PERSONAJE

Wolfram Eilenberger, o la filosofía para el mundo de hoy

El pensador alemán Wolfram Eilenberger busca acercar la filosofía a la vida cotidiana de la gente. En su visita a Medellín, para el Hay Festival, habló con SEMANA sobre las grandes preguntas de hoy.

2 de febrero de 2019
Eilenberger nació en Friburgo en 1972. Además de ser filósofo ha practicado el periodismo. | Foto: annette hauschild/ ostkreuz

Como columnista de los diarios Die Zeit y Der Spiegel, ha escrito sobre temas como fútbol y política, y en 2011 fundó la revista Philosophie, dirigida al público general. En ambos roles, Wolfram Eilenberger ha querido llevar la filosofía más allá de los círculos académicos y acercarla a las preocupaciones y el lenguaje cotidiano de la gente.

Este año sumó un nuevo proyecto a su esfuerzo de divulgación: su libro Tiempo de magos no solo recorre las vidas de los filósofos Martin Heidegger, Ernst Cassirer, Ludwig Wittgenstein y Walter Benjamin entre 1919 y 1929, sino que encuentra puntos de contacto entre esa década clave para el pensamiento y las preguntas que el mundo hace hoy a la filosofía. “La turbulenta geopolítica actual coincide en algunos puntos con la crisis posterior a la Primera Guerra Mundial; la información masiva y poco confiable de la propaganda es similar a las actuales ‘fake news’; y revoluciones científicas, como la relatividad, voltearon la forma de ver el mundo como ahora lo hace la virtualidad”, afirma.

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Para Eilenberger, la capacidad de plantearse interrogantes que no pueden responder define en parte a los seres humanos y le da sentido a la filosofía. SEMANA definió con el autor una breve lista de temas actuales para conocer sus reflexiones y preguntas al respecto.

Felicidad

La idea de que la filosofía debe responder a la pregunta por la felicidad está sobrevalorada. Los cuatro filósofos que protagonizan Tiempo de magos llevaron vidas muy difíciles y estuvieron lejos de ser felices en un sentido superficial. A pesar de ello, Witgenstein, quien la pasó muy mal, dijo antes de morir: “Díganles que tuve una buena vida”. No se refería a una suma de placeres, sino a la satisfacción de haber hecho un esfuerzo por comprender. Quienes, bajo el rótulo de filósofos, tratan de dar recetas para ser feliz son farsantes que convierten la filosofía de la vida cotidiana en una promesa imposible. La filosofía no gratifica con la felicidad sino con una comprensión más clara de sí mismo y el mundo.

Deporte

A algunos pensadores les gusta asociar el fútbol y la guerra, ven la grandeza del deporte en la confrontación. Eilenberger no comparte esa posición. La popularidad del fútbol coincide con el crecimiento de las ciudades en el siglo XIX y con la valoración de lo irónico que llegó en esa época: un grupo de personas enfrentadas a una situación que no pueden resolver, obligadas a dominar un balón con extremidades no aptas para eso. Es un estado permanente de humillación. El fútbol no se trata de logros sino de fallos. Los errores abarcan un altísimo porcentaje de lo que ocurre a lo largo de esos 90 minutos. Pasa muy poco, un partido puede acabar sin una sola anotación; en ese juego reina el vacío, una celebración de la carencia, por eso no encaja en una sociedad del exceso y la saturación como la estadounidense. Ese lado de la condición humana genera identificación: ver personas que toman su responsabilidad en medio de adversidades para las que no están naturalmente preparadas.

El caso del ciclismo es similar. Hay una fascinación con los competidores en sus ascensos, y la curva trazada por esas montañas se parece a la estructura de la tragedia de Aristóteles. Según este filósofo, los hombres se vuelven más puros al ver cómo otros sufren y esa catarsis solo es posible si los héroes son más puros que ellos. Todo ese esquema se complica cuando los héroes están dopados y hacen trampa; ese reflejo habla de la sociedad actual y la imperfección de los ídolos.

