CINE
Nuestras batallas: una dura e inesperada fuente de optimismo
Esta película realista francesa retrata tanto el mundo laboral en una bodega de ventas por internet como la esfera cotidiana de una familia de provincia.
Título original: Nos batailles
País: Francia
Director: Guillaume Senez
Guion: Raphaëlle Desplechin y Guillaume Senez
Actores: Romain Duris, Lucie Debay y Basile Grunberger
Duración: 98 min.
Calificación: 3 estrellas.
Al comienzo, esta película del director belga Guillaume Senez parece encajar perfectamente con una tradición reciente del cine europeo, que incluye, entre otras, a La ley del mercado (2015) y Recursos humanos (1999), la cual muestra desoladoramente el efecto que ha tenido, en el espectro de las relaciones humanas, la economía posindustrial. Esa que ha encontrado la manera de exprimir más a fondo a los más pobres y desesperados; optimizada y con toda clase de herramientas tecnológicas.
La primera escena muestra a Olivier Vallet (Romain Duris), el líder de un equipo de trabajo, en una bodega de algún portal de ventas por internet, discutiendo sobre el desempeño de uno de sus hombres con una mujer que le notifica que lo despedirá porque “no pone el suficiente empeño en su trabajo”.
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Ahí el terreno resulta tristemente conocido: la inflexibilidad de los patronos, la indignación poco o nada efectiva de los trabajadores, la atomización de los intereses, la dificultad o imposibilidad de la solidaridad entre colegas.
Pero, a medida que avanza, el filme va ampliando su campo de interés. Primero vemos a Laura (Lucie Debay), la esposa de Olivier, llevando a su hijo Elliot (Basile Grunberger) a una cita médica; y a partir de ahí se va delineando el otro lado del mundo que ha construido esta familia: la esposa cansada y nerviosa, sus dos hijos (hay una niña interpretada enternecedoramente por Lena Girard Voss) con sus rutinas escolares y alimenticias, las largas jornadas del padre que no le permiten pasar tiempo en casa.
Hay una desconexión enorme entre ambos mundos, como si la esfera familiar, con sus complicidades, apoyos y pequeñas solidaridades, continuara siendo un refugio ante estas relaciones de poder asfixiantes y desconsideradas que tan claramente se revelan en las dinámicas de la bodega.
Gracias a la aproximación cálida de la película y a la atención que le presta a cada uno de sus personajes, la balanza eventualmente se comienza a inclinar hacia el optimismo, aunque sea levemente. Y si bien hay algo extrañamente placentero en ver retratadas las opresiones económicas del presente sin clemencia y sin miramientos (el placer un poco cruel de quien presiente un naufragio, lo anuncia y luego sucede), la cinta toma otro camino que resulta quizás no del todo coherente con su premisa, pero que es alentador y bienvenido.
Cabría preguntarse acá por ese placer antes mencionado del pesimista que se goza las catástrofes porque le confirman su visión negativa de la naturaleza humana. Preguntarnos si no será que el dejarnos llevar por ese placer permite e incita a que cosas terribles sucedan. Pero, a fin de cuentas, es una pregunta que no se puede responder con certeza. En esta reseña, solo cabe aclararle a esos pesimistas engolosinados con el abismo que tienen muchos otros filmes que le permitirán gozar a sus anchas y que acá sí hay un aroma de caos y opresión, aunque no es lo único y, eventualmente, tampoco lo principal.
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Vea aquí el tráiler.
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