Cultura
Sophia Vari, el eterno amor de Fernando Botero, falleció; así fueron sus últimos días
La pareja se conoció durante una cena en París, cuando ambos estaban casados. Tras la separación del pintor, comenzaron una relación que se prologó por cuatro décadas.
Tras un largo proceso de lucha contra el cáncer falleció en Mónaco, a los 83 años, Sophia Vari, la esposa del reconocido artista antioqueño Fernando Botero, con quien compartió una relación de más de 40 años.
Sophia Vari fue una artista griega, nacionalizada colombiana, nacida en la localidad de Vari (Grecia) en 1940. Su trabajo artístico se centró a lo largo de su carrera en la pintura, la escultura monumental y los collages en tres dimensiones.
Su obra ha sido reconocida en la tendencia de la moderna escultura clásica, con líneas de abstracción y una faceta de multiculturalidad en donde ha plasmado diferentes culturas alrededor del mundo, especialmente la cultura griega.
Vari estudió Bellas Artes en L’École des Beaux Arts de París, caracterizando desde entonces su obra por el manejo del volumen y el color, dando “un sentido de las formas, un juego de síntesis que semejan movimientos ligeros, criaturas que parecen reclamar al paisaje y el entorno, en un diálogo de provocación, juego de sensualidad”, tal como lo reseña Banrepcultural, la Red Cultural del Banco de la República en Colombia.
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La musa de Botero
Vari se conoció con el maestro Botero durante una cena en París, en casa de la marquesa de Crussol. Para ese entonces, él ya era un artista atildado y ella una joven y prometedora pintora griega, de nombre Sofia Canellopolos.
Ambos estaban casados en ese momento. Él, por segunda vez con la valluna Cecilia Zambrano, y ella con un próspero industrial griego, cuya familia vivía en París desde hacía tres generaciones. “En ese momento pensé que era la mujer más divina que había visto en la vida”, dijo Botero a SEMANA en una entrevista.
Y dos años después, cuando Botero se separó de su esposa, el recuerdo de ese primer ‘flechazo’ lo hizo llamarla por teléfono. Comenzaron a salir. Inicialmente las conversaciones sobre arte a la hora de almuerzo servían como coartada. Pero, poco a poco, el arte fue dando paso al amor.
Sin embargo, la cosa no era tan fácil . “Aunque mi matrimonio era fatal, uno de esos matrimonios de conveniencia, no estaba dentro de mi esquema mental sostener una relación fuera de él. Además, el éxito de Fernando, su éxito con las mujeres me daba miedo. Yo creía que la relación era importante pero imposible”, comentó alguna vez Sofía.
Y, como en las grandes historias de amor, contrariando todos sus principios, Sofía se enamoró locamente, y decidió abandonar a su marido, para rehacer su vida al lado del pintor colombiano.
Botero también quería rehacer su vida. Pero, “el tipo de relación que forjamos”, diría el maestro hace algunos años, “fue fríamente estudiado. Aceptando los dos que el matrimonio convencional asfixia, decidimos analizar cuáles eran nuestras necesidades mutuas, y simplemente llenarlas”.
La forma como las llenaron evoca relaciones de avanzada como la de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Según palabras del propio Botero en SEMANA, “en esta relación, nada es automático”. Él tiene su apartamento-estudio en Saint Germain des Press, y ella en Montparnasse. Viven juntos casi todos los días de la semana, pero cada noche se utiliza un mecanismo de consulta previa en que las dos partes, sin explicar, pueden manifestar su deseo de estar solos.
“La concentración de nuestro trabajo es tan grande, que ninguno de los dos quiere distracciones frívolas”, dice Botero. Y a menos que un cuadro o una escultura esté terminada, y se quiera la opinión del otro, sólo se vuelven a ver en la noche.
La pareja disfrutaba de su relación viajando por el mundo: a París, a Italia, a Colombia, a Nueva York. Y solían disfrutar de los veranos en la residencia de Pietra Santa, en Italia, donde el maestro colombiano tiene su taller. Un pueblo idílico de la Toscana, donde se encuentran los mejores talleres del mundo para la escultura en mármol.
Botero, que es pintor la mayor parte del año, se conviertía en escultor y colega de Sofía en esos meses. Y en esa casona, el trabajo se alternaba con paseos en moto por todos los pueblitos de la región.
Sin embargo, en distintas ocasiones Sofía Vari confesó que uno de sus lugares favoritos en el mundo es Colombia. “Me gusta todo lo colombiano”, aseguró años atrás. “La comida, los paisajes, la montaña, el aguardiente. Hasta lo caótico que es Colombia...”.
Y dijo que se sentía tan colombiana, que dos veces llegó a Bogotá sin recordar que, como ciudadana griega, debía sacar una visa para entrar al país, por lo que fue necesario recurrir a las palancas del pintor para lograr que ingresara al país.