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‘The Last of Us’: en esta gran adaptación del venerado videojuego, el hongo es el peligro, el ser humano también
La esperada producción de HBO Max está a la altura de las expectativas. El escritor original del juego y el creador de la genial ‘Chernobyl’ ofrecen una experiencia tensa y brutal que es mucho más que apocalipsis. Sin spoilers, un mapa de lo que puede esperar.
No tengo manera de responder si esta serie es o no perfectamente fiel al videojuego en el que se basa, venerado por quienes lo experimentaron porque los asustó hasta los huesos y algo les movió en el alma también. No lo jugué. Lo que sí puedo decir es que la serie ofrece en sus nueve episodios una aventura que se sostiene por sus propios méritos.
Ahora bien, ambas creaciones se pueden considerar indivisibles. La escritura nació del videojuego, su creador Neil Druckmann es parte activa de la producción y algunos de los actores que prestaron sus voces y cuerpos para el juego retoman sus roles (no los principales). Incluso Gustavo Santaolalla, quien hizo la música de las entregas interactivas, suma su arte en la adaptación.
Quienes vivieron el juego, conozco a varios, lo consideran una prueba de la existencia del arte narrativo de primer nivel en este medio. Les hizo sentir físico terror y, en paralelo, vivir un elemento genuino y profundo que nace de las relaciones afectivas. Pero, ¿pueden traducirse estas sensaciones al formato de serie de televisión/streaming? ¿Pueden aterrar y agitar afectos profundos también? Es más sencillo cuando se parte de una historia intrigante, y HBO se planteó responder a las preguntas desde ahí.
Para la fusión entre juegos y producciones de pantalla grande y chica hay una audiencia innegable. Solo por mencionar casos recientes, la plataforma Paramount + aseguró que su producción más vista es Halo, su adaptación de un videojuego de lucha futurista. Las películas de Sonic han facturado bien (para usar un verbo de moda) y viene una película de Mario Bros. que seguramente borrará de la memoria la horrible que protagonizó Bob Hoskins. La taquilla está, el público es fiel a los juegos que lo mueven, pero no es insultar a nadie asegurar que Sonic no es cine memorable y Halo no es televisión de primera línea. Ni siquiera es un punto de venta de la plataforma (que impulsa su saga Yellowstone y el universo que acarrea, con sus producciones 1923 y 1883).
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Es aquí donde entra en escena HBO Max para tratar de romper el molde con The Last of Us (TLOU), la serie con la que la cadena de televisión y su servicio de streaming pretenden arrancar firme en 2023, aspirar a uno que otro premio (como todas sus series de cabecera) y también acallar por un rato el ruido de los tiempos complejos que vive. Porque en medio de su fusión con Discovery, ha visto parte de su integridad comprometida y parte de su catálogo desaparecido (adiós Westworld). Pero, en honor a la verdad, a esta nueva y flamante producción no la salpica la inestabilidad.
Creada por Craig Mazin, el cerebro detrás de la genial miniserie llamada Chernobyl, TLOU es digna de su creador y de la tradición de la cadena de cable que empezó la era dorada de la televisión con una producción como Oz* y que cimentó oficialmente con series como The Sopranos y The Wire. TLOU no está a la altura de estas dos obras maestras de la televisión y tampoco de Chernobyl, pero ninguna serie lo está, así algunas se acerquen.
*Curiosamente, Oz llegó hace poco a Paramount +, así como la gran Deadwood, ambas se televisaron originalmente en HBO*
No es exagerado decir que TLOU cautiva con su ambientación, con sus amenazas y con sus actuaciones. Se cimenta de manera muy fuerte desde un par de episodios iniciales que rayan con lo cinematográfico, en los que establece el marco de desesperanza y las resultantes dinámicas brutales de poder y supervivencia.