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Libertad

Es uno de los conceptos más complejos y una de las preguntas más explosivas que enfrenta la filosofía. Wittgenstein lo planteaba así: piensen que están perdidos en un pueblo muy pequeño, perplejos, la filosofía no es la puerta para salir del pueblo sino la mirada para entender en qué punto están parados, ver con claridad el terreno que rodea y reconocer nuevos caminos gracias a esa comprensión. A partir de allí cada uno puede construir una forma de libertad. Muchos filósofos que trabajan en la esfera moral y ética se enfocan en las normas, en lo que se supone que hay que ser y hacer. Eilenberger cree más valioso partir de la virtud de la filosofía para describir y comprender.

‘Fake news’

En los años veinte, la época sobre la que trata su libro, el debate sobre noticias falsas era muy fuerte en Alemania. También la información se había acelerado gracias a una explosión del mercado de los medios y a la popularidad del teléfono. La información circulaba más rápido que nunca, pero esto ocurría junto a una crisis de credibilidad. Puede que la forma de sortear esa crisis, tanto entonces como ahora, sea evitar fijarse demasiado en los datos y los hechos. Estar correctamente informados solo ofrece el punto de partida para empezar a pensar. Los hechos no liberan, sino la mirada crítica sobre ellos, y ese asunto está más cerca del rol de la educación que del de los medios.

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Religión

Hay que establecer una diferencia entre “lo que creemos que existe y lo que incorporamos a nuestra vida como experiencia”. Una experiencia religiosa tiene mucho poder y nadie puede rechazarla o negarla por hechos comprobables. Esa tensión enfrenta a algunos científicos, como Steven Pinker o Richard Dawkins, con algunos filósofos: rechazan la religión como forma de vida al no encontrar cómo comprobarla desde un modelo científico. Eilenberger se siente cercano a Wittgenstein en este tema. Piensa que las creencias y la forma de vida religiosa son algo inherente al ser humano y merecen respeto.

Liderazgo

El concepto de liderazgo es muy delicado para los alemanes porque la traducción más precisa de “líder” es “führer”, una palabra que no pueden separar de su historia y que los confronta con lo que esa forma de liderazgo fuerte les quitó. En ese sentido el “liderazgo blando” de Angela Merkel es muy afín con lo que buscan. Las figuras de poder suelen surgir como respuesta a la historia de cada región. Las preguntas a este respecto deben apuntar no solo a la historia, sino a comprender los contextos.

Memoria y reconciliación

Eilenberger dice que no conoce en detalle sobre el proceso que transcurre en Colombia. Pero en el caso de Alemania, en los últimos cincuenta años el reto de lidiar con la historia ha definido la identidad del país. Muchas identidades nacionales están basadas en sus grandes logros como nación o como respuesta a la forma en que han sido victimizadas. En cambio la identidad alemana está construida en relación con los crímenes cometidos. A veces se pierde de vista esa definición en términos negativos, pero ahora que están llegando refugiados es posible hacer esa mirada desde otros ojos y muy de cerca.

Siente que construir el camino hacia la reconciliación mirando hacia el pasado tiene un muy alto precio. Para los griegos clásicos, el camino para perdonar exigía tener la fuerza y el valor de olvidar, no de hacer un ejercicio de memoria. En el caso de Alemania, tuvo que pasar una generación para que la siguiente empezara a relacionarse con esa parte de la historia que los hijos del nazismo y los de las víctimas no se atrevían a tocar. Desde entonces esa conciencia ha sido total.

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Muchos artistas, cineastas y escritores alemanes sienten que si no abordan esos temas nadie les prestará atención en el mundo. Quizá algo similar les pasa a los colombianos respecto a la droga y el conflicto. Desde afuera, están encasillados. Eilenberger dice que no se atrevería a dar un consejo. Pero siente que en este punto, cuando aún está tan viva la historia, no habría que plantearse la pregunta por la memoria y la reconciliación en términos de recordar u olvidar, sino de reconocer. 

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