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Una selección de poemas de la “Antología personal” de Juan Manuel Roca
El sello español Lumen publicó este libro en el que recopila los mejores poema del colombiano. La selección de escritos va desde 1973 hasta la actualidad, e incluye poemas inéditos.
Arenga del cuerpo
I
Ocurre que Roca me invade hasta el cansancio. No me deja respiro, me hurga y examina como a un raro pajarraco: no le basta con traerme noticias de su espejo.
II
Harto estoy de su cruenta dictadura, de su manía de exhibirme por el mundo como un perro de lujo, como un galgo.
III
Harto estoy de me habite, de que cambie el oro de mis días por migajas de milagro.
IV Ocurre que a veces me invade con voces de poetas ausentes, con jerga de poetas que guarda en mí como si fuera un viejo y simple armario.
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V
Por las noches me arroja en su cama como un pesado saco mientras duerme a pierna suelta en sus laureles.
VI
Si no lo arrojo desde la terraza, es porque no quiero darle el gusto de saltar conmigo al vacío, conmigo y la sombra que llevo pegada a mi destino.
VII
Me aburren sus chistes —que conozco hasta el cansancio— y sus decires, y sus poemas, y ese aire seguro de pequeño faraón de su pobreza.
VIII
Pero ocurre que a veces me desarma: hay que verlo cuando me acerca a su muchacha, cómo se agazapa en mí, como esculca en el bolsillo del corazón su mejor habla.
IX
El pobre Roca no tiene remedio.
Envuelto en la nada
Un cura me abofeteó en el patio del colegio porque no cantaba un himno, y mi mejilla, luego de cuarenta años, apenas regresa de aquella bofetada.
Vi en el giro de la mejilla hacia la izquierda el país que pudo ser, y en el giro a la derecha el encierro del sueño.
De regreso de la bofetada, ha empezado a holgar la casa como un sacón prestado.
Sobra decir que sigo sin cantar el himno y la mano del cura al que nunca puse la otra mejilla está envuelta en la nada.
El extraño caso del cuerpo
Mi cuerpo, como en una novela negra, me persigue. Donde voy, va conmigo. Mide sus pasos en mis pasos, casa su sombra con la mía. Para sorprenderme acude a los viejos manuales del sigilo. Me espía agazapado oculto en el cuello de su gabardina, sigue los viejos moldes policiales, desde esconderse tras un periódico hasta ponerme como señuelo una espigada pelirroja. Una noche me lo encuentro a boca de jarro al doblar una esquina y me resulta imperioso saludarlo como a un viejo conocido. Debo aceptar que me siga a todas partes.
Crónica del habitante
Me dieron un cuerpo y a ese cuerpo un nombre. A ellos me acostumbro como el tigre al rugido. Habito ese cuerpo como un escenario, pero al tiempo que actor, que director, soy su amotinado público. Me acostumbré a la armazón que me dieron en préstamo, de la que a veces abuso como tierra de nadie. El pobre cuerpo se venga cuarteando el decorado, haciéndome doler telón adentro. Si me llaman por mi nombre, por mi duro apellido de la edad de Altamira, es como si a él lo llamaran, como el silbo del cazador a su perro más fiel. Si alguien me prodiga halagos o improperios porque escribo poemas, puede hacerse el que es con otro, con un desquiciado que lo habita. Pero soy quien lo habita, o quien cree habitarlo.
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