MÚSICA
Rock al Parque, versión 2.5: mirar para atrás y mirar para adelante
Admirado en Latinoamérica por su condición masiva y gratuita, el festival que dio pie a múltiples congregaciones ‘al parque’ llega a su aniversario 25 cargado de música, pero también de debates sobre su evolución.
Es impensable imaginar los últimos 24 años de Bogotá sin Rock al Parque, un festival que nació para darle a la escena rockera un escenario y, a sus fieles adeptos, un espacio, una especie de templo en el que se funden estrellas, héroes y espectadores. Desde su creación en 1995, por obra y gracia del músico Mario Duarte, el empresario Julio Correal, y Bertha Quintero, entonces subdirectora de fomento del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, la capital deposita durante tres días su alma en este evento, que año tras año, congrega a cientos de miles de creyentes, en su mayoría jóvenes, de distintas regiones, países y creencias.
A pesar de los detractores, que siempre ha tenido y tendrá, a Rock al Parque (RAP) no le tomó mucho tiempo ser sencillamente esencial. Canalizó las esperanzas y frustraciones de varias tribus urbanas, les ofreció una parrilla predominantemente pesada, pero variada, y así, de a poco, se consolidó en un evento masivo que en los mayores picos de su historia ha sumado entre 300.000 y 400.000 almas en tres días.
25 años no se cumplen todos los días.
RAP ha pasado por los parques Olaya Herrera, El Tunal y El Renacimiento; La Media Torta, y la Plaza de Toros La Santamaría, la misma que en la primera edición hospedó el cierre con una boleta paga (la única vez que se cobró). Sin embargo, el Parque Simón Bolívar se alzó como su casa, y su plaza, su templo. Por esta han desfilado las bandas más significativas de la escena bogotana y nacional de las últimas décadas: Aterciopelados, La Pestilencia, Ultrágeno, 1280 Almas. La cuota internacional se ha alimentado de íconos como Charly García, Andrés Calamaro, Café Tacvba, Robi Draco, Fobia, La Maldita Vecindad, ANIMAL, y bandas estadounidenses, suecas, alemanas, españolas, japonesas, congoleñas y más, como Anthrax, Carcass o Fear Factory.
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Pero más allá de su existencia y de la experiencia que ofrece, RAP genera constantes debates. Uno ha sido su realización, pues a pesar de ser patrimonio cultural de la ciudad, se le cuestiona la vida. Varias veces se le ha intentado apagar, como en 1998, cuando la gente se manifestó con firmas y lo rescató. Otros debates vienen por cuenta de su curaduría musical y de los criterios -a veces grises- de selección de las bandas. Y, por último, el uso político que le dan las administraciones distritales.
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Lo inolvidable
En este cuarto de siglo de historia de Rock al Parque, hay miles de postales increíbles. Desde curiosas, como la granizada que en 2007 hizo que se cancelara una de las jornadas, hasta algunas rituales, como los ‘pogos’, de decenas de miles que, antes de entrar, soportaron requisas de los pies a la cabeza. Pero, sobre todo, se recuerdan espectáculos como los de Morfonia o el de Policarpa y sus viciosas compartiendo tarima en el parque Olaya Herrera; o el asombro que produjo la primera aparición de la poesía oscura de Robi Draco o la energía incontenible del Superlitio de los años noventa. También hay sensaciones: sentir la Plaza del Simón Bolívar temblar con Pachuco de La Maldita Vecindad o durante el concierto de La Pestilencia; llorar, con Déjate caer de Los Tres y toque de Charly García. Brincar al son funk de Illya Kuryaki and the Valderramas y descubrir actos de fusión alucinante como Jupiter & Okwess. Y claro, ser testigos de Apocalyptica hechizando la plaza con sus violonchelos (en la foto arriba).
Descargar energía en un baile agresivo pero sin lastimar, el espíritu del pogo que la mayoría de veces se cumple.
Lo imperdible en este 2019
El festival había anunciado desde 2018 su aniversario para el mes de noviembre de 2019 pero adelantó sus fechas para el 29, 30 de junio y el 1 de julio. Para estas, presentó un cartel que despertó la atención de muchos que habían dejado el evento en el retrovisor. Reclutó a figuras rutilantes e históricas como Fito Páez, músicos premiados y visionarios como Gustavo Santaolalla, una cuota femenina liderada por la talentosa Rita Indiana, y la inclusión de Juanes, que parecía no tener cabida en esta fiesta. Se suma una cuota pesada con bandas como Deicide, conciertos intrigantes como el de The 5 6 7 8’s de Japón, y tres funciones para padres e hijos, el domingo en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, por cuenta de 31 Minutos, espectáculo del inteligente programa de títeres chileno. Se suman bandas distritales, bandas de Medellín, de Pasto, y una serie de shows especiales de Odio a Botero, Pornomotora, Under Threat, The Klaxon, La severa matacera y Pedrina.
La apuesta estará en el gran cierre. La Orquesta Filarmónica de Bogotá ofrecerá un tributo sinfónico con un repertorio de canciones emblemáticas. A este se unirán varios de sus compositores: Pato Machete de Control Machete en ¿Comprendes Mendes?, Rubén Albarrán de Café Tacvba en El puñal y el corazón, Pedro Aznar en Tu amor, Draco Rosa en Penélope. También estarán Los Amigos Invisibles, en Mentiras; los integrantes de Kraken en Vestido de cristal; Elvis y Ricky de Estados Alterados, en Muévete; Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, de Aterciopelados en Maligno, y Mario Duarte en Ay, qué dolor.
Además, como desde hace un tiempo el festival es más que música, habrá talleres en los que, en esta edición, suma conversatorios de entrada libre. El 2 de julio, en la nueva Cinemateca de Bogotá, los músicos Zeta Bosio, Draco Rosa, Rita Indiana, Rubén Albarrán darán charlas, así como un panel especial con los artistas colombianos Aterciopelados, Kraken, Estados Alterados y La Derecha.
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¿Hora de reinventarse?
A pesar del amor que genera Rock al Parque, hay voces que plantean la necesidad de devolverle a este evento su misión original de promover la escena local de esta música. Una de estas es la del periodista y gestor José Gandour quien está en la etapa final de producción de su documental Distrital y popular, en el que a través de “entrevistas a 29 músicos y personajes que han estado cerca de este evento, intenta averiguar qué es, para qué sirve, para qué debería servir y cuál debería ser el futuro de RAP”. Entre las conclusiones que Gandour recoge, advierte que “el festival ha sido un sueño truncado, frustrado, que pasó del entusiasmo a la decepción”. Por eso, plantea que es hora de reinventarlo, “de recuperar su espíritu original”. Del otro lado, Idartes asegura que ha dotado al festival de un conjunto de actividades que lo hacen mucho más que un simple fin de semana de entretenimiento. Como siempre, RAP genera debate pero también ofrece música, y alredededor de esta todos se unen.