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“The Five”, el libro que recupera la humanidad de las mujeres asesinadas por Jack el Destripador

La obra escrita por la historiadora estadounidense Hallie Rubenhold, quien hace parte de la edición número XVI del Hay Festival Cartagena, Colombia, es la primera biografía que ahonda en la vida de las cinco víctimas de Jack el Destripador.

Santiago Serna Duque / Agencia Anadolu
25 de enero de 2021
Jack el Destripador. (Crédito obligatorio: National Police Gazette). Cortesía de Agencia Anadolu
Jack el Destripador. (Crédito obligatorio: National Police Gazette). Cortesía de Agencia Anadolu | Foto: Jack el Destripador. (Crédito obligatorio: National Police Gazette). Cortesía de Agencia Anadolu

Para la edición número XVI del Hay Festival Cartagena, primera versión en Colombia completamente digital, la Agencia Anadolu habló con la historiadora estadounidense Hallie Rubenhold, quien en su más reciente obra (The Five) rescata la vida de Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Kate Eddowes y Mary Jane Kelly, las cinco mujeres asesinadas por Jack el Destripador en el barrio londinense de Whitechapel en 1888.

El libro, ganador del premio de no ficción Baillie Gifford, es la primera biografía que ahonda en las historias de las cinco víctimas de Jack el Destripador.

Hallie, también autora de dos libros de no-ficción, entre los que se encuentra “The Covent Garden Ladies”, el cual inspiró la serie “Harlots”, que se transmite en Hulu y Amazon, habló sobre la importancia de recuperar las narrativas de las víctimas, de cómo fue su proceso de documentación para escribir este texto y de por qué Jack el Destripador -a pesar de ser un asesino real- fue ‘ficcionado’ hasta el punto de ser comparado con personajes como Drácula.

En la televisión, en el cine, en la literatura y, últimamente, en las series, hay una gran fascinación por la vida de los asesinos en serie. ¿Es justo que se le dé esa importancia al victimario y se excluya la historia de las víctimas?

No, no es justo y la omisión es totalmente culpa nuestra. Nos hemos acostumbrado a contar la historia de un crimen en formato héroe contra villano. La narrativa siempre trata sobre un ‘héroe’ (generalmente un detective de policía, y a menudo un hombre) persiguiendo a un ‘villano’ (el asesino, también generalmente un hombre). De esta manera, las historias de crímenes se convierten en hombres que hacen que el mundo sea seguro.

Es una narrativa patriarcal tradicional. Sin embargo, hace que la historia de un crimen real sea muy lineal: permite que se cuente de una sola manera.

Al adoptar diferentes puntos de vista comenzamos a ver lo que significa un crimen en una sociedad de una forma más holística. Al examinar las versiones de las víctimas, o de una comunidad, o de las familias de las víctimas, todavía podemos contar una historia real del crimen, pero nos permite ver el crimen bajo una luz completamente diferente. Nos ayuda a comprender el impacto de ese hecho y los seres humanos involucrados.

¿El hecho de que las mujeres que Jack el Destripador mató eran supuestas prostitutas las deshumanizó y las envió al olvido?

No hemos escuchado las historias de estas mujeres antes porque la gente siempre ha estado más interesada en Jack el Destripador y en resolver el misterio de su identidad.

Para la mayoría de la gente, Jack el Destripador ha sido como un juego, y ellas son solo pistas en este misterio. Es como si su historia -la de Jack- comenzara con el deceso de estas mujeres. Se creó el imaginario de que ellas no importan y fallecieron solo para crearlo.

Desafortunadamente, esta es la forma en que se nos ha transmitido todo esto a lo largo de 133 años, y está mal. Es éticamente incorrecto que debamos tener tanto interés en un asesino y casi convertirlo en una estrella de rock. Por otro lado, olvidamos a los seres humanos que mató, el hecho de que tenían familias y amigos que también sufrían. Nos convertimos en cómplices de esto si solo estamos preparados para ver a Jack el Destripador como un juego o imaginarlo como una persona ficticia: era real, al igual que las personas que mató.

