CINE
La casa de Jack: obsesión sin culpas
La nueva película de Lars Von Trier es un ejercicio escandaloso y brutal, que con chispazos de humor negro retrata las cuitas y crueldades de un asesino en serie.
Título original: The House That Jack Built
País: Dinamarca, Francia, Alemania, Suecia
Director: Lars Von Trier
Guion: Lars Von Trier
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Actores: Matt Dillon, Uma Thurman, Bruno Ganz
Duración: 152 min
Calificación: 2 estrellas
Desde 1984 el danés Lars Von Trier dirige unas películas complejas, densas, que a menudo le han valido el calificativo de niño terrible. Con el tiempo, y como queda claro en esta película, ambas cosas se han afianzado: a estas alturas puede uno decir con seguridad que en este caso lo infantil y lo terrible no han sido una etapa pasajera sino una vocación permanente.
Al igual que Ninfomanía, La casa de Jack está estructurada en capítulos que muestran una y otra vez una vida marcada por una obsesión individual, solitaria, y que se desahoga en una confesión en la que no hay lugar para la culpa: la evaluación de lo sucedido se convierte en una plataforma para que esa obsesión se despliegue orgullosamente.
Acá, el asunto no tiene que ver con la sexualidad sino con la pulsión de muerte: su personaje central, Jack (Matt Dillon), es un asesino en serie que ha dejado más de medio centenar de víctimas y que al comienzo anuncia que le contará a su interlocutor “cinco incidentes elegidos al azar en un periodo de doce años”.
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Los cinco episodios son invariablemente brutales aunque, a veces, hay destellos de un humor negro y primitivo por allá abajo. Hay también intentos por argumentar que la brutalidad tiene algo elevado, con referencias al poeta William Blake, al pianista Glenn Gould, a las catedrales medievales y a la arquitectura nazi en una colcha de retazos retórica insistente pero sin mucho sentido.
Todo se siente como un esfuerzo desesperado por escandalizar y ahí piensa uno en los niños que repiten groserías, no porque sea lo que quieren decir, sino para ver cómo reacciona su público. Porque la indignación y la reprobación de los adultos es una confirmación de su existencia, una señal de que son oídos y reconocidos por una entidad externa.
Y ahí está la disyuntiva en la que lo pone a uno esta película. Por un lado, uno puede indignarse por la brutalidad gratuita, por la falta de empatía, por lo elemental de la premisa y la ejecución, sabiendo que eso es lo que busca. Por otro lado, uno puede verlo con distancia, como un ejercicio desesperado y, en últimas, triste por lo evidente, que busca llamar la atención no con inteligencia o agudeza, sino a punta de estridencias que se agotan rápidamente por ser no un vehículo para la reflexión sino un fin en sí mismas.
En cierto momento, la película se va a la infancia de Jack y lo muestra en un lago, sacando un patito del agua y cortándole una de sus patas para luego quedarse mirando a la cámara fijamente mientras el pato chapotea inestablemente, como retando a los espectadores. Pero ¿cuál es el reto? ¿A condenar a ese niño? ¿A celebrarle su capacidad de transgresión? ¿A ver en él un pequeño superhombre que existe más allá de la moral pacata que limita la vida de los demás humanos?
Ahí colapsa la metáfora del arte porque, si bien es posible encontrar ejemplos de artistas egoístas, crueles y sociópatas que logran algo como una redención en la inteligencia, generosidad y profundidad de sus obras, nada de esto (ni el egoísmo ni la crueldad ni la sociopatía) garantizan obras interesantes, como queda ampliamente demostrado en La casa de Jack.
EN CARTELERA
Entre la razón y la locura - 2½ estrellas
Drama basado en una historia real del siglo XIX que sigue la colaboración entre el director de un diccionario ambicioso y un asesino con problemas mentales.
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Película para adolescentes basada en una novela de YA con jóvenes melancólicos y fantasmas amenazantes.
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Esta versión del superhéroe creado en 1939 es un asunto gozoso, cómico y sentido sobre un muchacho que recibe poderes extraordinario de un mago misterioso.