CINE

Detrás de las colinas

Esta película israelí sigue a una familia cuyos miembros, cada uno y por separado, se enfrentan a distintas versiones del absurdo. Incluida en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. ***

Manuel Kalmanovitz G.
8 de septiembre de 2018
Shiree Nadav-Naor, la protagonista, ganó el premio a mejor actriz en el Festival de Cine de Jerusalén.

Título original: Me’Ever Laharim Vehagvaot

País: Israel

Año: 2016

Director: Eran Kolirin

Guion: Eran Kolirin

Actores: Alon Pdut, Mili Eshet, Shiree Nadav-Naor y Noam Imber

Duración: 92 min

El mundo que el director israelí Eran Kolirin ha construido en sus dos películas más recientes (El intercambio, de 2011, y esta) parece estar claramente definido. En ambas se aproxima a una serie de personajes extrañados y en crisis que parecen flotar al borde de un abismo, simultáneamente atraidos y repelidos por una especie de sinsentido que, sin saber cómo y levemente, ha usurpado el lugar de su normalidad.

En Detrás de las colinas, los afectados hacen parte de una familia compuesta por David (Alon Pdut), un padre que acaba de jubilarse del Ejército y no termina de encontrarse en su nueva vida; Yifit (Mili Eshet), la madre que trabaja como profesora de literatura en una secundaria; Rina (Shiree Nadav-Naor), una adolescente con inquietudes políticas, y Omri (Noam Imber), su hermano alto, brusco y desgarbado.

Aunque son una familia, la película no los trata como una unidad ni explora con especial atención sus dinámicas internas. Lo que hace es seguirlos individualmente para contrastar lo que parecen ser distintas clases de absurdos, todos con aspectos morales individuales, aunque, extrañamente, sin ningún gran cuestionamiento moral en común. Es como si esta versión del absurdo, que parece inofensiva por la dulzura con la que se retrata, se nutriera de (y perpetuara) un aislamiento inquietante, pero, finalmente, cómodo.

A diferencia de El intercambio, que tenía lugar en el ambiente próspero y occidentalizado de una ciudad genérica primermundista, acá hay momentos en los que lo específico de la realidad local de Israel se hace sentir cuando los personajes entran en contacto con un mundo vecino mucho menos próspero y occidental.

Las colinas del título son una formación de tierra que separa a estas vidas medio azoradas de un poblado palestino, que no se nombra y donde tienen lugar angustias más básicas e inmediatas. Como línea divisoria y frontera, como un accidente geográfico que no deja ver más allá, es un espacio que va cobrando un peso simbólico inquietante, a pesar de su baja altura y su vegetación amarillenta.

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Es valioso que la película abra sus miradas para encontrarse con este paisaje y estas personas, así el contacto no sea ni prolongado ni profundo. Aunque, a otro nivel, el contraste entre ambos espacios resulta contraproducente para este tono del absurdo leve hacia el que gravita Kolirin, porque, ante el sufrimiento y las carencias del otro lado, estas pequeñas crisis existenciales a las que se le dedica tanto tiempo resultan más insensatas y caprichosas que enternecedoras.

Al final me quedé pensando que estos episodios de absurdos ligeros, estos sinsentidos casi imperceptibles, pueden terminar siendo un lujo corrosivo que con el tiempo desemboca, terrible e inesperadamente, en un vacío de empatía y solidaridad, en la cancelación absoluta de la posibilidad de lo político en su mejor sentido. Porque si para un individuo nada tiene sentido, si se siente dislocado pero cómodo, ¿qué importa que lo rodee más o menos injusticia y sufrimiento?

Estreno: septiembre 13

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