CULTURA

Tres décadas de punk en el cine colombiano

En 1990 el rodaje de ‘Rodrigo D: No futuro’ de Víctor Gaviria señaló el camino. Casi treinta años después la escena ha sido presentada desde múltiples miradas y nuevas producciones se adelantan.

5 de junio de 2017
Escena de la película Rodrigo D: No futuro (1990) de Víctor Gaviria

Cuando Víctor Gaviria se encontraba en la preproducción de Rodrigo D: No futuro se fue con su equipo para un toque de punk en una bodega en Medellín. Empuñaba una cámara 3/4 con la que pretendía registrar todo lo que en ese lugar sucedía: decenas de jóvenes punkeros, sudados, que se lanzaban puños y patadas a diestra y siniestra en medio del pogo y la escasa luz, al ritmo ruidoso de la clásica fórmula guitarra-bajo-batería y unas voces que más que cantar, gritaban.

“Y eso como que era una vaina ilegal, como que no se podía hacer toques en bodegas”, recuerda Víctor. En aquellos años era costumbre que los toques de punk terminaran al momento en que caía la Policía. Esa noche no fue la excepción. Cogieron a todo el mundo, incluido el equipo de Víctor, y los metieron a un camión. Adentro aprovecharon para hablar con algunos de los asistentes para comentarles la idea que tenían en mente. Era la misma que tiempo después culminó en la primera película colombiana escogida para la selección oficial del Festival Internacional de Cannes, en 1990.

Ganada la confianza de aquellos jóvenes de pelo desordenado y ropa gastada, Víctor y el equipo empezaron a frecuentar los toques en las terrazas de la Comuna 3 Manrique, y a los punkeros les gustaba cada vez más la presencia de la cámara.

“Me parecía que era poesía urbana, hablaba de esa realidad social de los barrios, y gritaban no más clases. Eran temas que recogían esa preocupación de esos muchachos de pocos recursos en unos barrios de mucha pobreza y violencia”, afirma Víctor.

Precisamente, de esa violenta Medellín, es la que huye el personaje que inspiró a Javier Mejía, director de Apocalipsur (2007), para crear al Flaco. La persona real, amigo del director, huye hacía Europa a estudiar artes y allá desaparece. “A raíz de ese suceso empecé a trabajar en el guion. Me impactó mucho Rodrigo D y vi que se podía hacer cine”, cuenta Mejía, quien dice que era inevitable no introducir, de alguna manera, aquellas vivencias por las que él mismo pasó.

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“¿No fuiste a la batalla de las bandas huevón?”, le pregunta el Flaco, interpretado por Andrés Echavarría, a la Comadreja, en la escena en la que están en una camioneta panel de la Policía fumando marihuana y que termina con el escape de ambos gracias a un tiroteo.

Javier Mejía tenía 14 años cuando aquel concierto de la Batalla de las Bandas, en 1985, puso a sacudir las cabezas de los jóvenes metaleros de Medellín, en la Plaza de Toros La Macarena, en la calle San Juan. Parabellum, Mierda, Láser y Excalibur tocaron ese día. Mala suerte para Spool que también interpretó sus temas, pero no acabaron como quisieron su presentación, sonidos muy suaves para un público que los quería pesados. Por eso las piedras y los vasos llenos de arena volaron hasta la tarima.

“La música era una forma de gritarle al mundo que estábamos vivos y que era muy difícil vivir en esos años”, recuerda Mejía.

Para la época de rodaje de Rodrigo D: no futuro y en la que se desarrolla Apocalipsur, punkeros y metaleros no se la llevaban bien. Por el contrario, “el punk y el metal eran dos escenas muy encontradas, no tanto por el estilo de vida, parecido, sino que era una situación de esa violencia y densidad emocional y espiritual”, recuerda Andrés Echavarría. Eso se confirma en esa escena en la que Rodrigo va a una casa a preguntar por el precio de una batería y le contestan: “mi hermano está vendiendo una batería, pero si la vende se la vende a los metaleros porque esos punkeros son unos aparecidos”.

Desde los años noventa, los cinéfilos punkeros han podido disfrutar una película por cada década. Ahora, Los Nadie (2016) llega con una nueva mirada sobre lo que significa ser punk en una sociedad y una Medellín cambiantes, pero que conserva rasgos de las películas de Rodrigo y el Flaco. Sebastián Mesa, director de este universo callejero a blanco y negro, recuerda todos los permisos que tuvo que pedir para sacar la cámara. Como cuando desconocidos pararon al equipo de producción por hacer un grafiti, les dijeron que sus jefes, las cabezas de los combos que se pelean los territorios, los regañaban si veían las paredes del barrio rayadas. El rodaje se reanudó a las dos horas, luego de una negociación.

“Medellín es una ciudad así, tiene personas que controlan los barrios, se llaman combos y se adueñan de los espacios”, dice Mesa, quien tomó como inspiración un viaje por Suramérica con unos amigos hasta Chile y Argentina donde pudo conocer a esos aventureros que con poco dinero en los bolsillos salían a buscar otro rumbo, o más bien, escapaban de la ciudad que les había tocado porque sí, por aquello de la teoría del caos.

Todos los personajes de Los Nadie se vincularon al proyecto de una forma interesante y entusiasta. Vieron en el filme un proyecto artístico. El equipo de producción buscó siempre personajes que no tuvieran que cambiar, sino que se representaran a ellos mismos y que le fueran encontrando confianza a la cámara y a jugar frente a ella. “En el caso de Angélica y Pipe fue difícil buscarlos porque no tenían ni celular ni Facebook”. Les tocaba ponerse citas a una hora, a las que Pipe y Angélica llegaban tarde pero comprometidos con la causa.

