TURISMO

Colombia te enamora: Diez lugares que lo dejarán sin aliento

SEMANA presenta los parques nacionales que usted puede visitar en esta Semana Santa para tener unas vacaciones diferentes e inolvidables.

María Paula Castro
9 de abril de 2017
| Foto: Archivo SEMANA

Colombia es un destino envidiable para los amantes de la naturaleza por su enorme riqueza en recursos naturales. Sus 56.343 especies de flora y fauna convierten al país en el segundo más biodiverso del mundo.

En el esfuerzo por conservar estos ecosistemas colombianos, Colombia ha declarado 59 Parques Nacionales Naturales, de las cuales 23 tienen vocación ecoturística. Aunque estas zonas existen para resguardar ese tesoro verde, también “en los Parques Nacionales puedes encontrar valores naturales y culturales, en donde puedes enriquecerte personal y espiritualmente… La riqueza de paisajes hace que el disfrute sea maravilloso”, cuenta Carlos Mario Tamayo, subdirector de Sostenibilidad de Parques Nacionales Naturales (PNN).

Usted podría escaparse en esta época de vacaciones a estos escenarios. Si quiere huir de la ciudad, el tráfico, la congestión, la tecnología y el estrés no habrá destino mejor.

1. El río de los cinco colores: La Macarena

Puede ser uno de los lugares más míticos del país. Este río permite ver en sus aguas un degradé de amarillo, rojo, azul, negro y verde debido a la coloración de las algas y los lechos rocosos.

El parque, de 630.000 hectáreas,  está enclavado en una serranía que, por ser una formación montañosa aislada, acoge 456 especies, entre ellas el 27 por ciento del total de las aves de Colombia. Entre esta selva húmeda deambulan búhos, caimanes postrusos y monos maiceros.

Aquí gran cantidad de fauna rodea al visitante. “De alguna manera los animales saben que la gente viene a hacer turismo y no a cazarlos. Cuando uno sale con muy buena vibra ve muchos más”, comenta Faber Ramos, el parquiano o funcionario de Parques Nacionales que coordina el programa de Ecoturismo en la Sierra de la Macarena.

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Este territorio ha presenciado la violencia del país, pero esto no le quita su belleza.  “La Macarena es un paraíso. Es una región rara, diferente”, dice Ramos.  Si bien es posible disfrutar todo el año sus atractivos turísticos, hay que tener en cuenta que en tiempo seco no se permite bañarse en el sector de Caño Cristales. Actualmente, para ingresar a la Sierra de La Macarena, debe cancelar 29.500 pesos si usted es un adulto mayor de 25 años (nacional o extranjero residente en el país). Quienes se encuentren en el rango de 5 a 25 años, 14.000 pesos.

Para visitarlo desde Bogotá por vía terrestre debe llegar a Villavicencio y luego a Granada, donde funciona el centro administrativo de este Parque. O, puede tomar la vía a Neiva, seguir a Florencia y a San Vicente del Caguán, para finalizar en La Macarena, en un viaje de aproximadamente 16 horas.  O viajar por vía aérea entre Bogotá,  Villavicencio y La Macarena. Si sale de San José de Guaviare la vía fluvial es otra opción: aguas arriba por el río Guayabero hasta La Macarena (solo en época de lluvias, entre marzo y diciembre).

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2. La selva inundable: Amacayacu 

En el Trapecio Amazónico, al sur del departamento del Amazonas, está Amacayacu, el primer resguardo natural declarado en 1975 área protegida. El bosque inundable y la selva de tierra conviven en medio de este edén. El parque queda a tan solo una hora en lancha en Leticia y no hay necesidad de quedarse a dormir para conocerlo. Ir a esa capital es la forma más sencilla de conocer la verdadera selva con las comodidades de la ciudad. 

