ENTREVISTA

“Si me toca hacer un ‘mea culpa’ por ‘Rosario Tijeras’, lo hago”: Jorge Franco

‘El cielo a tiros’, el nuevo libro de Jorge Franco, ahonda en un tema polémico: la memoria del narco en Medellín y cómo los rezagos de esa cultura mafiosa aún sobreviven en la ciudad.

1 de diciembre de 2018
Franco, que ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2014 por ‘El mundo de afuera’, ha escrito siete novelas y un libro de cuentos. | Foto: León Darío Peláez

Jorge Franco vuelve a publicar un libro sobre Medellín y el narcotráfico. Pero esta vez, a diferencia de Rosario Tijeras, su gran novela de 1999, se enfoca en los estragos que dejó el fenómeno varios años después de la desaparición del cartel de Medellín. El protagonista, Larry, el hijo de un narco, vuelve a la ciudad 20 años después de su exilio para reclamar el cadáver de su papá. Esta más El mundo de afuera y Rosario conforman lo que podría ser una gran trilogía de los últimos años de Medellín.

SEMANA: Usted suele decir que sus novelas nacen de alguna idea o imagen que no se puede quitar de la cabeza. ¿De dónde salió ‘El cielo a tiros’?

JORGE FRANCO: Tiene dos orígenes. El primero es la noche de la alborada en Medellín, que celebran cada 30 de noviembre; una fiesta llena de luces, ruido, trago y rumba, pero que tiene un origen mafioso y paramilitar. Y el otro es una imagen mucho más antigua, de finales de los años ochenta, cuando yo veía a los hijos de los narcos en los bares, los centros comerciales o los cines. Ambas me permitieron mirar con más detenimiento el legado del narcotráfico en la sociedad y en el comportamiento de la gente hoy.

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SEMANA: Es interesante contar la historia a partir del punto de vista del hijo de un narco que regresa 20 años después a la ciudad que dejó.

J.F.: Cuando yo los veía en esa época, ya notaba el peso que cargaban por esa historia y esa vida que ellos no habían escogido, pero les tocaba vivir. Claro que en ese momento era muy difícil verbalizar ese sentimiento porque ellos pertenecían al otro bando, a los ‘malos’. Pero ahora que ha pasado el tiempo y que uno mira las cosas con más objetividad, es claro que ellos también eran víctimas. Además, escogí esta voz narradora porque representa muy bien un aspecto de la sociedad en Colombia y en Medellín, que todo el tiempo vive (como los hijos de los narcos) con un pie en la legalidad y otro en la ilegalidad. Y eso no solo en cuanto a lo narco, sino también a lo político, a la vida cotidiana, a la tendencia de buscar siempre el atajo. Una mentalidad de dinero fácil que sigue muy enquistada en nosotros.

Hay una generación de jóvenes que hoy ven al narcotráfico con una mirada muy generosa

SEMANA: ¿Qué tantos rezagos cree que quedan de la cultura narco en Medellín?

J.F.: Es claro que hay un antes y un después en Medellín a partir de la muerte de Pablo Escobar; también reconozco que hay muchos avances: el Estado, así como la misma sociedad han hecho grandes esfuerzos a partir de la educación y de la cultura, pero yo constantemente estoy regresando a Medellín y siento que ese legado en muchos aspectos sigue vivo. Lo más preocupante, para mí, es que hay una nueva generación que no vivió los momentos más difíciles en carne propia y hoy ven al narcotráfico con una mirada muy generosa. Son muchachos que, al no tener la historia muy clara, tienden a idealizar a estos personajes como héroes. Eso, de alguna manera, ha estado influenciado por la manera en la que se han mostrado estos personajes en televisión y en la propia literatura. Incluso, si tengo que hacer un mea culpa por el caso de Rosario Tijeras, lo hago.

SEMANA: Pero su intención fue buena…

J.F.: Yo en los libros trato de mostrar el drama humano, la problemática, pero sin tomar partido. Cuando escribí Rosario Tijeras, mostré una mujer en un proceso autodestructivo, en una sinsalida que la llevó a su muerte violenta. También pongo un dedo en la llaga, no tanto en los protagonistas del negocio del narcotráfico, sino en los que están afuera, en la misma sociedad, que yo creo que algunas veces tiende a repetir la historia y los errores.

SEMANA: ¿Y entonces cómo narrar esa parte de la historia para no idealizar a los narcos?

