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“The Mandalorian”: la Fuerza de Star Wars se toma el streaming
Luego de una serie de entregas decepcionantes, el universo de George Lucas revive en una serie de Disney+ que parece diseñada para el marketing, pero se ha ganado el respeto de los seguidores con sus personajes y el tono original de la saga.
A lo largo de varias décadas, el fenómeno Star Wars no hizo más que crecer exponencialmente en seguidores, en escala cultural y en proyección económica, y, por esa razón, una realidad ha perseguido sus producciones: la saga es tan masiva que contentar a sus seguidores es casi imposible.
Lo sabe bien su padre, George Lucas; en los episodios IV, V y VI (los primeros que Lucas filmó y estrenó desde 1977) creó su universo fantástico y galáctico con más recursividad que dinero y no esperaba una recepción masiva. Muchos años después, con todo el presupuesto del mundo y todo el peso de la expectativa, el mismo creador entregó los episodios I, II y III con más pena tecnológica que gloria. En ese momento, a comienzos de este siglo, se hizo evidente que su creación ya le pertenecía al público y este no le perdonaba –ni siquiera a él– muchos de sus caminos y métodos. En la taquilla no les fue mal a las películas, la expectativa era demasiado alta para no hacer dinero (una constante en esta saga), pero fueron menos que memorables.
Tras comprarle a Lucas su creación, Disney entró en escena esta década que termina con mucho vigor, pero pocos resultados a la hora de restablecer la mística de la serie entre sus seguidores. Cuando el cine aún era rey, la compañía de Mickey apostó por revivir Star Wars con una nueva trilogía de episodios (VII, VIII y IX) que, aunque tuvieron sus momentos, parecieron más diseñados para atender tendencias y replicar fórmulas pasadas que dejar capítulos memorables. Aun así, permitieron despedir a figuras icónicas como Luke Skywalker, Leia Skywalker y Han Solo, y a la vez crear figuras de nueva generación para audiencias jóvenes, como Rey, Ben Solo y un nuevo androide muy ‘jugueteable’. En cuanto a las cintas separadas, Solo y Rogue One, solo la última logró cautivar a los seguidores, pero no les fue bien en taquilla.
En ese marco creativo, desolado como los vastos desiertos de Tatooine, millones de seguidores habían renunciado a ver algo sostenidamente digno del tono creativo de Star Wars y se habían contentado con sus restos. Pero la era del streaming les tenía guardada tremenda sorpresa: un camino de regreso a la Fuerza. Desde su estreno en Estados Unidos, en noviembre de 2019, cuando se lanzó el servicio de Disney+, la serie The Mandalorian ha sido el caballo de batalla. Y desde noviembre también lo es en Colombia (los viernes estrena episodios en todo el mundo).
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La responsabilidad de pelearle a Netflix no es sencilla, y no la recibe sola (el universo de Marvel, que lucha a su lado, estrena su serie WandaVision en 2021), pero por algo The Mandalorian fue la primera apuesta. En apariencia, la serie parece apoyarse en los ingredientes de siempre: una producción del turbulento universo galáctico nutrida por nuevos personajes. Entre estos, uno hiperfamoso conocido como Baby Yoda (pero con nombre propio): tierno, verde, igualito a su antepasado y expresivamente pequeño que nació para ser juguete. Por fortuna, una vez se ve la serie, se entiende su respeto por el legado, el tono, la creatividad y la hechura de Star Wars. Se entiende que Baby Yoda es más que una excelente excusa para vender.
En el centro de todo se encuentra un cazarrecompensas intergaláctico (el Mandalorian) que solía cumplir misiones sin cuestionar sus implicaciones, como su credo y el gremio de sus colegas de oficio se lo dictaban, pero que, frente a una misión que no puede ejecutar cambia su historia. La misión es Baby Yoda (el único spoiler, mínimo, de este artículo), y en esa interacción entre el adulto y el niño también se desarrolla una temática sobre relaciones improbables y cómo se hacen fuertes.
La audiencia percibe y abraza ese ángulo narrativo en su sencilla complejidad porque hace de la serie más que una aventura sin alejarse de esta. En ese primer episodio, antes de que se desenvuelva la historia, un androide particular marca el camino: se ve tan real y rústico a la vez que recuerda la mejor inventiva de la RoboCop de Paul Verhoeven (en sus espectaculares disparos ciegos y la rotación de su cintura) y lo mejor del espíritu creativo de Star Wars, que mezcla lo entretenido, el homenaje y algo sencilla y legítimamente “chévere”.
Así pues, cuando The Mandalorian presenta la acción, es increíble en realización, en edición y en escala, y cuando suma a la trama los matices dramáticos con tintes de familia extendida y paternidad, la hace aún más emocionante y aterrizada. Aparte, gracias a un personaje como Kuiil (cuya voz en inglés hizo Nick Nolte), la serie presenta los matices de tiempos inciertos de posguerra y las justificaciones de cada cual sobre de qué lado luchó y por qué razones lo hizo. Especial resulta la reflexión sobre la capacidad de seguir viviendo y reinventarse con un nuevo propósito, tras vivir ese debate interno y externo.
Lo que cuenta está bien, pero hay que destacar la manera en la que lo hace. The Mandalorian integra gráficas por computador, pero no son su raíz, porque vale aprender de lo bueno de George Lucas y también de sus errores. Ahí yace el éxito de Baby Yoda. La audiencia acepta la ilusión de un muñequito por sus ojos vivos, sonidos peculiares y los pequeños grandes gestos que hacen valer cada una de sus apariciones. Y el Mandalorian, su máscara y armadura, no son tema menor.
Los androides, bestias y personajes peculiares son grandes ingredientes de esta saga, aparecen en su comedia y en su peligro, especialmente en escenarios sobrecogedores. Y en lo que a música respecta, desmarcándose del enorme John Williams, pero rindiéndole homenaje, Ludwig Goransson consigue música con identidad propia que eleva a épica una producción ya excelente. Incluso en sus créditos, la serie presenta ilustraciones hermosas, dignas de atención, que revelan un punto de vista distinto de las escenas claves del episodio. No hay detalle no curado.
Detrás de la producción se encuentra Jon Favreau, un hombre que (curiosamente) actúa en roles secundarios, pero como realizador se ha convertido en el ‘niño dorado’ de Disney. Favreau dirigió Iron Man en 2008, para Marvel, y abrió una autopista multimillonaria de entretenimiento; con Disney ha gestado varias películas en live action, entre ellas El rey león y El libro de la selva. Hace lo que quiere, y lo que quiso esta vez fue ser fiel a un tono que la gente extrañaba en Star Wars sin repetirse. Lo consiguió, The Mandalorian regresa a las raíces porque las expande respetando un tono y un asombro.
El último episodio estrenado antes del cierre de esta edición (episodio 13: Los Jedi) capturó un momento mágico y brutal protagonizado por una legendaria jedi hasta ahora desconocida para todos, menos para los expertos. De esta manera, la serie sigue dando momentos de emoción y diversión pura, de los que los seguidores han esperado por décadas en la pantalla grande. Así le abrió la puerta a sentir la piel de gallina por cuenta de la Fuerza en 2020.