Cualquier turista puede ver delfines rosados y micos churucos. En ese lugar habitan 150 especies de mamíferos y más de 468 de aves. Anacondas, tortugas y boas hacen parte de este parque que tiene el mayor número de reptiles del país.

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“Amacayacu es el embrujo de la selva. Cuando entras y vuelves a salir del parque eres una persona diferente”, dice Carolina González Delgado, una ecóloga que allá elaboró su tesis.  “Kurupira, el dios de la selva, te da una energía diferente. Por eso, cambias tu forma de ver la vida una vez que has tenido contacto con esta región”, agrega. Los indígenas cocamas, ticunas y yaguas viven aquí y resguardan el área.

En Amacayacu, que significa “ríos de las hamacas” en quechua, parece que la luz del cielo, el agua y los árboles se pusieran de acuerdo para jugar entre ellos, y dar como resultado puestas de sol inimaginables. Actualmente, las comunidades indígenas de Mocagua y de San Martín de Amacayacu están prestando servicios ecoturísticos.

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Para acceder a este paraíso amazónico hay que tomar un avión desde Bogotá hasta Leticia, vuelo que dura una hora y 45 minutos. El ingreso al parque tiene un valor de 17.500 pesos para adultos mayores de 25 años (nacionales o extranjeros residentes en el país) y para personas entre los 5 y los 25 años de 9.500 pesos.

En Leticia también es posible visitar, entre otros múltiples sitios, el Parque Santander, el zoológico Francisco José de Caldas, los lagos de Tarapoto, la isla de los micos (donde se puede interactuar con estos animales) y la Reserva Natural Flor de Loto.

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3. El hogar de los osos de anteojos, vecino de Bogotá: Chingaza

Puede ser uno de los planes naturales más accesibles y extraordinarios para los habitantes de la capital. Y quizás uno de los pocos en el cual los turistas han podido encontrarse de frente con una familia de osos.

Chim-gua-za significa en lengua muisca “serranía del dios de la noche”. Entre Cundinamarca y el Meta, en este lugar, sagrado para los indígenas Muiscas y Guayupes, apareció la escultura de la balsa de la ceremonia muisca de El Dorado. Aquí reposan silenciosas más de 60 lagunas que constituyen la fábrica de agua de la capital. En efecto, sus páramos surten más del 80 por ciento del recurso hídrico que reciben los bogotanos.

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“Es la fuerza silenciosa que tiene cada ser en este mundo.” Así habla de Chingaza una guardaparques del lugar que ha dedicado estos últimos cuatro años de su vida a cuidarlo. “Tú vas y sientes que el páramo es tan tranquilo, tan sutil. Pero es la vida, es el agua. Es el universo, es la madre tierra”, dice llena de sentimiento. Ella ha realizado caminatas de más de 12 horas por el pie de monte con el equipo de Parques Naturales, y en una ocasión encontró un campo de cruces de palo en donde los secuestrados que por allí pasaron dejaron su marca, para pedirle a la montaña por sus vidas.

Junto con el frío y la neblina, habitan el verde y el azul. Azul por el agua que hay por todas partes y verde por la tonalidad de los frailejones que moran estas montañas en la zona paramuna.

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Es posible contemplar el paisaje desde senderos  muy bien adecuados,  que le permitirán llevar a cabo una caminata memorable. Puede observar hermosas especies de animales: alrededor de 30 osos de anteojos viven en esta zona protegida (rara vez aparecen, pero si el caminante tiene buena energía podrá toparse con ellos). Los venados de cola blanca y los colorados merodean por estos páramos. Del mismo modo lo hacen las dantas y los cóndores de los Andes, así como monos churucos y pumas.