J.F.: Es difícil porque el país aún no ha superado el tema del narcotráfico. Hoy en día hay cifras que muestran miles de hectáreas cultivadas, lo que indica que el negocio sigue, incluso con más fuerza. Pero, al mismo tiempo, soy un gran defensor de la teoría de que todo país tiene que contarse a sí mismo. Por eso, creo que hay series, libros y manifestaciones artísticas sobre el tema del narcotráfico importantes e incluso necesarias para conocer la historia. De hecho, si nos ponemos a mirar, eso ha hecho la literatura en todo el mundo: contar los errores, las fisuras, los problemas. Así que hay que contarlo, pero al mismo tiempo hay que ser responsable y sensible con el tema, y pensar que estas historias tienen unos efectos secundarios en lectores o espectadores, y que hay que tratar de anticiparlos.

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SEMANA: Ese debate es muy pertinente ahora que Medellín está en ese dilema sobre qué hacer con los sitios que fueron icónicos para la historia de la mafia. ¿Qué opina sobre eso?

J.F.: Creo que la memoria se debería conservar, precisamente, para que no se olvide ese fragmento tan doloroso de nuestra historia. Se debe cambiar, más bien, el discurso hacia esos lugares. Por ejemplo, cuando veo muchachos que se hacen selfis con tipos como Popeye, creo que algo no está funcionando respecto a cómo contamos nuestra historia. Yo, paralelamente, ando metido en otro proyecto sobre liderazgo con los jóvenes para recalcar los verdaderos valores del liderazgo, que no son los que se han percibido en la televisión, ni en las series, ni en la literatura.

SEMANA: ¿Usted cree que la gente en Medellín es consciente de que todavía quedan algunos reflejos del narcotráfico?

J.F.: Aunque todos reconocen que hay avances muy importantes, hay algunos que dicen que la página no se ha pasado completamente. Algunos incluso afirman que aunque no hay un Escobar ni una guerra abierta contra el Estado, la cosa está peor. Tal vez, algunas voces no quieren que eso se haga público y piensan que “la ropa sucia se lava en casa”, pero creo que sí son conscientes de lo que pasa.

SEMANA: Un personaje secundario de la novela es el reguetón, que ha entrado con mucha fuerza en Medellín ¿Cómo ve ese fenómeno en la ciudad?

J.F.: Se escuchan muchas historias sobre la relación entre lo narco y ese boom del reguetón en Medellín, pero yo no las planteo en la novela porque no me constan y no las he investigado. Pero sí veo que esa música refleja un vacío en la sociedad; esas letras que no dicen nada están siendo bien recibidas por una nueva generación que, a la hora de la verdad, no está sintiendo nada. Por eso se acopla tan bien con esta nueva sociedad que es un poco facilista, vacía y superficial.

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SEMANA: Con esta, usted habla de Medellín en tres novelas en momentos muy distintos: ‘El mundo de afuera’, antes del fenómeno narco; ‘Rosario Tijeras’, durante la guerra; y esta, que ocurre 20 años después. ¿Lo hizo deliberadamente?

J.F.: Cuando estaba escribiendo esta novela me di cuenta de que estaba haciendo una trilogía desordenada de Medellín, pero de forma totalmente inconsciente. Rosario Tijeras, la primera que escribí, es una fiesta muy colombiana, con drogas, muertos, sexo y todo tipo de excesos. El mundo de afuera, la segunda (que se basa en el secuestro del empresario Diego Echavarría Misas en 1971), son los preparativos, lo que se sentía antes de esa fiesta, los campanazos de alerta que anunciaban lo que se venía. Y esta es como el guayabo, la resaca, el legado que nos dejó el narcotráfico.

SEMANA: ¿Qué cosas en común hay en las tres visiones de Medellín?

J.F.: Hay cosas que necesariamente no han cambiado de nuestra idiosincrasia y que están muy cercanas al tema de la ilegalidad, incluso desde antes de la aparición del narcotráfico. Es el amor por el dinero. En nuestra cultura siempre ha existido una ambición muy clara por el enriquecimiento. Eso ha tenido sus facetas positivas, claro, porque ha llevado a Medellín a tener cierta prosperidad económica. Pero cuando llega el narcotráfico y crea ciertos canales de ilegalidad, estos fueron adoptados por otros sectores de la sociedad. Ese es precisamente el problema: que aún algunos los siguen utilizando.