Cine
Reseña: ‘El prodigio’, de Ludovic Bernard, funciona para todos los públicos y para la minoría de los melómanos
Se estrenó hoy en Colombia la producción francesa protagonizada por Jules Benchetri, Lambert Wilson, Kristin Scott Thomas y Karidja Touré.
Título original: Au bout des doigts.
País: Francia, 2018
Director: Ludovic Bernard
Guión: Johanne Bernard & Ludovic Bernard
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Reparto: Jules Benchetri es Mathieu Malinski; Lambert Wilson es Pierre Gaitner; Kristin Scott Thomas es La condesa y Karidja Touré es Anna.
Ya darán su veredicto cinematográfico los doctores en la materia. Pero como de música se trata, pues no está por demás verla desde ese ángulo.
Han resuelto de titularla como El prodigio en unas partes y como La clase de piano en otras. Ninguna de esas versiones se acomoda a la realidad. Aunque se impone decir que, eventualmente, tampoco funcionaria la traducción, tan sugestiva en el francés original, Au bout des doigts y tan prosaica en su traducción más aproximada: Al alcance de los dedos.
Lo de El prodigio, al menos para los melómanos, desde luego remonta directamente al niño prodigio por antonomasia en la música clásica: Wolfgang Amadeus Mozart, que fue el primero de todos y el más famoso. Niño prodigio fue Felix Mendelssohn-Bartholdy que dejó al mundo boquiabierto porque se dio el lujo de escribir dos obras maestras a los 14 años. Pero no es de esa clase de prodigios que se trata la cinta que dirige Ludovic Bernard. Resulta que no va de eso el asunto.
Tampoco de clases de piano, un tema muchísimo menos inspirador con las horas y horas repitiendo estudios de Czerny, o de cualquiera de sus secuaces para lograr dominar el cuerpo, las manos, el peso de los dedos, su independencia.
Tiene que ver con el instrumento como extensión natural del pensamiento y la sensibilidad de los pianistas y con eso que puede ser aún más trascendental: la esencia misma de la música, capaz de ir más allá del sonido.
Es verdad que el piano ejerce sobre Mathieu un embrujo del cual no se puede liberar incluso a costa de sus responsabilidades, así estas sean oficiar de aprendiz de ladrón. También lo es que, para Pierre, el redentor, la música es más importante que el aire que respira. No menos cierto es que la condesa es el necesario polo a tierra, esa especie de vestal del fuego sagrado del arte del piano.
La historia está divinamente relatada a lo largo de los 106 minutos que dura la película, rodada en 2018 y que, seguramente por temas de pandemias, apenas ahora ve la luz, o mejor, la penumbra de las salas de cine.
El triángulo protagonista es de innegable solidez. Ya me dirán si la actuación de Jules Banchetrit no asombra con un personaje cuyas líneas se han reducido al mínimo; toda la complejidad está en el interior del actor y la expresa mediante la gestualidad del cuerpo y la zafiedad de su forma de responder con la mirada a quienes pretenden redimirlo. Por cierto, nieto de Jean-Louis Trintignant.
Lambert Wilson no parece estar actuando y menos aún la incisiva y por momentos cruel Kristin Scott Thomas cuando como un autómata exhibe el virtuosismo de tener en la memoria los ejercicios de armonía.
Hay agudeza en la selección de los fragmentos musicales: la sensualidad de la Rapsodia húngara nº2 de Liszt o el Concierto nº2 de Rachmaninov, no el nª3; los guionistas intuyen perfectamente que la credibilidad y tolerancia de los espectadores melómanos tiene un límite.
Sobre el resto, pues ya hablarán los expertos: que se adopte como escenario el Conservatorio Nacional de París, los arcanos detrás de ese piano solitario y al alcance de todos en la estación, que el apellido del protagonista sea de origen polaco, que el necesario romance se dé con una violonchelista de origen africano, en fin, todo eso que es de los terrenos del cine.
Desde las trincheras de la música, la historia inspira. Se trata de una ficción deseable para cualquier melómano. Deja en claro también que la música, es más, mucho más que una entretención y que no basta con obsesionarse con ella.
Desde las trincheras de la música, la historia inspira. Se trata de una ficción deseable para cualquier melómano. Deja en claro también que la música, es más, mucho más que una entretención y que no basta con obsesionarse con ella.
De pronto la clave está, justamente en los terrenos de la obsesión que ella genera en el director Ludovic Bernard, tanto así que hasta se involucró en la musicalización de la cinta. También a Lambert Wilson, con una carrera de barítono, paralela a la de actor, encargado de que los personajes hagan de la música su razón de ser y el motor para vivir.
Tal parece, funciona para todos los públicos y para la minoría de los melómanos.