El Parque tiene tres entradas. La primera opción es salir de Guasca, por 15 kilómetros en carro hasta el puesto de control de Siecha. En segundo lugar, partir desde La Calera. Luego de pasar por las ruinas de Cemento Samper y la vereda Buenos Aires, hay que conducir 22 kilómetros para llegar al puesto de atención del Parque Piedras Gordas. De ahí, es necesario recorrer otros 28 kilómetros hasta el Centro Administrativo Monterredondo. Finalmente, puede ingresar por el municipio de Fómeque. Hay que recorrer 26 kilómetros para pasar por el puesto de atención La Paila-Laguna de Chingaza y seguir otros 28 para llegar al Centro Administrativo Monterredondo. El ingreso vale 9.5000 pesos para aquellos que tengan entre 5 y 25 años; 15.000 para mayores de 25.

4. Tuparro: “la octava maravilla del mundo”

Durante siete años, Wilson Villalba trabajó de guardaparques del Tuparro y solamente lo abandonaba una vez cada 12 meses. “Para mí este parque es el más hermoso del país”, comenta. “Vivir allí es sensación de tranquilidad, de paz, de ver la creación de Dios en su máxima expresión”, añade este hombre que hoy es educador ambiental.

El Tuparro es la única área protegida de Colombia que posee ecosistemas representativos de la Orinoquia y los llanos orientales. Es un parque libre de la presión del hombre,  en donde reinan especies como el tigre mariposa, el mono aullador, el zaino, la danta, el delfín rosado y la nutria, dentro de las 74 especies de mamíferos que allí habitan. Con ellos, 325 especies de aves, 17 de reptiles y 26 de peces.

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Ríos espléndidos de aguas cristalinas que tributan al río Orinoco acompañan bosques, planicies y tepuyes (afloramientos rocosos de 3.000 millones de años de antigüedad). “Cuando llegas al Tuparro te encuentras con algo muy poderoso: la creación perfecta de Dios”, dice Ana María Rocha, también educadora ambiental de la Dirección Territorial Orinoquia de Parques Nacionales. “Estar allá es precioso. Sentarse en uno de los tepuyes y visualizar el atardecer te permite estar en paz contigo mismo, te llena de tranquilidad, de alegría. Si a mí me preguntan, ese es el edén en la tierra”, añade.

Uno de los principales atractivos del Tuparro es el raudal de Maypures, declarado por Alexander von Humboldt la octava maravilla del mundo en 1800. Se trata de uno de los brazos del Orinoco y es el hogar de una piedra a la que llaman el balancín, porque no se mueve sin importar cuán fuerte sea la corriente del río. También Caño Lapa es un gran destino: aguas transparentes cuyas plantas le dan un color verde. Y, en las noches, es posoble admirar las estrellas -que a veces ofrecen espectáculos de explosiones estelares- como en ningún otro lugar. Pero como afirma Wilson Villalba “son cosas que no se pueden describir si no las vive uno”.

Para visitarlo, desde Bogotá y Villavicencio hay que tomar un vuelo a Puerto Carreño o desde Villavicencio directo al Parque en avión liviano. Por tierra, la ruta es Bogotá-Villavicencio-Puerto Gaitán-La Primavera-Puerto Carreño, seguido de un viaje por el río Orinoco. Otra opción es viajar Bogotá-Yopal-Paz de Ariporo-La Hermosa-La Primavera-Puerto Carreño-Casuarito-Garcitas, continuando por el río Orinoco. En época de aguas altas puede disfrutarse de un recorrido fluvial desde Puerto Gaitán hasta Puerto Carreño, seguido de Cazuarito, Garcitas y el Parque. La entrada cuesta 15.000 pesos para adultos mayorez de 25 años y 9.500 pesos para jóvenes y niños de 5 a 25 años.

5. Un tesoro escondido entre las nubes: la Cueva de los Guácharos

Este parque recibe su nombre en honor a su ave emblemática, de gran tamaño,  que habita en las cuevas oscuras y profundas del parque. Fue la primera área declarada parque nacional en 1960 y en 1979 la UNESCO la declaró Reserva de la Biósfera.

