Arte
Un paseo por las obras que atesora la ONU en Nueva York: Chagall, Portinari, Moore, Tamayo y más
Antes del covid, los visitantes podían recorrer la historia y la geopolítica a través de buena parte de las casi 400 obras donadas por 150 países de sus 193 miembros.
Chagall, Moore, Léger, Portinari, escenas desérticas en oro y piedras preciosas. A lo largo de casi ocho décadas, la sede de la ONU en Nueva York ha ido acumulando valiosos regalos de países y particulares que la convierten en otra atractiva parada turística de la Gran Manzana.
Antes del covid, los visitantes podían recorrer la historia y la geopolítica a través de buena parte de las casi 400 obras donadas por 150 países de sus 193 miembros.
“No somos un museo”, advierte Werner Schmidt, funcionario encargado de supervisar este único y ecléctico patrimonio.
A la imagen de la organización, que nació en 1945 para trabajar en pos de la paz y la concordia en el mundo, sus fondos son la expresión de momentos históricos, tendencias artísticas y hasta particularidades de los países que las han regalado, reflejo de una realidad diversa y cambiante.
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Algunos de ellos han dejado de existir, como la República Democrática Alemana, Yugoslavia o la Unión Soviética. También han nacido otros.
Entre las obras más espectaculares están los murales del brasileño Cándido Portinari “Guerra y Paz”, que flanquean el acceso que lleva a Asamblea General, el corazón de la organización.
“A la entrada, los delegados ven un paisaje de guerra y desesperación y a la salida, un mundo en paz y armonía”, en una alegoría del objetivo de la ONU: dirimir las diferencias a través del diálogo, explica Schmidt a la AFP.
El propio Marc Chagall viajó en 1964 a la ONU para entregar su “Ventana”, una pintura en vidrio -hoy con algunos daños-, fruto de una colecta de los funcionarios de la ONU tras la muerte de uno de sus secretarios generales más emblemáticos, Dag Hammarskjöld, y quince colaboradores, en la caída de un avión cuando iba a mediar en el conflicto de Katanga, Zaire, en 1961.
Su admiración por Hammarskjöld, llevó también al escultor Henry Moore a donar su Figura reclinada que se expone en los jardines de la organización.
Oasis de oro
El muralista mexicano Rufino Tamayo contribuyó con “La Fraternidad” a estos fondos, entre los que destaca una fabulosa alfombra iraní, colgada de las gigantescas paredes de la cafetería de delegados, una escena cotidiana de un oasis del desierto saudí en oro macizo, regalo de Arabia Saudita, y otra donación del vecino Bahréin, una palmera de oro y racimos de perlas a modo de dátiles.
Piezas africanas, un gigantesco jarrón chino, mobiliario de diseñadores de renombre o un tapiz que representa los horrores que dejó la explosión de la central nuclear de Chernóbil enriquecen este acerbo.
En los jardines, destaca una monumental obra de la artista estadounidense Barbara Hepborth, una de las pocas mujeres en la colección.
Otras están ligadas a la historia del país que la donó, como “Hombre levantándose”, del escultor de la antigua Alemania Oriental Fritz Cremer, que pretendía reflejar el éxito del régimen comunista pero que puso a los intelectuales del país en su contra.
Un poco más allá, se yergue la monumental escultura de San Jorge y el dragón, donada por la desaparecida Unión Soviética, construida con carcasas de misiles nucleares.
O la reproducción de la tablilla metálica o “geregee”, un pasaporte en tiempos de Gengis Kan que aseguraba a sus portadores comida y caballos dentro de los confines de su gigantesco imperio mongol.
La sala de la Asamblea General está flanqueada por dos frescos abstractos del pintor Fernand Léger, que al presidente estadounidense de la época Harry Truman le parecieron unos “huevos con bacon” y “un conejo salido de una chistera” y nadie ha osado nunca contradecirle, recuerda Schmidt.
Como Estados Unidos no le concedió a Léger un visado para poder pintarlos in situ, el pintor francés recurrió a otras manos para la realización de sus pinturas, un regalo, se acaba de saber, de Nelson Rockefeller, un gran mecenas de la organización multilateral que está en Nueva York, y no en Filadelfia, gracias a los 8 millones de dólares que donó para comprar el terreno donde hoy se asienta.
Sus herederos acaban de retirar de la ONU un tapiz, prestado, con una réplica del Guernica de Pablo Picasso, que había presidido durante décadas la entrada del Consejo de Seguridad, en un recordatorio a sus delegados de las consecuencias de los conflictos armados.
Cualquier país puede donar una obra. “Tiene que ser arte que no moleste a otros países, que hable para todos en el mismo idioma positivo”, concluye Schmidt.