Lo que en parte les ha permitido ser olvidadas es la etiqueta que les dieron -’prostitutas’- a los ojos de los victorianos. Eran mujeres que, según este mundo, merecían su destino. Las veían como “defectuosas”. Nuestra sociedad todavía juzga a las mujeres, por lo que siempre nos ha resultado fácil creer y aceptar la afirmación de que “Jack el Destripador mató prostitutas”.

En los países latinoamericanos, la era victoriana -y sus valores- se entiende como un ejemplo de sociedad educada. ¿Era tan ideal y perfecta o, por el contrario, era un mundo de exclusión y chovinismo masculino?

Es interesante que la época victoriana sea recordada por su refinamiento. En el Reino Unido se recuerda como una era de contrastes, de pobreza extrema y de riqueza y opulencia también extremas, aunque incluso la gente aquí (en Reino Unido) se sorprende al escuchar lo empobrecida que estaba gran parte de la sociedad y lo que eso realmente significaba.

A finales del siglo XIX, en el momento de los asesinatos del Destripador, el 25% de la población vivía en la pobreza extrema, lo que significaba hambre, períodos de falta de vivienda y una existencia precaria.

En este plano, la vida de las mujeres pobres era aún peor, ya que había menos oportunidades. En realidad, no fue sino hasta el siglo XX cuando un mayor número de mujeres tuvo mejor acceso a la educación, a oportunidades laborales que les permitieron ganar salarios y tener acceso a métodos anticonceptivos para disfrutar de mejores perspectivas en la vida. Cuando contamos la historia de la época victoriana, a menudo pasamos por alto estas imágenes problemáticas.

¿Fue la prensa londinense de finales del siglo XIX la que desfiguró la imagen de Mary Ann Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Kate Eddowes y Mary Jane Kelly?

La caracterización y deshumanización de las víctimas del Destripador no sucedió solo a manos de la prensa del siglo XIX. Sucedió durante los 132 años posteriores a los asesinatos.

Ocurrió en el siglo XX, cuando estas mujeres se volvieron cada vez más sexualizadas por la cultura popular en los años 50, 60 y 70, y Hollywood ayudó a que parecieran menos individuos y más como versiones caricaturizadas unidimensionales de las “prostitutas victorianas”.

Debido a que estas mujeres se deshumanizaron cada vez más a lo largo de los años, el interés en saber quiénes eran también se redujo, por lo que se permitió que la leyenda del Destripador siguiera viva sin ser cuestionada.

Las víctimas están en el corazón del acuerdo de paz en Colombia que buscó detener un conflicto armado de varias décadas. ¿Por qué es importante hablar de ellas?

Devolver las narrativas de las víctimas al centro de la historia de un crimen ayuda a disminuir el poder de quienes las mataron. Los asesinos, no importa quiénes sean, no merecen triunfar. No merecen tener la última palabra y hasta que la gente defienda a las víctimas, el asesino siempre tendrá el poder de dominar la historia de lo sucedido. De esta manera, también ayudamos a devolver a las víctimas la dignidad y la humanidad que se les quitó. De alguna manera, les permite volver a vivir.

¿No le parece extraña esa caricaturización casi infantil a la que ha llegado la figura de Jack el Destripador? Es decir, su mismo anonimato lo transformó en una especie de personaje mítico que adoptó el carácter de un monstruo de ficción.

Algo muy extraño ha sucedido con Jack el Destripador: aunque era una persona real que mató a mujeres reales, su nombre y crímenes han entrado en la leyenda, como si fuera un personaje de ficción. A menudo veo el nombre de Jack el Destripador junto a los nombres de otros monstruos míticos: Drácula, Frankenstein, etc.

Creo que esto ha sucedido no solo por el misterio que rodea los crímenes del Destripador, sino porque también sucedieron aproximadamente en el mismo momento cultural en el que Sherlock Holmes y Drácula fueron inventados. La atención se centró en un Londres de misterio y horror.

La persona real y los crímenes reales se mezclaron con los inventados. Tenemos que cambiar esa historia de leyenda y recordarle a la gente que hablamos de un asesino en serie que mató brutalmente al menos a cinco mujeres.