Este parque ocupa más de siete mil hectáreas lo rodean bosques en condiciones excepcionales: colinas, montañas, pendientes, cañones, valles, cuevas, puentes naturales, cascadas y corrientes subterráneas, todo magnífico y exuberante, lleno de color y contrastes, en gran parte por ser una zona libre de presiones del ser humano. Por eso mismo, goza de la presencia de especies vegetales y animales únicas. Cedro, nogal, laurel y roble negro (solo presente en tres países en el mundo), conviven con más de 300 especies de aves y 60 de mamíferos.

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El proceso erosivo del agua, gota a gota, labró el complejo de cuevas. “Te puedes dar cuenta de los miles de años que le ha tomado al tiempo pulir este lugar, por eso yo digo que es una joya engastada por el tiempo, un tesoro escondido entre las nubes”, afirma Juliana Hoyos, de la subdirección de sostenibilidad y negocios ambientales de PNN. “Las cuevas son un encuentro con uno mismo”, agrega.

Es un sitio para los aventureros. Hay que ir dispuesto a caminar, escalar y atravesar ríos con ayuda de cuerdas y poleas. Además, a hacer senderismo, espeleología, fotografía y observación de la bóveda celeste.

Se puede llegar por dos vías. La primera, vía Pitalito directamente en avión o por tierra desde Neiva (un viaje de cuatro horas). Luego hay que tomar camino hasta Palestina, continuar a La Mensura y de allí al Parque en la quebrada Cascajosa. Es necesario caminar dos horas para llegar al Centro de Visitantes en el sector Cedros. La segunda, vía Acevedo: manejar durante cuatro horas desde Neiva hasta Acevedo. Luego a San Adolfo, a Villa Fátima y a la entrada al Parque en la quebrada Chanchiras, donde hay que caminar una hora hasta el centro de visitantes. Para que su estadía sea provechosa, se recomienda pasar al menos dos noches en el Parque. La entrada para adultos con más de 25 años tiene un valor de 15.000 pesos y para gente entre los 5 y 25 de 9.500 pesos. 

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6. Nieve colombiana: Los Nevados

Bosque alto andino, páramo y glaciar, así como volcanes activos como el Ruíz, convergen en el Parque Los Nevados, un destino ideal para todos los gustos. Los árboles del lugar miden entre 15 y 20 metros, con hojas enormes que buscan el sol. “Veo el bosque como si fuera gente grande. Me siento en épocas geológicas antiguas, como en Jurassic Park”, afirma Jorge Luis Ceballos, el único glaciólogo de Colombia, quien desde hace 12 años, sin falta, visita mes a mes este parque. Según Ceballos, a medida que se asciende se va recorriendo una historia en el tiempo en la que se puede evidenciar la realidad del calentamiento global. 

Al llegar al páramo, los tonos verdes y las lagunas roban la atención del caminante, así como los frailejones a lo lejos los sietecueros rojizos. La laguna de Otún, que tiene más de 7.500 años, es un destino infaltable. Es posible observar conejos, cóndores, osos, dantas y colibríes durante el recorrido, que toma 12 horas. “Alcanzar la cumbre es como llegar a un trono, pero eso es lo de menos”, menciona Ceballos. El secreto del lugar está en deleitarse con el entorno, sin importar la meta.

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Es el sitio ideal para encontrar tranquilidad y apartarse del bullicio citadino. Sus accesos son muy fáciles, aunque cuenta con las carreteras más altas del país. Es posible llegar desde Caldas (Manizales o Villamaría), Risaralda (Pereira o Santa Rosa de Cabal), Quindío (Armenia) o Tolima (Ibagué).  La entrada vale $10.500 para personas con más de 25 años y $5.500 para niños y  jóvenes entre 5 y 25 años.

