MÚSICA
Roger Waters en Bogotá: hipnótico, político, musical, estudiantil, histórico
Antes que un concierto, Roger Waters entregó un experiencia inmersiva, atmosférica, poderosamente emotiva, visualmente sublime y musicalmente espectacular. Abrazó la causa urgente de la educación y marcó un antes y un después en los conciertos.
Era posible imaginarse que sería espectacular, pero la experiencia que Roger Waters ofreció hace pensar que las palabras son inútiles para transmitirla... Aún así se debe empezar con una obviedad, con un lugar común: hizo historia.
Todos los cilindros del Us + Them Tour operaron en 11 sobre 10. Perplejo, movido, conmovido y extasiado quedó el público que sobre el tiempo terminó casi llenando el aforo del Estadio El Campín. Quien estuvo allí no lo va a olvidar. Porque era de esperarse que Roger Waters otra vez elevara la vara en Bogotá, como lo hizo en 2007... pero era imposible dimensionar en qué medida lo haría hasta para quienes conocían las múltiples sorpresas ‘vuela cabezas’ del espectáculo.
Foto: Pilar Mejía/Semana
Superó expectativas, y lo hizo porque como espectáculo siempre maravilló. Incluso en las canciones menos conocidas y más frescas de su repertorio, maravilló. El audio cuadrafónico no fue solo un decir, fue un glorioso ingrediente. La visual hipnotizó con su recorrido. Navegó las estrellas y los planetas, evocó añoranza con paisajes abiertos, emocionó con imágenes duras de conflicto y dolor, animaciones, y mofas varias al mismísimo Donald Trump. La escala que presentó lo hizo inolvidable e incluso en sus más básicas imágenes presentaba composiciones de la banda en vivo, con tintes rojos, negros, que en su estética granulosa le sumaban belleza. No todo fue viaje alegre, la imagen también dolió cuando se lo propuso.
A sus 75 años, Roger Waters dio cátedra con su trayectoria, su experticia y meticulosidad para armar un show musical y visual, inolvidable. Alimentó la clase con canciones de los sesentas, de los setentas, de hoy (ver setlist abajo), e hilvanó una narrativa de poco más de dos horas y cuarenta minutos... con una pausa de veinte que igual comunicó bastante. En esta, por medio de su pantalla, denunció sin parar a gobernantes neofascistas en Europa, en Latinoamérica, el antisemitismo, el apartheid de Israel, también invitó a resistir a Mark Zuckerberg...
Solo un artista de su talla puede dedicar su enorme plataforma para comunicar, desde la música, el enojo, la denuncia, lo que es ser humano y lo que conlleva: tomar la decisión de estar del lado de los derechos humanos, o no; de saber que que quienes no defienden los derechos, permiten que los atropellen. Solo un artista de su talla puede denunciar políticos neofascistas en Europa, Latinoamérica (en sus caras), y lanzar ataque directos contra el pig man, la charade, como llamó a Donald Trump mientras tocó su canción Pigs.
"Charade you are". Foto: Juan Manuel Rodríguez
A la vez, fue un viaje al legado de Waters y a los mensajes de los himnos de Pink Floyd que no pasan de moda porque no son moda y porque el mundo aún está dominado por insensatos que dividen para reinar. Porque la gente aún vive el desgarro del aislamiento, de la banalidad: los dolores de la separación y de extrañar, la obsesión con dinero y poder.
Y, claro, como lo ha hecho siempre en esta gira —y en muchas otras—, Waters miró hacia el país que lo recibía y adoptó su causa urgente. Los niños del Programa Crea lo acompañaron durante Another Brick in the Wall Pt II, en lo que fue una actuación mágica y dura de una canción que puso el tema de la educación en el tapete. Los chicos y chicas salieron vestidos como prisioneros de Guantánamo y en el clímax de la canción se despojaron de sus disfraces y mostraron camisetas con el mensaje ‘Resist’. La gente los vitoreó. Ellos sabían que hacían parte de la historia y sumaron muchísimo en poco tiempo.
Waters retomó el tema hacia el final. En su monólogo adoptó la causa de los estudiantes colombianos que se han tomado las calles para clamar por el presupuesto de la educación pública. El músico extendió a una plegaria por una educación accesible y gratuita para todos, sin importar quienes procedencias o posición social. Mostró una bandera que le entregó un estudiante y que adaptó a la realidad nacional en el coro de Another Brick...: ‘We do need more education’.
Muchos temían que la carga política pudiera amargarles la experiencia, pero en Bogotá Waters encontró un público casi totalmente receptivo, que le siguió la ola, que coreó su nombre, que aplaudió e hizo eco de su plegaria enojada por una humanidad más comprometida. Quizá por un momento incómodos quienes encontraron ofensivos los cantos de varios miles contra un expresidente. Fueron pocos y refunfuñaron en silencio. También incómodos algunos miembros de la comunidad judía que pudieron sentirse atacados por manifestaciones que surgieron desde el público, que agitó en algunos casos banderas de Palestina.
Para los sentidos
La promesa de que sería una experiencia democrática se cumplió. Este concierto fue atmósfera y todo el público la vivió. Las canciones tomaron vida en el sonido con la gigantesca pantalla que parecía la verdad misma. A esto se sumaron hitos instantáneos como las chimeneas, que emergieron de la parte de atrás del escenario con la llegada de las canciones de animals... el cerdito que salió primero a los lejos entre esas chimeneas y luego el cerdo inflable gigante que se paseó por el aire pidiéndonos a todos ser más humanos. También la esfera plateada, y claro, la pirámide láser que se conjuró por encima del público de la grada frente al artista, que luego, con lasers extra de colores, evocó la portada clásica de Dark Side of the Moon en vivo y en directo, en 3D. Espectacular.
Lásers, benditos lásers. Y si bien no se ve, hasta la luna de Bogotá conspiró con el show y ofreció un aro mágico y particular. Foto: Juan Manuel Rodríguez
Es más que injusto hablar de los músicos apenas en este punto, porque fueron fantásticos. Batería -Joey Waronker-, piano y teclados -Jon Carin con apoyo de Bo Koster-, saxofón -el escocés Ian Ritchie- de larga data con Waters, el bajo de Gus Seyffert, dos guitarristas -Dave Kilminster y Jonathan Wilson (suplió también las voces gilmourianas)- en diálogo y virtud, y las cantantes Holly y Jess, de Lucius, que con su look retro vanguardista y sus espectaculares armonías completaron una experiencia elevada. No son las voces de los discos, son su propio color.
Waters en El Campín evocó amistades y momentos buenos y difíciles. Evocó la historia de la banda, del músico, y de cada persona que ha hecho de Pink Floyd parte importante de su vida. Pero también integró y emocionó a jóvenes que no conocían y se expusieron a la experiencia.
Sí, fue costoso, pero traer a Colombia un espectáculo de estas magnitudes vale el aplauso enorme. Elevar tanto la vara con el mismísimo maestro de ceremonias que usó su tapete para tocar música, mover fibras, y dejar claro su mensaje de intolerancia ante la intolerancia, vale una memoria eterna.
"Holly Laessig, Jess Wolfe", las cantantes de Lucius llenaron de su tinte las versiones de la noche. Foto: Pilar Mejía/Semana
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