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Serie de la semana: ‘Shōgun’, Japón en los años 1600 recreado maravillosamente y lleno de intrigas y pujas de poder
Desde ‘Juego de Tronos’ no se veía una trama tan cautivante y un esfuerzo de producción tan esmerado como el que logra el sonado estreno de Star+ y Disney+. La miniserie de diez episodios además equipara, y quizá supera, a su gran antecesora ochentera.
Para una adaptación televisiva, siempre será un enorme reto ser fiel a los valores que hacen de su material de inspiración una obra cautivante, y este material fuente, en muchos casos, es una aclamada novela a nivel mundial. La apuesta se hace aún mayor cuando de ese célebre escrito ya se ha hecho una serie de televisión galardonada y reverenciada.
Es el caso de Shōgun. Ambas versiones televisivas se basan en la novela homónima best seller de James Clavell; y si bien la nueva tiene mucho por probar, también ostenta méritos para salir airosa.
Vale retroceder primero. En los años ochenta, la novela fue llevada por primera vez a la pantalla chica con un elenco estelar, liderado nada más y nada menos que por íconos de Oriente y de Occidente como lo eran Toshirô Mifune (1920-1997) y Richard Chamberlain (nacido en 1934). La mini serie serie de cinco episodios (se puede encontrar casi en su totalidad en archive.org) recibió los aplausos merecidos de la crítica y unos cuántos premios Emmy.
Parte de su éxito, además del reparto increíble y el intenso relato de familias peleando por el control de un territorio sin cabeza definida, con un británico en el medio, sobreviviendo al hacerse pieza vital del juego de poder, era su sentido de equilibrio. No se trata de una mirada exclusivamente occidental sobre Japón en los años 1600, más bien un diálogo que a la vez es un choque de culturas en una etapa marcada por los vientos de guerra, con mucho respeto por los códigos de honor y el marco religioso de la época.
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Esa versión mereció toda la atención en su momento, y, afortunadamente para los amantes de la historia, la nueva es nada menos que impresionante. Desde Juego de Tronos no se veía una puja de poder tan intrigante como la que consigue esta entrega de diez episodios de Shōgun, que estrenó dos capítulos ya y semanalmente irá completando su trama.
Y vale anotar que, a diferencia de Juego de Tronos, esta serie no obliga a sus espectadores a forzar sus ojos, sirviéndose de una iluminación maravillosamente lograda.
Con una ambientación cuidada hasta en los más pequeños detalles y una trama que entrelaza poder, costumbres y choques violentos entre intereses, fe, religión, honor y familia, el estreno de Star+ y Disney+ asombra y atrapa.
Porque verla es sumergirse en una investigada recreación de Japón en los años 1600, justo cuando el líder supremo muere y un vacío de poder mueve a las distintas familias encargadas de regularse y balancearse entre ellas hacia una inevitable guerra.
Esto sucede mientras a costas niponas llega un navío al borde del naufragio neerlandés pilotado por un británico cuya misión original, con 500 hombres en varias embarcaciones, era pillar asentamientos católicos portugueses en esas tierras, en nombre de su fe protestante.
Sin embargo, diezmado, hambriento y enfermo, con tan solo 12 hombres sobrevivientes y enfermos a su mando, el piloto John Blackthorne trata de salvar su vida. Y lo hace cuando asimila que su presencia y su conocimiento del mundo pueden desequilibrar la balanza entre las familias. Esto lo entiende antes que nadie Yoshii Toranaga, el más amenazado de los lores feudales, pues es quien lo salva, y no propiamente por altruismo.
El choque de culturas y de corrientes cristianas también se hace así protagonista. Porque Blackthorne desprecia todo lo que es católico, pero se ve insertado en una sociedad donde el único protestante es él y donde los jesuitas tienen intereses poderosos, así como alianzas con los comerciantes portugueses.
Shōgun no decepciona en su ambiciosa propuesta. Sus actuaciones, su vestuario, sus peinados, sus coreografías y sus intrigas son nada menos que excelentes. Al frente de la producción se encuentra el notable Hiroyuki Sanada, quien no solo interpreta con un brío y madurez al protagonista Yoshii Toranaga, también es productor de la serie, y se preocupó por hacerta tan genuina como fuera posible.
Lo acompañan talentos como Cosmo Jarvis, interpretando a John Blackthorne, el aguerrido y hasta insolente extranjero, y la talentosa Anna Sawai, quien da vida a Toda Mariko, una joven que servirá de traductora entre los dos mundos y cuyo honor familiar está en juego.
Esta producción estadounidense, filmada en Vancouver, actuada y hablada en japonés (y algo de inglés, para reemplazar el portugués), apoyada en todos sus detalles clave por talentos enormes y consultores históricos, ofrece una visión de lo que se siente fiel a la época que retrata y a sus dinámicas. Por eso, y porque se quiere devorar, Shōgun es la serie recomendada de la semana.
Notas de producción
Locaciones
Filmada en locación en Vancouver, Shōgun contrató asesores especialistas de Japón para que trabajaran con el equipo canadiense en lo que se convirtió en una colaboración impecable entre talentos orientales y occidentales al servicio de contar una historia japonesa verdaderamente auténtica.
Con el compromiso de ser fieles a la época, los platós, las locaciones, la escenografía, la utilería y las construcciones de Shōgun se diseñaron para que el espectador –y el elenco– creyeran que estaban inmersos en el Japón feudal de 1600.
Para encontrar lugares auténticos para emular el aspecto que habrían tenido los castillos, los salones, las aldeas y los jardines en esa época, se consultó a historiadores y coleccionistas de arte y antigüedades, ya que no existe material fotográfico de esa era.
Diseño de vestuario
El período Sengoku fue una etapa de transición, que se manifestó en la expresión y en el arte. Para el diseñador de vestuario Carlos Rosario, eso significó que podía crear más elementos creativos que tal vez no hubieran sido posibles históricamente justo antes o después de este período.
“Absolutamente todas las partes del vestuario que se ven en Shōgun fueron hechas a mano – dice Rosario–. Decidimos desde el principio que era importantísimo para nosotros hacer todo”. Esto les permitió controlar todos los detalles del vestuario, como las telas, los colores, el estilo y la manera en la que se cortaban y se cosían los trajes.
“Teníamos un equipo en Japón que nos mandaba constantemente telas únicas. En mi primera reunión con Hiroyuki, él me dijo, ‘Carlos, asegúrate de obtener el hilo apropiado, tiene que ser japonés’”.
Maquillaje
Los niveles jerárquicos en Japón se veían en la apariencia de cualquier integrante de la sociedad, intencionalmente o no. Cientos de aldeanos, samuráis, señores, señoras, koshos, guerreros y niños, con una apariencia apropiada a su estatus social, fueron diseñados y elaborados por el departamento de maquillaje de Shōgun.
La diseñadora de maquillaje Rebecca Lee utilizó una paleta de colores fiel al maquillaje de la época, usando tres colores principales para los personajes de clase alta: blanco para el delicado tono porcelana de la piel, negro para los ojos y rojo para los labios. En esa época, como la mayoría de los cosméticos debían extraerse de la cocina o el jardín, el rojo provenía del extracto de las flores de cártamo o beni. “No pudimos encontrar algo exactamente igual al color derivado de las flores de cártamo –explica Lee– por lo que creamos nuestro propio color rojo, que es el que se ve en todas las mujeres del palacio”.