MÚSICA
Vuela Lucía
Residente en Nueva York pero sin olvidar sus raíces en los Llanos Orientales, Lucía Pulido ofrece una exploración etérea de la música colombiana.
La voz de Lucía Pulido tiene un dejo sobrecogedor que hace que la identifiquemos en cualquier estilo al que se apunte: zamba o porro, baguala o bullerengue, lo suyo es un modo de cantar tan propio que termina dejando su huella por encima de los géneros. ¿La razón? Tal vez podemos encontrarla en lo geográfico. Lucía es oriunda de Casanare y creció perfeccionando esa técnica de los cantos de vaquería en que la voz debe ser honda y poderosa para volar por esas llanuras inmensas.
Y la voz de Lucía vuela, sin duda. Un recorrido por su discografía revela una de las carreras más inquietas que pueda tener una intérprete. Cantó poemas comprometidos en la época en que nos gustaba eso de la guitarreada y la chimenea. Se adelantó a la moda del folclor urbano con un disco lleno de trompetas y trombones neoyorquinos. Hizo del folclor una experiencia densa al aliarse con el argentino Fernando Tarrés (quien terminó dándole, desde los instrumentos, una complejidad que esta música en realidad no tiene). Grabó un disco con canciones de despecho que hoy son el paradigma de este repertorio.
Y aterrizó, por fin, en un álbum llamado Por esos caminos. Uno siente que todas esas vueltas la han llevado a este sendero más depurado, más transparente, con 12 canciones hechas a su medida y, para sumar al gusto, instrumentadas con sencillez. Hay que aplaudir aquí al guitarrista Sebastián Cruz (su director musical desde hace seis años) por acompañarla de esa manera tan tenue.
¿Qué trae el nuevo disco de Lucía? Primordialmente son evocaciones de nuestras costas, pero no desde el estereotipo jovial sino en eso que los musicólogos llaman "mid-tempo": canciones que a pesar de su calidez no están exentas de melancolía. Una copla de Año Nuevo, por ejemplo, no puede dejar de recordar que "no te vuelvo a ver". Son esos toques humanos los que le dan hondura al disco. Y una joya para destacar: su versión desangrada, escalofriante, de Calavero, que ya nos había arrugado el alma cuando la cantó Edson Velandia en la banda sonora de la película La sociedad del semáforo.