CINE
'El precio de la verdad': el heroísmo solitario contra la corporación
A partir de la historia verdadera de un desastre ambiental causado por negligencia de una gran empresa, esta película sigue sombríamente el proceso legal que los obligó a pagar. Calificación: 3 estrellas (Buena).
Título original: Dark Waters
Año: 2019
Director: Todd Haynes
Guion: Mario Correa y Matthew Michael Carnahan a partir de un artículo de Nathaniel Rich
Actores: Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Tim Robbins
Duración: 126 min
El tono de este filme es intensamente sombrío, como si tuviera lugar en la parte más álgida del invierno, cuando no está la belleza de la nieve ni de las hojas amarillas, y solo hay un cansancio azulado que parece interminable.
La dirige Todd Haynes, una de las figuras emblemáticas del cine independiente de los noventa. Acá realiza un ejercicio elegante, fluido y más bien convencional, en el que no hay mayores rastros de esa mirada perturbadora que hizo tan memorable a Safe (1995) –para mí, de lo mejor de esa década–.
El personaje central es Rob Bilott (Mark Ruffalo), un abogado en un bufete que se especializa en defender empresas químicas. Él, por ayudarle a un granjero conocido de su abuela, termina descubriendo a finales de los noventa un terrible caso de negligencia ambiental por parte de DuPont, la multinacional de productos químicos.
El heroísmo, como lo retrata la película, es un asunto solitario, quizás como sucede con todos los héroes a los que nos ha acostumbrado el cine de Estados Unidos. Esta mirada, que quizás hemos llegado a considerar normal a punta de verla tantas veces, se contradice con la conclusión que parece ofrecer la cinta.
Como es usual en el cine de abogados, la tensión central se da entre lo legal y lo correcto, entre lo permitido y lo bueno, aunque siempre manteniendo algo de fe en que el sistema está diseñado para llegar a las conclusiones correctas.
El químico de la disputa es el C8 o PFOA, desarrollado para impermeabilizar tanques en la Segunda Guerra Mundial y luego usado en una variedad de productos, entre los que estaban los recubrimientos antiadherentes de las ollas (teflón), tapetes, utensilios domésticos y ropa. La compañía ha dejado residuos de este químico cerca de distintas fuentes de agua en Virginia Occidental, envenenándolas sin que nadie lo sospeche.
El asunto con el químico, se da cuenta el abogado, es que le resulta muy difícil al cuerpo procesarlo; estar expuestos a él aumenta considerablemente las posibilidades de sufrir cáncer y otras enfermedades, riesgos que la empresa conocía desde hacía décadas.
La desesperanza de esta película no se queda en los peligros del químico, las mentiras corporativas o la filosofía que privilegia las ganancias sobre la vida humana. También abarca la cercanía que hay entre estas industrias y los políticos y demás órganos públicos encargados de regularlas, y en lo indefensa que está la gente ante unas entidades tan poderosas y bien conectadas. “El sistema está amañado. Quieren que pensemos que nos protegerá, pero es una mentira”, dice el abogado.
Cuando, hacia el final, el protagonista le explica a su mujer que lo que se necesita es que la gente se cuide entre sí sin esperar que lo haga el Gobierno, las empresas o los científicos, resulta un poco desconcertante. Porque, si toda la película se ha centrado en el esfuerzo solitario de este abogado, ¿cómo imaginarse este espíritu comunitario que se requiere?
CARTELERA DE CINE
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La casa de los demonios - 2 estrellas
Filme de terror de bajo presupuesto sobre un jarrón antiguo que le concede deseos a su propietario.
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En su más reciente cinta, la pionera del documental colombiano Marta Rodríguez hace un retrato de las comunidades nasas en el Cauca.