Si esto hubiera sucedido hoy, o incluso hace cincuenta años, dudo que estuviéramos celebrando al asesino de la misma manera.

¿Cómo fue su proceso de documentación para escribir este libro?

Cuando comencé mi investigación sobre las víctimas me sorprendió que nadie hubiera intentado antes escribir un libro completo sobre estas mujeres, o poner sus vidas en contexto. Se han escrito obras genealógicas más pequeñas, pero ninguna que haya intentado una inmersión profunda en sus vidas. Siempre que se ha mencionado a las mujeres en el pasado, por lo general es en el contexto de contar la historia del Destripador. Es como si sus vidas solo importaran en el gran plan de intentar descubrir la identidad de su asesino.

Como se había publicado tan poco sobre ellas, utilicé cada fragmento de información de los archivos que pude encontrar para reunir las historias de estas mujeres. Lo más importante que debo decir es que trabajé a partir de documentos y cualquier especulación que he incluido está dentro de los límites de lo que la historia ya nos cuenta sobre cómo vivían las mujeres y los pobres de esos tiempos. Leí muchas obras históricas secundarias para contextualizar la información que encontré sobre estas mujeres.

Pasé mucho tiempo en los archivos y extraje mi información de una variedad de registros diferentes: censos, registros de nacimiento/matrimonio/defunción, registros escolares, registros de viviendas sociales, registros de asilos de trabajo, registros del Ejército, todo. De hecho, existe una gran cantidad de información que nos habla sobre la vida de los pobres, ¡solo tenemos que buscarla! Me tomó tres años desde que comencé a armar una propuesta para el libro hasta verlo en el estante.

Finalmente, tras escribir este libro, ¿por qué la compararon con el negacionista del Holocausto, David Irving?

Cuando se publicó “The Five”, fui atacada por un grupo de personas que se hacen llamar ‘riperólogos’ (quienes estudian a Jack el Destripador) y que se ven a sí mismos como expertos en el tema. Con muy pocas excepciones, ninguno de ellos es historiador ni académico: son aficionados sin formación profesional en historia o investigación que han leído libros y seguido la leyenda del Destripador durante años.

Como yo no era una de ellas, no tomaron amablemente mis teorías, especialmente mi afirmación de que no había encontrado ninguna evidencia de que tres de las cinco mujeres estuvieran involucradas en el comercio sexual.

Ahora me doy cuenta de que había interrumpido toda la narrativa del Destripador con mi libro. Esta narrativa significa mucho para muchas personas. Algunos han invertido décadas de sus vidas tratando de identificar al asesino, otros han construido una identidad para sí mismos en torno a ser un ‘riperólogo’. No solo soy una forastera (y una mujer), sino que, fundamentalmente, “The Five” desafía la validez misma de la búsqueda de los ‘riperólogos’.

A esta corriente le gusta tratar lo que cita como “hechos”, pero al hacer la investigación para el libro pronto aprendí que estos “hechos” se derivan de un cuerpo de evidencia profundamente problemático. Las declaraciones de los testigos, que supuestamente documentan los movimientos finales de las víctimas, son, salvo contadas excepciones, todas inverificables.

En mi introducción explico claramente que he excluido las declaraciones de testigos que nunca conocieron personalmente a las víctimas, pero pensaron que pudieron haber visto algo en una calle oscura.

La respuesta de los ‘riperólogos’ a esto fue extrema. Recibí mensajes que me decían que era una perra mentirosa y que era una trabajadora anti-sexual. Un hombre me persiguió repetidamente durante varios días, constantemente, hora tras hora, alegando que yo era una mentirosa y que había engañado a mis lectores. Otro ‘riperólogo’ se puso en contacto con un locutor que me había entrevistado en un intento de persuadirlo y convencerlo de que yo tenía “citas manipuladas”.

Lo peor fue el podcast de dos horas, grabado por un grupo furioso de ‘riperólogos’, quienes afirmaron que yo había ignorado deliberadamente la evidencia. Denunciaron mi trabajo como ficción y a mí como el peor tipo de historiadora, antes de compararme con el negador del Holocausto, David Irving.

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