7. La morada de la Sierra Nevada de Santa Marta: el Tayrona

“Es como mi historia favorita. Es la estrella que más brilla en el cielo y es la más hermosa, eso es Tayrona para mí.” Así describe Leinis Rodríguez, profesional en ecoturismo,  quien lleva vinculada al Parque Tayrona cinco años. Esta área protegida es bastante particular, pues en sus 15.000 hectáreas confluyen la montaña costera más alta del mundo; playas blancas; bosques secos, húmedos y nublados; manglares; matorrales; ecosistemas marinos y aguas claras y puras. En este lugar el agua nace y, al mismo tiempo, se encuentra con el mar.

Su mística va mucho más allá de su belleza natural. El Parque es el territorio ancestral para los pueblos indígenas kogui, kankuamo, arhuaco y wiwa y conserva en su interior sitios sagrados y mucha energía. Además, en él hay vestigios arqueológicos de una ciudad y en el “Pueblito” moran mitos y leyendas de las antiguas comunidades que habitaron la Sierra.

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Este Parque es el mayor atractivo turístico de Santa Marta. Aquí los visitantes pueden descansar en las playas y disfrutar del azul del mar, llevar a cabo planes como bucear (para observar las especies acuáticas) y hacer senderismo para observar fauna, como micos maiceros, perezosos, jaguares, ocelotes y cuatro especies de tortugas marinas; y flora, como la ceiba, el trupillo y el aromo. “Es un parque integral y muy completo”, indica Leinis.

Para llegar, desde Santa Marta hay que tomar un transporte hasta el Zaíno (la entrada principal del Parque), que queda a 32 kilómetros de distancia, lo que equivale a un viaje de 45 minutos, o hasta Palangana. El ingreso tiene un valor de 23.000 pesos para adultos de más de 25 años y de 13.500 pesos para quienes oscilan entre los 5 y los 25 (precios de temporada alta).

 

8. Uramba Bahía de Málaga: el paso de las ballenas jorobadas

Una iniciativa comunitaria consiguió proteger estas 47.000 hectáreas ubicadas en el municipio de Buenaventura, Valle del Cauca.  Uramba alberga 1.400 especies registradas y en sus ecosistemas marinos y costeros se desenvuelven importantes procesos ecológicos. Por ejemplo,  esta región es el lugar favorito de las ballenas jorobadas (entre julio y octubre) para reproducirse, parir y criar a sus ballenatos. Allí se registra el mayor número de avistamiento de esos animales, es un espectáculo natural impresionante.

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“Para mí esta área es biodiversidad y cultura”, dice Gustavo Mayor, jefe del área protegida. Este parque, un referente mundial en biodiversidad, no solo protege el ecosistema sino que permite mantener la cultura de las poblaciones afro que viven allí. Incluso, los conocimientos tradicionales de las comunidades han ayudado a conservar el territorio.

Es el segundo lugar en población de perezosos de tres dedos y cuenta con el mayor número de tortugas chocoanas. Los manglares, estuarios, selva húmeda tropical, islas e islotes, todo en un marco espectacular de agua, lo hacen un lugar ideal para oxigenarse y recargar energías

Hay dos maneras de acceder al parque desde Bogotá. La primera, es tomar un avión a Buenaventura y luego desplazarse en lancha hasta el muelle de Juanchaco. La segunda, es viajar a Cali y luego por vía terrestre a Buenaventura y del mismo modo tomar la lancha hasta Juanchaco. Al día de hoy, no se cobra por ingresar al área.

9. Iguaque: la laguna de Bachué.

Montañas hermosas e imponentes, nacimientos de agua pura, alto bosque andino seco, páramos y humedales sirven de abrigo a dormilones, tucanes, venados y tigrillos en Iguaque, un lugar consagrado como un santuario de flora y fauna.

