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"Primer año" completa la trilogía del médico y cineasta Thomas Lilti

Esta película francesa hace un retrato de la amistad de dos jóvenes durante el extenuante y competitivo comienzo de la carrera de medicina.

Manuel Kalmanovitz G.
7 de julio de 2019
Antoine (Vincent Lacoste) y Benjamin (William Lebghil). El primero acaba de perder por segunda vez ese primer año —es su última oportunidad para seguir estudiando medicina— mientras que el segundo acaba de graduarse de una escuela secundaria. Foto: Cineplex

Título original: Prèmiere année

País: Francia

Director: Thomas Lilti

Guion: Thomas Lilti

Actores: Vincent Lacoste

Duración: 92 min

Calificación: 3 estrellas

Esta es la última parte de la trilogía que el director Thomas Lilti —quien fue médico general hasta 2016— le ha dedicado a la medicina en su país reconstruyendo distintos momentos de ese mundo sin seguir un orden cronológico.

La primera parte, Hipócrates (2014), seguía a un joven médico en su llegada a un hospital; la segunda, titulada El médico rural (2016), se centraba en otro doctor, esta vez en un momento tardío de su carrera, que buscaba un reemplazo. En esta tercera regresa a la universidad, al primer año, después del cual el número de estudiantes admitidos pasa de más de 2.000 a menos de 200.

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En todas estas películas, Lilti se esfuerza por equilibrar la crítica a las instituciones en las que están inmersos sus personajes, caracterizadas invariablemente por su rigidez e indiferencia, con las posibilidades de redención, incluso de humanidad, que ese sistema no logra erradicar por más que lo intente. El resultado tiende a ser esperanzador.

En este Primer año muchas de las imágenes más memorables están relacionadas con el carácter masivo del proceso educativo. Al comienzo, al medio y al final, se ven secuencias de montones de jóvenes ocupando espacios enormes en planos generales que convierten a la gente en una masa abstracta y sin rostro, una reunión de cuerpos afanados, uniformes e indistinguibles.

De toda esa masa, la película escoge dos muchachos alrededor de los cuales teje todo: Antoine (Vincent Lacoste) y Benjamin (William Lebghil). El primero acaba de perder por segunda vez ese primer año —es su última oportunidad para seguir estudiando medicina— mientras que el segundo acaba de graduarse de una escuela secundaria especializada en ciencias y elige entrar a medicina más por curiosidad que por vocación.

William Lebghil y Vicent Lacoste interpretan a dos aspirantes a médicos en medio de un proceso más mecánico que humano./Foto: Cineplex La película retrata complejamente la relación entre los dos, compuesta de dosis variadas de solidaridad y competencia, de amistad y rivalidad, de admiración y celos. Y si en esa amistad está la parte humana de la película, el contraste viene con la enseñanza misma, que parece ser un proceso mecánico y tensionante. Queda en el aire la pregunta de qué clase de médicos espera crear un sistema que privilegia la repetición de información sobre su procesamiento y la competencia sobre la colaboración.

Tenemos que ser máquinas que contestan preguntas”, dice Benjamin y la película confirma su dictamen mostrándolos junto a Antoine y sus demás compañeros repitiendo una y otra vez monótonamente toda clase de explicaciones: movimiento de materia entre órganos, procesos químicos, dinámicas celulares.

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El espectáculo de su declamación mecánica desconcierta porque este tesoro de conocimiento logrado por la humanidad durante siglos para explicar el funcionamiento de la vida se convierte en un trabalenguas que estos jóvenes deben aprender no por gusto o por tener algún sentido, sino simplemente para continuar en su carrera.

Lo más iluminador de la relación entre los dos es el contraste entre la facilidad de Benjamin y el deseo de Antoine, que permite pensar en esas dinámicas del conocimiento que se ven tanto en la medicina como en muchas otras disciplinas: la tensión inescapable que a menudo se da entre las ganas (es decir, la voluntad) y el talento. 

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