Espacios y controversia
Un museo recupera la controvertida historia de los alemanes expulsados tras la II Guerra Mundial
La Fundación para el Exilio, la Expulsión y la Reconciliación aborda un capítulo delicado de la historia alemana: las expulsiones de las minorías de origen alemán que vivían en los territorios devueltos a Polonia, Checoslovaquia, Hungría, la URSS o Rumanía tras la derrota del Reich nazi en 1945.
Durante mucho tiempo, el destino de los millones de alemanes expulsados de países de Europa Central y Oriental al final de la Segunda Guerra Mundial fue motivo de controversia, pero ahora un museo en Berlín contará su historia.
“¿Cómo podemos representar las migraciones forzadas que vivieron los alemanes sin dejar ninguna duda sobre nuestra culpabilidad en el genocidio de los judíos?”, dice Gundula Bavendamm, directora de la nueva institución.
La Fundación para el Exilio, la Expulsión y la Reconciliación aborda un capítulo delicado de la historia alemana: las expulsiones de las minorías de origen alemán que vivían en los territorios devueltos a Polonia, Checoslovaquia, Hungría, la URSS o Rumanía tras la derrota del Reich nazi en 1945.
Entre 12 y 14 millones de personas fueron desplazadas y al menos 600.000 personas perdieron su vida en la migración, pero su historia y sufrimiento quedaron oscurecidos por los horrores perpetrados por los nazis, que les privaron la consideración de víctimas.
Lo más leído
“A veces hacen falta varias generaciones y constelaciones políticas adecuadas” para mirar al pasado, dijo Bavendamm durante una visita de prensa previa a la apertura al público del museo, prevista para el miércoles.
Carro y peluche
La exposición sitúa estas expulsiones en el contexto de la lógica expansionista del Tercer Reich de Adolf Hitler y las considera en un contexto global.
La Fundación, en el centro de Berlín, está situada entre el museo de la antigua sede de la Gestapo y las ruinas de la estación de tren de Anhalter, desde donde se enviaba a los judíos al campo de concentración de Theresienstadt, en la República Checa.
A la segunda planta, dedicada al éxodo alemán, solo se puede acceder a través de una sala oscura dedicada al Holocausto.
Luego vienen los testimonios íntimos: el visitante descubre el carro que utilizó la familia Ferger para huir del territorio de la actual Serbia, un bordado que nunca se terminó o un peluche, todos ellos objetos abandonados durante esas salidas precipitadas.
En la bolsa de cuero de una joven está su dirección en la ciudad de Fraustadt, ahora llamada Wschowa en Polonia: Adolf Hitler Strasse 36.
“No queríamos hacer un inventario, sino conocer la historia de cada objeto, el destino de cada familia”, explica Gundula Bavendamm.
Los testimonios sonoros de las familias expulsadas o de sus descendientes acompañan a casi todos los objetos expuestos.
Muchos desplazados pertenecían a las comunidades de habla alemana que se habían asentado en el este de Europa entre el Danubio y el Volga desde el siglo XIII.
Algunos miembros de estas minorías apoyaron a las fuerzas invasoras nazis, alimentando la enemistad de las demás poblaciones, que se utilizó para justificar las expulsiones de la posguerra.
Desde el invierno de 1944-45, se lanzaron a las carreteras para huir del avance de las tropas soviéticas. Esta transferencia masiva de población continuó después de los acuerdos de armisticio, hasta 1950.
“Escuela de la ambivalencia”
A su llegada a una Alemania agotada, muchos fueron recibidos con recelo e incluso con hostilidad. Al mismo tiempo, los grupos que representaban a los expulsados alemanes tenían a veces vínculos con la extrema derecha.
“Este museo es una escuela de ambivalencia”, dice su directora, recordando que “en Alemania, la conmemoración de las expulsiones masivas (...) ha estado durante mucho tiempo contaminada por el revisionismo histórico”.
La expresidenta de la federación de expulsados de Alemania, Erika Steinbach, por ejemplo, abandonó el partido conservador CDU de Angela Merkel en 2017 y se acercó a la formación de extrema derecha AfD. Es una de las figuras que ha impulsado la creación del museo.
“Aunque tengamos que admitir que sin ella este museo nunca habría surgido, ya no tenemos nada que ver con ella”, asegura la actual directora.
Para integrarse en un contexto más universal, el museo dedica una planta a la historia de los desplazamientos forzados de población en todo el mundo y a lo largo del tiempo, desde el genocidio armenio hasta la guerra de Siria, pasando por los “boat people” vietnamitas.