En efecto, ese territorio guarda un patrimonio no solo natural sino también cultural. En la parte alta del páramo, una pequeña laguna es el atractivo principal de este pacífico entorno. Su valor cultural consiste en que para los muiscas allí surgió la vida de la mano de Bachué, la madre de la humanidad. Para llegar hay que hacer una caminata de alta complejidad, de aproximadamente diez kilómetros que se recorren en siete horas. Y esa misma dificultad hace que este reencuentro con la naturaleza ofrezca la mayor satisfacción para el caminante. Además, Iguaque tiene el corredor de robles más grande del país, con una longitud de más de 150 kilómetros.

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Pero eso no es todo. Iguaque es un espacio de paz en todo sentido. “Nunca ha habido presencia de grupos armados”, dice William Gómez, guía profesional de turismo y representante legal de la empresa comunitaria Naturar Iguaque, quien conoce el santuario desde hace más de 30 años.  

Ir a la laguna es obtener una experiencia cristalina y purificadora, rodeada de cultura y tradiciones indígenas. Una de las extraordinarias características del sitio es que provee de agua a cuatro cabeceras municipales y a más de 23 acueductos veredales. Aquí, el agua lo enlaza todo.

Hay tres rutas disponibles para el Santuario: de Tunja a Villa de Leyva, y de ahí al Santuario; de Chiquinquirá a Villa de Leyva y se continúa hasta Iguaque o de Tunja hasta Arcabuco, siguiendo hasta esta área protegida. El valor de ingreso es de 17.500 para mayores de 25 y de 9.500 para menores de esa edad.

10. Utría y su energía femenina

Chocó esconde una espectacular sorpresa. Tiene forma de útero, pues dos paredes de selva la rodean en forma de “u”. Todo el tiempo emana de ella vida en abundancia.  Su nombre es Utría y la energía que de ella emana es femenina. Parece serena, reposada. Todo en ella es armonía y paz.

“Utría es un ser vivo, un templo que abraza y que a mí me ha hecho conectarme con mi espíritu”, dice Josefina Klinger, fundadora de la Corporación Mano Cambiada, que administra los servicios ecoturísticos del Parque y está vinculada con Utría desde hace más de 25 años. “Utría me enseñó a valorar lo simple, y a darme cuenta que lo simple es de muy buen gusto. Que no se necesita tanta arandela para descubrir que la vida es simple y muy generosa”, agrega. En este lugar el visitante puede extasiarse con verdes formaciones montañosas que surgen en medio del mar, sobre las más cálidas aguas que ofrece el territorio colombiano. Si bien llueve seguido, el sol también aparece para saludar cordialmente.

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La calma es tal, que las ballenas jorobadas tienen allí sus crías nazcan. Igual sucede con orcas, cachalotes y tortugas, lo que permite afirmar que en este místico lugar la vida siempre aflora. Pero el espectáculo no termina aquí, pues en este Parque hay gran presencia de plancton, por lo que es posible percibir luminiscencia tanto en la selva como en el agua.

Como afirma Klinger, “la Ensenada de Utría es uno de los lugares de luz que tiene el planeta” por múltiples factores. Sumado a todo lo anterior, es el sitio perfecto para dejar de lado los prejuicios frente al Pacífico, y entender que la ruralidad y la selva no equivalen a pobreza. Tiene toda una infraestructura y organización profesional desarrollada por las comunidades locales, que garantizan la comodidad de la visita. Por regla general, cada turista al momento de despedirse abraza al personal mientras dice “mi vida nunca será la misma”, porque allá suelen encontrarse consigo mismos.

Para tener esta gran experiencia, puede tomar un vuelo desde Bogotá o Cali con destino a Nuquí o a Bahía Solano. Por vía terrestre, desde Bahía Solano hay que arribar al corregimiento de El Valle, y luego caminar por un sendero hasta el parque por unas tres horas. Por mar, de Buenaventura se puede tomar un barco de cabotaje a Bahía Solano, El Valle o Nuquí, para desde allí tomar una lancha al Parque. Para adultos, el valor de ingreso es de 17.500 para personas con más de 25 años y para niños y jóvenes menores de esa edad, 9.500 pesos.

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