CINE
‘Varda por Agnès’: la directora como guía excelente de su propia obra
En su última película, estrenada poco antes de su muerte, la directora nonagenaria Agnès Varda ofreció una lección de cine y el repaso de una carrera guiada por la curiosidad siempre renovada. Calificación: 3 estrellas (Buena)
Título original: Varda par Agnès
País: Francia
Año: 2019
Directora: Agnès Varda
Guion: Agnès Varda
Actores: Agnès Varda, Sandrine Bonnaire
Duración: 115 min
Esta fue la última película de Agnès Varda –murió el 29 de marzo de 2019– y, como en todas las que venía haciendo desde Los espigadores y la espigadora (2000), la celebrada directora cumple la función dual de protagonista y narradora.
Varda por Agnès es una visita guiada por una carrera extraordinaria, que comenzó en 1959 (con el drama La pointe courte) y se extendió durante 60 años sin perder nunca la frescura de la mirada, la capacidad de sorprenderse, las búsquedas expresivas en el cine y más allá.
Todo eso se repasa acá en una serie de charlas, en su mayoría públicas, que Varda da en distintos escenarios, sentada en una silla de lona frente a audiencias que escuchan concentradas las ocurrencias, rememoraciones y comentarios de esta mujer de 90 años que no los representa.
A diferencia de muchos autores, Varda es una guía excelente de su propia obra y habla de sus películas con soltura y candidez. Comienza señalando tres grandes categorías que considera útiles para pensar lo que ha hecho: inspiración, creación y compartir, es decir, lo que rodeó la concepción, elaboración y diseminación de sus trabajos, y esto último vale la pena subrayarlo.
Porque Varda no pertenece a esa categoría de los artistas indiferentes al público; para ella hay algo fundamental en ese encuentro, como si la calidez que tantas veces lograra con los personajes de sus documentales o con los actores de sus ficciones solo cobrara sentido al contagiar a otras personas algo de esa mirada y esa empatía que la acompañó toda su vida.
La primera mitad del filme es una clase magistral de las posibilidades expresivas del cine. Acá habla sucintamente de la relación con los actores, la forma en que sus proyectos se ligan con lo vivido, y la importancia de elementos como el color y la música para crear sentido.
Si alguien me escribiera preguntando qué es una buena película, lo remitiría a esta primera mitad porque ahí se ve cómo una gran directora entiende la complejidad y posibilidades de este arte tan rico, en el que se hilan actuaciones, colores y movimientos de cámara.
La segunda mitad privilegia su trabajo no cinematográfico. Consiste, sobre todo, en instalaciones en las que dialogan imágenes en movimiento y elementos espaciales como cabañas hechas con película de 35 milímetros y una tumba-homenaje a un gato fallecido, que terminó haciendo, en parte, porque dejaron de financiarle sus proyectos de ficción.
Y acá las ideas no son tan brillantes; quizás, porque el lienzo es tan amplio en las artes plásticas que ese cuidado en la relación de temas y elementos formales de sus filmes no logra replicarse allí.
Aun así, se trata de un repaso importante, una serie de reflexiones finales sobre una obra humana, empática, profundamente personal, que, a pesar de reveses financieros y críticos, se mantuvo con una confianza terca en que una mirada atenta puede encontrar maravillas incluso en lo más mundano. Como señala lúcidamente Nurith Aviv, su directora de fotografía, “Cuando decides mirar de cerca algo que puede ser banal, ya no es banal. El acto mismo de mirarlo lo cambia”.
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