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'Los sueños de Einstein', de Alan Lightman: una mirada que Borges hubiera amado

No es una novela biográfica, sí un relato de los sueños del físico desde una ficción mágica y poética que incluye las variables del tiempo que pudo tener antes de llegar a su teoría de la relatividad.

30 de noviembre de 2019
Alan Lightman, ha sido profesor de física y humanidades en MIT. | Foto: Ap

Alan Lightman - ‘Los sueños de Einstein‘

Libros del Asteroide, 2019

148 páginas

El 14 de abril de 1905, el joven veinteañero Albert Einstein, casado, con un hijo y un trabajo modesto en la oficina de patentes de Berna, empieza a trabajar en su primera propuesta de la relatividad, que concluirá el 28 de junio de 1905. Esa temporada brillante será el inicio de una revolución en la concepción del tiempo, que ya no será absoluto sino maleable, subjetivo, de acuerdo con la persona que lo experimenta. Y, para quienes viven en una estación espacial, alejados de la superficie terrestre, transcurrirá de una manera distinta, más rápida –envejecerán “unos microsegundos más rápido”– que para los que permanecen acá abajo. Así mismo, los que se acerquen a la superficie de un objeto “de gravedad vasta, como una estrella de neutrones o un agujero negro, experimentarán el paso de unas cuantas horas antes de volver a su nave espacial, donde el resto de la tripulación habrá esperado su regreso por décadas” (Antonio Tamez-Elizondo). Durante ese periodo de trabajo frenético, Einstein escasamente hablaba con su amigo, el ingeniero Michele Besso. Pero el interés de Alan Lightman no es el de hacer una novela biográfica sino contarnos ‘sus sueños’, es decir, hacer una ficción con todas las variables del tiempo que pudo tener Einstein antes de llegar a su teoría de la relatividad. Un libro que reúne la poesía y la física, unas narraciones extraordinarias que usan como conejillos de indias a los tranquilos habitantes de la ciudad alpina y que sin duda le hubiera gustado a Borges.

En el primer sueño, el tiempo es un círculo que se pliega sobre sí mismo y la gente no sabe que vivirá sus vidas de nuevo: “Los comerciantes no saben que realizarán una y otra vez el mismo trato. Los políticos no saben que arengarán desde el mismo atril infinitas veces en los ciclos del tiempo”.

El tiempo puede ser como un flujo de agua desplazado ocasionalmente por algún escombro o brisa pasajera. Por eso, puede ocurrir que por alguna perturbación un riachuelo del tiempo se separe de la corriente principal y conecte con un caudal anterior: “Cuando eso sucede, los pájaros, la tierra y las personas atrapadas en esa corriente desviada se ven arrastrados súbitamente al pasado”.

Un libro que reúne la poesía y la física, unas narraciones extraordinarias que usan como conejillos de indias a los tranquilos habitantes de la ciudad alpina y que sin duda le hubiera gustado a Borges.

El tiempo puede tener una textura pegajosa. Por eso, “hay partes de ciudades que se quedan pegadas a ciertos momentos de su historia y no consiguen salir”. Como algunas personas con respecto a algún momento de sus vidas del que no consiguen liberarse.

El tiempo puede tener un centro. Viaja hacia el exterior en círculos concéntricos y se mueve a mayor velocidad a medida que el diámetro aumenta, pero permanece inmóvil en su centro. ¿Quién querría hacer una peregrinación hasta el centro del tiempo? “Los padres con sus hijos, los amantes”.

Incluso, es posible que no exista el tiempo, solo imágenes: “Un niño en la orilla, fascinado ante la primera visión del océano. Una mujer en un balcón al amanecer, el pelo suelto, el camisón de seda, los pies descalzos, sus labios… Un águila enmarcada en el cielo, con las alas desplegadas y los rayos del sol penetrando entre las plumas”.

O que no exista el pasado. En tal caso, a la gente no le importaría si ayer fue rica o pobre, culta o ignorante, orgullosa o humilde, si estuvo enamorada o no. Irían a sus habitaciones tropezando junto a unas fotografías de familiares que no reconocerían y vivirían otra noche de lujuria: “Y es que solo la costumbre y el recuerdo apagan la pasión física. Sin el recuerdo todas las noches serían la primera noche, todas las mañanas la primera mañana, todas las caricias y besos los primeros”.

Peor sería un mundo en el que el tiempo no transcurra de manera uniforme, sino intermitente y, por esa misma razón, la gente tuviera visiones súbitas del futuro: “¿Cómo hacer el amor a un hombre que se sabe no será fiel?”.

Muchos sueños, varios mundos posibles en este libro que es un experimento con el tiempo y, desde luego, una gran novela porque como se ha dicho, en las buenas novelas el Tiempo es el protagonista y se escribe con mayúscula.