momento, o quizás seamos nosotros quienes debemos preguntarnos cuándo abrir un libro o cuándo no. Además, su indeterminación del espacio me descolocó.
La historia sucede en un pueblo muy alejado de todo, se entiende que cerca de la frontera con Alemania, un año después de la Segunda Guerra Mundial. Que Claudel no diga más me produjo ansiedad, pero cuando comprendí que eso carecía de importancia, y que incluso podía formar parte del relato, leí lo que me faltaba con placer. No sé por qué me detuve si he sido un lector de novelas, y he dado por sentado que el contexto explícito no lo da el autor o no siempre tiene que darlo. El novelista puede recurrir a la indeterminación como recurso del proceso ficcional. Sabe ocultar.
Der Anderer (el Otro, en alemán), el único extranjero de ese lugar ubicado entre montañas fue asesinado. Lo curioso es que todos los hombres del pueblo se confesaron culpables del crimen; menos Brodeck, quien, por haber sido enviado a la capital a estudiar gracias a aportes económicos de los habitantes de esa localidad, tuvo que redactar, a pesar de su negativa inicial, el informe del hecho.
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Es un libro sin humor. Narra cómo la sola presencia de un hombre silencioso, que a nadie ha dicho su nombre y tampoco qué fue a hacer hasta allá, donde no hay nada que ir a hacer, incomoda y perturba.
Asustan los que guardan silencio.
También narra lo vivido por Brodeck en un campo de concentración —de donde no se vuelve, y si se vuelve, no se es el mismo jamás—, hechos que nos recuerdan, una vez más, cómo unos seres humanos, siguiendo una doctrina, mancharon la historia de la humanidad.
Duele, por supuesto, es un libro que duele. Pero al mismo tiempo su lenguaje transmite belleza; que la forma atenúe la crueldad de la historia, por lo menos. Por ejemplo: “La rodeé con los brazos y la estreché contra mi pecho largo rato, mientras pensaba en los pájaros, en los pájaros, tan pequeños y perdidos, en los pájaros débiles, enfermos o heridos, que no pueden seguir a sus semejantes en las grandes migraciones y, al final del otoño, esperan con resignación en los aleros y las ramas bajas de los árboles, con las plumas despeinadas y el corazón desbocado, el frío que los matará”.
Brodeck entrevista a los hombres del pueblo y cuenta cómo es la región; en las respuestas que le van dando, y en las claves de la época, él se convence, y uno también, de que no siempre es bueno saber demasiado. Orschwir, el alcalde, dice: “Es el momento de olvidar (…). Los hombres necesitan olvidar”. A eso aspiraban los culpables de la muerte del visitante extraño que un día llegó sin pasado a una comunidad que no soportó su diferencia, sin llevar él malas intenciones. A eso aspiran los que hacen lo mismo hoy: a contar la historia con sus propios escribientes y a su manera, borrando, editando, reescribiendo, para merecer, en un futuro, como los personajes de este libro, el perdón, la comprensión de su verdad.
A pesar de eso, no es una novela sombría. Todo lo contrario. Tiene mucha luz; yo sentí mucha luz en sus descripciones y argumento. O sea, claridad en la forma y en el contenido: oraciones y frases bien logradas e ideas pensadas que hacen pensar: “Hay horas en que todo es de una belleza insoportable, una belleza que parece tan inabarcable y tan dulce solo para subrayar la fealdad de nuestra condición”. O “(…) cuando pienso en mi vida, me parece una botella en la que han querido meter más de lo que cabía. ¿Es el sino de todo hombre, o acaso he nacido en una época que niega todo límite y baraja las vidas como si fueran las cartas de un gran juego de azar?”.
No es un policial, sin embargo, a pesar de que no se sabe quién mató al Anderer. Menos el policial aquel que en el final de cada capítulo pone una frase o un dato que te impulsa (¿obliga?) a avanzar. El informe de Brodeck no es básico ni efectista. Es más, creo que no se leería bien en el bus o en una sala de espera; yo, por lo menos, necesité de una concentración especial para entender la estructura, comprender lo no dicho.
Lo que me hizo avanzar no fue descubrir quién cometió el crimen ni cómo, sino la confirmación de todo lo que el ser humano es capaz de hacer por miedo. El miedo puede convertir en mala a la gente buena, y en monstruosa a la que ya era mala. Pasé páginas para ver el hundimiento moral de unas personas, y eso, créanme, no es grato.
¿Por qué disfrutamos leyendo historias dolorosas?; me hice esta pregunta, el mismo libro me la respondió: “A veces, nos gustan nuestras cicatrices”.
*Carlos Marín Calderín es periodista y escritor. Dirige Un Río de Libros. Feria de la Lectura de Montería.