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“El Flaco asume esa postura de rechazo a la estructura social y política de manera muy humana. No ese punkero que quiere quebrar los vidrios, rayar y volverlo todo mierda. Es un rechazo emocional casi espiritual”, dice Andrés Echavarría, que inmediatamente se remite a recordar aquel poema de Porfirio Barba Jacob que el Flaco le recita a Caliche.

Tú en la Muerte rendido, yo en la Muerte, 
ni un grito apenas del afán del mundo 
podrá hallar eco en la oquedad vacía. 
El polvo reina, el Polvo, el Iracundo...

¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!

Y de Barba Jacob, en Apocalipsur, aparece Martha Medeiros, en Los Nadie.

Muere lentamente
Quien no cambia de vida
Cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto

La escena

“Si alguna vez estuviste en alguna fiesta bien punkera habrás visto a dos manes de cresta bien parada dándose un beso bien feo o bien rico. Era ese punto de descontrol”, dice Echavarría, que también recuerda los antros a donde llegaban niños de 10 años, como su hermano, con la cresta y los taches en la ropa. “El punk era para todos”.

El año pasado Víctor Gaviria estuvo con Ramiro Meneses con motivo del homenaje a Rodrigo D en el Festival Altavoz. Ambos se encontraron con las generaciones que crecieron en la escena, tanto punkeros como metaleros en el mismo pogo. “Mirá Victor como son las cosas, hace 30 años que esta gente no se podía ver y ahora están todos hablando de la película”, le dijo Meneses.

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Hace unos días Víctor también se encontró al compositor del tema principal de su película. El joven que había conocido en frente a la cámara es ahora un adulto viejo que le confesó lo importante que fue el tema para su vida. Mucho tiempo sin algo propio, su papá pudo conseguir una casa en una urbanización. “Hicieron unas casas baraticas y mi papá metió toda la plata porque nunca tuvimos una casa propia”, le dijo a Gaviria. A los pocos meses la casa se agrietó, se volvió peligrosa para vivir y tuvieron que desalojarla. Desesperado, solo pensaba en el dinero de su papá. Caminando por la calle sin saber a dónde voy / Sin angustias ni problemas libre del sistema soy / El sistema no aliena y nos quiere consumir / con promesas con dinero y ambición nos llenarán / dinero… angustias / dinero… problemas / dinero ¡sistema!

“A Albeiro lo conocí mucho antes de la película, como a los 14 años”, recuerda Echavarría. Habla de su amigo Albeiro ‘el Nueve’ Lopera, un reconocido reportero gráfico que falleció hace un par de años en Medellín. Se conocieron en un concierto antimili, en el parque obrero del barrio Boston. “Y me acuerdo que yo vi a un cucho, porque el Nueve parecía un viejo desde cuando tenía 20 años. El Nueve fue un man que era como un polo a tierra, si él estaba no se sacaban los fierros, era solo con latas”.

Echavarría recuerda la grabación de la escena en la que el Flaco y Caliche son rescatados.  “En esa escena se ve cómo Caliche le pega un tiro a Freddy Willes, pero en realidad eran dos tiros, habían armado mal la bala y le pegaron un tiro de jabón a Freddy”, segundo tiro que nadie vio en pantalla. Salieron corriendo para la clínica y el Nueve se encerró en el vestuario. “Se puso tan puto, puto puto, que no quería hablar con nadie, solo conmigo”. Afortunadamente la bala de jabón no fue suficiente como para ocasionarle un daño grave a Willes, quien hoy también es fotógrafo, como alguna vez lo fue Albeiro Lopera.

Actualmente la situación sobre cómo se mueve la escena tiene opiniones divididas. Diferencias de generaciones. “Hace muchos años había unos cuatro toques al año y en este momento, en un fin de semana, puede haber tres o cuatro conciertos de punk en la ciudad”, dice Ricardo Meléndez, director del documental Bogotá Punk, una producción autogestionada que ya estrenó su primera parte: Los podridos ochentas.

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Para esta primera entrega Meléndez entrevistó a los pioneros de la escena punk bogotana. Ever Tovar (Morgue), Héctor Buitrago y Francisco Nieto (La Pestilencia), Alberto Gómez (Demencia libertaria) Mauricio ‘Batori’ Pardo (Perro muerto) y Heliodoro Arango (Anti todo). Ahora Meléndez y su equipo se encuentran trabajando en Degeneración X, un recorrido por la escena noventera y que se enfoca en el testimonio de las mujeres que han liderado la movida desde grupos como Morgue, Demencia Libertaria, Polikarpa y sus viciosas, Desarme, Anarka, Eskoria, entre otras.

“Yo diría que no es nada comparada con lo que era antes, estamos en una época exponencial, hay muchos géneros y todos se van mezclando. Ahora tenemos a J Balvin saliendo con chaquetas de los Dead Kennedys pero a pesar de eso siempre hay bandas de punk dándole  y haciendo su ruido”, critica Echavarría sin dejar a un lado la esperanza de que aún se mantiene lo que comenzó en los ochenta.

Javier Mejía recuerda que el ambiente festivo que se ve en Apocalipsur es calcado de la vida detrás de cámaras. El rodaje se pareció a la película. “Hay muchas anécdotas, pero la mayoría impublicables”, lo que confirma la semejanza de ambos mundos. Aunque hay un recuerdo que Mejía tiene intacto. Pues Apocalipsur fue la última película en la que participó Hernando ‘el Culebro’ Casanova. La última vez que Mejía habló con él por teléfono se encontraba en pleno montaje, hacía varias semanas que no habían podido hablar y se despidió con una maldición: "Javier, usted es un ingrato, pero dios es grande y le rellenará el culo".