Historia
Fischer-Spassky: 50 aniversario de una batalla geopolítica sobre un tablero de ajedrez
La Guerra Fría en 64 casillas, el “match del siglo” celebrado en las tierras neutrales de Islandia cumple medio siglo y esta crónica devuelve al lector a la emoción, la locura del contexto y la tensión de los hechos.
Enero de 1972: la Guerra Fría se libra sobre un tablero de ajedrez. El soviético Boris Spassky pone en juego su corona de campeón mundial frente al estadounidense Bobby Fischer. El duelo, en Reikiavik, durará dos meses.
Unos 50 millones de telespectadores seguirán las alternativas de esta “partida del siglo”, cargada de las tensiones entre el Este comunista y el Oeste capitalista y de las extravagancias del “fenómeno” Fischer. La AFP estuvo allí para contarlo.
“Diametralmente opuestos”
A un lado del tablero, Bobby Fischer, de 29 años, ocho veces campeón de Estados Unidos. “Con una energía considerable y una voluntad feroz de vencer, ganó 101 de las 120 partidas que jugó en los últimos cinco años”, resume un despacho.
Nacido el 9 de marzo de 1943 en Chicago y criado en Brooklin, aprende a jugar al ajedrez a los 6 años, con su hermana. A los 15 obtiene el título de Gran Maestro y deja la escuela para dedicarse al ajedrez. Si algo no le falta, es confianza en sí mismo.
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“Tiene muy pocos amigos y no desea hacerse de otros”, cuenta un despacho.
Frente a él, Boris Spassky, de 35 años, un hombre “con un carácter diametralmente opuesto”, campeón del mundo desde 1969. Periodista de formación, casado, con dos hijos.
Nació en Leningrado en 1937 y durante el sitio de la ciudad por las tropas nazis fue enviado a un orfanato en Siberia. Puro producto de la escuela de juego soviética, alcanza el grado de Maestro Internacional a los 16 años, gana el título mundial juvenil a los 19 y se convierte en Gran Maestro.
“Modesto, ‘bon-vivant’ y afable, sus adversarios elogian su calma”.
Caprichos y atrasos
Por primera vez desde 1946, un mundial de ajedrez no se define entre soviéticos. Y Fischer es el primer estadounidense en disputar una final. Había que encontrar un terreno neutral. Será la capital de Islandia.
Fischer multiplica sus caprichos antes de aceptar. Exige una renovación total del Palacio de los Deportes, con alfombrado nuevo, temperatura bloqueada a 22,5 grados, aislamiento acústico, cámaras ultrasilenciosas.
Un día antes de la primera partida, no da señales de vida. Spassky se impacienta. Henry Kissinger, consejero del presidente estadounidense Richard Nixon, llama por teléfono al imprevisible prodigio, para convencerlo de acudir a la cita.
Finalmente, “el 4 de julio, sale del avión, con apariencia cansada”. Por la tarde, envía un representante a la ceremonia de apertura. Spassky exige disculpas.
La competición se inicia el 1 de julio, con nueve días de atraso. El mejor en 24 partidas será el vencedor. Cada victoria vale un punto y las tablas medio punto. Si el match acaba igualado en 12, Spassky retendrá la corona.
“El escándalo del siglo”
El 11 de julio, Spassky llega “bajo fuertes aplausos”, con 20 minutos de adelanto. Se instala, sin nadie enfrente. Finalmente, Fischer irrumpe, “empuja a los fotógrafos, se precipita hacia Spassky, le da la mano” y se instala a su vez.
En la sala, con 2.500 espectadores, “el match del siglo” empieza por fin.
Los rivales se tantean. En la jugada 28, todo parece indicar que habrá tablas. Pero Fischer comete dos errores incomprensibles y abandona en la jugada 56.
Tras ese fracaso, el estadounidense esquiva las cámaras y el público y no se presenta en la segunda partida. “El público está decepcionado y exasperado”. Spassky gana por abandono y saca dos puntos de ventaja.
La prensa denuncia el “escándalo del siglo”. Un Gran Maestro ironiza: “Después de haber exigido sacar las cámaras y vaciar las primeras filas, Fischer acabará pidiendo que saquen a Spassky”.
Peor aún: Fischer desaparece. La tercera partida está programada para dos días después. Kissinger vuelve a llamarlo: “Por favor, siga jugando”.
El 16 de julio, la sala está llena a rebosar, pero la tarima está vacía: los dos adversarios juegan en una pequeña sala contigua. Spassky aceptó las condiciones de Fischer. Hay quienes ven en eso un mal presagio para el campeón saliente.
Y de hecho, Spassky pierde.
La cuarta partida termina en tablas y en la quinta el soviético abandona.
El puntaje, ahora, está igualado.
Dos partidas para la historia
La sexta partida es una de las más estudiadas. Spassky abandona en el movimiento 41.
“Estoy orgulloso de esta partida. Ha sido una de mis mejores”, dice Fischer a la AFP. “Cuando Spassky se unió al público para aplaudirme, pensé: ‘¡que gentleman!’”.
En el resto del duelo, Spassky ganaría solo una partida, la número 11.
En la 13a, “un combate entre dioses del tablero”, Spassky acaba abandonando. El ruso “felicita a Fischer, se vuelve a sentar y medita durante seis minutos, con la mirada perdida en el tablero”.
Fischer cabalga hacia la victoria. Spassky, aquejado por un malestar, pide aplazar el 14o encuentro. Luego siguen siete tablas. En la partida 21 se encuentra en una posición muy difícil.
El juego se suspende y al día siguiente, 1 de septiembre, Spassky anuncia que no lo reanudará. El estadounidense, que todavía está durmiendo, se convierte así en el undécimo campeón mundial de ajedrez, poniendo fin a la hegemonía soviética.
Depresión y desaparición
Spassky, despojado de su corona, vuelve a Moscú y se sume en la depresión. Se le prohíbe jugar y el KGB lo vigila. Consigue recuperarse. En 1976 se casa con una francesa y se instala en París.
Fischer no volverá a disputar nunca más una competición oficial. En 1975 rehúsa defender su título frente a Anatoli Karpov y pierde el título.
En 1992, volvió a la escena ajedrecística para disputar en Montenegro una partida “de revancha” contra Spassky, y vuelve a derrotarlo.
Conspiracionista, antisemita, renuncia a su nacionalidad estadounidense para evitar ser encarcelado en Japón.
Se naturaliza islandés y muere en el país donde había obtenido su corona, el 17 de enero de 2008, a los 64 años.
64, como las casillas de un tablero de ajedrez.
Raphaëlle Picard * AFP