LIBROS

Vivir un duelo

‘Lo que no tiene nombre’ es un conmovedor testimonio de la escritora Piedad Bonnett sobre la enfermedad mental y la muerte de su hijo.

Luis Fernando Afanador
16 de marzo de 2013
“Creo que la escritura permite exorcizar, sublimar, sanar”, dice la narradora, poeta y ensayista Piedad Bonnet. | Foto: Juan Carlos Sierra

Lo que no tiene nombre

Piedad Bonnett
Alfaguara, 2012
131 páginas

El hijo pierde al padre o a la madre y es un huérfano; el esposo pierde a la esposa y es un viudo. Sin embargo, como se ha señalado tantas veces, no existe una palabra que nombre el estado de la pérdida de un hijo, al parecer el más profundo de los dolores, el duelo imposible de superar. Porque se trata de un hecho para el cual mente humana no está preparada por ser casi antinatural: primero mueren los padres, luego los hijos. 

Por eso, el libro de Piedad Bonnett que trata sobre la muerte de su hijo Daniel, quien se suicidó en Nueva York arrojándose desde el sexto piso de su edificio, se titula precisamente así: Lo que no tiene nombre. No tiene nombre la muerte de un hijo. Incluso para una poeta —su caso— cuyo oficio es nombrar el mundo. ¿Pueden las palabras sanar? No lo sabemos pero hay que intentarlo. Además, cada cual seca sus lágrimas como puede. El creyente elabora su duelo rezando, el pintor, pintando: Fernando Botero hizo varios cuadros sobre ‘Pedrito’, su hijo fallecido en un accidente. Piedad Bonnett, además de poeta, es novelista y ensayista. Ha vivido entre palabras, tenía que elaborar su duelo a través de las palabras. ¿Lo consiguió? En una entrevista a la revista Arcadia, dijo lo siguiente: “Parte de escribir este libro fue revivir un proceso doloroso de años. Ese ejercicio me permitió alcanzar la serenidad, convivir con su memoria de una manera menos dolorida. Creo que la escritura permite exorcizar, sublimar, sanar”.

Ella alcanzó la serenidad mediante la escritura. La pregunta se devuelve, entonces, hacia el lector. ¿Para qué sirve leer el duelo de otro? Parece fuera de lugar hablar de la estética en estos casos, pero sí, el aporte de este libro es su contención para enfrentar el dolor y la pérdida. No caer en la desesperación ni en el patetismo es un triunfo del estilo. Y de lo humano ¿Por qué ocurrió esta tragedia? Intentar comprenderla a cabalidad, recorrerla en detalle, es no sucumbir del todo ante caos y la oscuridad. Esa voz que pregunta y no se rinde ante lo incomprensible es lo que hace significativo este libro.

Otros temas que nos conciernen y que aborda el testimonio son los del suicidio y la esquizofrenia. Es necesario hablar del suicidio como lo hace aquí –con valentía– Piedad Bonnett, una situación cada vez más creciente entre los jóvenes y sobre el cual la gente prefiere no hablar. Daniel Segura se suicidó a los 28 años y padecía esquizofrenia, una enfermedad de origen físico, como la diabetes o el lupus, aunque tendamos a creer que es mental. Daniel no pudo tener más afecto del que tuvo en su círculo familiar y social, ni mejores posibilidades materiales para realizarse como persona, pero ahí estaba su enfermad, su deficiencia cerebral que le hacía padecer cambios en su comportamientos con los cuales tuvo que convivir y esforzarse por disimular hasta que no pudo luchar más. La locura derrota el amor, como ya lo había advertido Viginia Woolf, otra suicida, en su carta de despedida a su esposo Leonard: 

Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas temporadas espantosas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más”. 

Lo que no tiene nombre, también es, desde luego, una hermosa elegía. El intento para rescatar del olvido y prolongar, así por el breve y vicario tiempo de la escritura, la existencia de un ser amado: “Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba su enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria”.