Hay poco lugar para la redención y la esperanza en este mundo, devastado en 2003 por unos hongos Cordyceps que infectaron y poseyeron a millones de personas (en la vida real, esto hacen esos hongos con algunos insectos). La tierra ha quedado reducida a pequeños focos de supervivencia entre vastos focos de infección, focos desolados y focos de peligro incierto. Por el género mismo de la historia, hay ecos de series como The Walking Dead y de películas como I am Legend, 28 Days Later... y Dawn of the Dead, pero tiene un factor diferencial en la relación central.
Esta tiene lugar entre Joel (Pedro Pascal), un tipo endurecido por su tiempo en el ejército y por la pérdida personal que le representó el caos del hongo infeccioso y Ellie (Bella Ramsey), una adolescente de 14 años que debe sobrevivir a toda costa. A lo largo de la serie, la relación entre ellos muta de una conveniencia desconfiada que los hace chocar a una simbiosis de alcances emocionantes, emotivos y también inquietantes.
Joel y Ellie deben viajar juntos. Deben sobrevivir, pero antes de entrar en esa materia aprendemos sobre por qué se ven en esa situación. No está libre de inconsistencias leves, pero la historia se soporta mientras sortean ese camino, a través de ciudades como Boston, y uno que otro edificio o museo, con una dosis firme de contratiempos y sustos, en gran parte causados por estos humanoides infectados e interconectados, de movimientos repentinos y cabezas invadidas por el aterrador micelio floreciente. Además de que parecen cacarear de manera macabra, se mueven como gallinas asesinas a gran la velocidad (y por su hechura, el departamento de arte y maquillaje merece su reconocimiento).
La tensión y la expectativa se mantienen durante el desarrollo, en el que también se dibujan los matices de la humanidad llevada al límite. Esto pues, en paralelo a esta amenaza de hongos, se libra una lucha entre un poder militarista que controla lo que queda de sociedad y un grupo guerrillero que se rehúsa a ese destino subyugado. Como en toda guerra, así se enfrente un enemigo en común como el exterminio de la raza, las consecuencias suelen ser terribles.
Sumado a este entramado narrativo básico se nos presentan varias líneas paralelas o anteriores en el tiempo, partes del rompecabezas que se hacen fascinantes en su propia ley. En estas, actuaciones como las de Anna Torv, en el rol de Tess, dejan huella sentimental, así como las de Nick Offerman y Murray Bartlett en sus roles de Bill y Frank, una pareja desde la cual los creadores de la serie osan introducir el amor por un inesperado momento.
Del otro lado, participaciones como las de Melanie Lynskey (Kathleen) ilustran por qué da pánico la gente con poder y venganza como razón de ser, mientras Lamar Johnson (Henry) ofrece el desagarro emocional. Hay una gama amplia aquí de colores sentimentales, mayoritariamente grises y oscuros, pero con pequeñas grietas por las cuales entra algo de luz.
En lo que al estilo visual y narrativo se refiere, en varios momentos se siente y se agradece el sello ‘chernobiliano’ de Mazin. Dos flashbacks brillantes vienen a la mente: la escena que nos devuelve a los setentas, en la que en televisión hablan científicos y avizoran el peligro que llegará, rememora el estilo y el voltaje de en la serie del desastre nuclear; y la secuencia en la que se revela el descubrimiento de esta situación, que no tiene ni cura ni vacuna y solo deja lugar a una bomba, lo demuestra un maestro en filtrar escenarios catastróficos con su lente narrativo.
Tuve la oportunidad de ver la serie, de experimentarla, y no solo quiero más, quiero también darle el chance al juego. Parece inevitable pues que, entre este domingo 15 de enero (cuando HBO y HBO Max suelta su primer episodio de 80 minutos) y el domingo 12 de marzo, cuando cierre su temporada, TLOU tendrá en vilo a la teleaudiencia y a internet desde los domingo para convertirse en un hongo infeccioso en nuestra conversación. Y en un mundo que vivió una pandemia global hace relativamente poco, uno que otro paralelo avivará debates.