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Sherlock Holmes: cuatro grandes enigmas
Panamericana Editorial saca una edición con cuatro novelas del detective: “Estudio en escarlata”, “El signo de los cuatro”, “El sabueso de Baskerville” y “El valle del miedo.” A modo de introducción, Mauricio Palomo Riaño se adentra en el mundo de Sherlock Holmes y de su creador, sir Arthur Conan Doyle.
Conocedor absoluto de la ciencia de la deducción, a la que se debe enteramente, sensible a los acordes del violín, químico excelso, solitario por antonomasia, ya que, en palabras de él mismo, una compañía agita y resta observación, amante de la cocaína en los momentos de ocio, cuando la ausencia de trabajo intelectual no le permite mantener la cabeza funcionando, amigo leal y lector absoluto de los entornos en los que impacta, es Sherlock Holmes, una lumbrera parida desde los dedos de su creador. Parte de su configuración se la debe al profesor de medicina Joseph Bell, quien le impartió catedra en la universidad de Edimburgo a sir Arthur Conan Doyle, uno de los cerebros luminosos del género negro para muchos, y que por potentes afirmaciones de su personaje principal se vio superado por este en un lapso de tiempo muy corto, constituyendo un asunto sobresaliente dentro de la literatura.
Con una traducción impecable hecha por Juan Fernando Hincapié y una ilustración de carátula que rinde tributo a la atmósfera del género, a cargo de Andrés Rodríguez, Panamericana Editorial acaba de lanzar en una edición maravillosa un volumen de una suma de periplos por la capital londinense, Estados Unidos, La India, entre muchas otras geografías, conformando las cuatro novelas que dieron origen a Sherlock Holmes. Así pues, Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, El sabueso de Baskerville y El valle del miedo emergen en esta presea de la editorial, y de la mano de un narrador en primera persona que no viene siendo otro que el querido Dr. Watson, el lector se adentrará en los movimientos de la capital inglesa del siglo XIX, entre carruajes que traquetean por callejas empedradas y en medio de los laberintos y vericuetos que la estructuran.
Los antecedentes de Conan Doyle son, sin duda, igual de atractivos a la pericia de su personaje; un padre alcohólico, una carrera de medicina que no le dio para ejercer porque la precariedad lo asaltó en un tramo de la vida y la escritura que se apareció para salvar esa dignidad de habitante del mundo. Su ideal de novelas históricas y cargadas de datos cartográficos, que eran su meta como escritor, terminaron sucumbiendo ante la inconmensurabilidad de uno de los mejores personajes de la literatura universal de todos los tiempos, y para buscar una salida a esa afición por ellas, terminó por hibridarlas con la sagacidad de su detective, del que todo el mundo empezó a solicitarle más y más casos cada vez. El punto de la maravilla que es Sherlock para la literatura lo deja percibir perfectamente la madre de Conan Doyle cuando, presintiendo su final, le dice muy seria a su hijo: “líbrate de hacerle el más mínimo daño a una persona tan simpática y educada como el señor Holmes”.
Pasan por el cuidado de este libro cuatro novelas, entonces, de la génesis sherlockiana, que dejan percibir en su interior, de manera perfecta, la importancia de los diálogos de los que las dotó su autor. En los contenidos el lector asistirá a un truco del oficio, sello literario de Conan Doyle; lo importante no es mostrar quién es el asesino, aun cuando circunstancialmente se termine sabiendo. Lo importante en estas cuatro tramas es el cómo se descubre, y las motivaciones que hicieron posible ese correr de la sangre por estas páginas, todo de la mano del Sr. Holmes, respetable vecino de la calle Baker, en una Londres de sortilegio.
En esta generosa edición recordaremos, además, de sir Arthur Conan Doyle, el magistral manejo de sus descripciones, el atractivo híbrido de cartografías reales e imaginarias, circundando la Inglaterra de Holmes y Watson. Químicos, venenos, persecuciones por el Támesis, huellas de sabuesos endemoniados, venganzas; por amor y por dinero, y múltiples sorpresas en el pasar de cada página. Aguarda por el lector la modestia de un detective asombroso, al que, no obstante, le encantan las adulaciones, y del que nunca se podrá decir que se lleva los honores, puesto que la buena imagen siempre será para la policía de Scotland Yard, demasiado inferior en asuntos de investigación.
Son las cuatro novelas que publica Panamericana Editorial en esta entrega, un paseo también por la lógica y por la capacidad incuestionable de análisis y observación que tiene el detective mejor construido de la literatura, porque sí, Poe escribió a Dupin, del que Conan Doyle tiene herencia, Agatha Christie hizo emerger a Miss Marple y a Hércules Poirot, Simenon dio a luz a Maigret y Chandler a Marlowe, por nombrar algunos de una lista brillante, pero es definitivamente Sherlock Holmes el que se lleva los elogios, por la figuración en todos los órdenes, porque no hay nadie a quien se le pregunte que no pueda dar cuenta de él y por el talento evidente de su autor para poner en tinta las tramas más enrevesadas y darles al final una solución que estaba a la vista de todos. El descubrimiento que tiene el lector sobre los finales de las tramas de Conan Doyle demuestran diáfanamente el proceso coherente y verosímil que tuvieron en sus médulas. Sin duda que el británico perfeccionó uno de los géneros más cautivantes de la literatura.
Hay, también aquí, tiempo para fragmentos hermosos, para la música, para la poesía y para las certeras verdades que también salpican estas páginas. Acompañan el humor, ciertos dejos de ironía, pasajes de metaliteratura, y una suerte de espejos de tinta que te auscultaran las interioridades.
¡Cuidado, lector! En el momento que camines por el andén recordando la lectura de este prodigio, te parecerá percibir que los siglos se invierten, las nomenclaturas se transforman. Con sacoleva y frac ingleses abordarás un carruaje en ruidoso traqueteo por las calles de Londres, le pagarás unos cuantos peniques al cochero y te verás golpeando la antigua puerta de la vieja dirección 221B de la calle Baker, la amable Sra. Hudson te abrirá, y un olor a tabaco inaugurará el ascenso por las escaleras hasta las habitaciones de esta dupla fascinante, unos ojos inquisidores y ávidos de aventura se estrellarán contra los tuyos, y el dueño de una voz reconocida entre la tinta que creíste haber leído y no vivido estirará una mano con múltiples heridas, a la par que pronunciará los apellidos más influyentes del grandioso género negro: Mr. Holmes, para servirle, y este es mi amigo, el Dr. Watson.
Quédense a vivir por un tiempo en este asombro que trae a ustedes Panamericana Editorial.
*Mauricio Palomo Riaño es profesor de literatura y escritor.
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