Simón Bolívar. Behemoth educó a las masas. A las 5 de la tarde del sábado, jornada inicial de Rock al Parque, las masas vestidas de negro ya se acercaban al Simón Bolívar. En esquinas alrededor de la calle 63, grandes grupos de 10 a 15 metaleros cerraban el ritual del momento previo y se tomaban una última cerveza. Ya era hora de hacerse un lugar en la que es históricamente su cita. El discutido pero siempre inclusivo día del Metal, a pesar de las muchas voces que lo tildan de jurásico, no morirá. Siempre tendrá un público entusiasta.¿Por qué los no adeptos al rock pesado se aburrieron de él hay que acabar el día? La gente que llegó muy temprano piensa que no. Los guerreros/as de la primera fila con la fuerza de aguantar las presiones de la barda al frente y el pogo atrás por diez horas seguidas. Gabriel, de 27 años, llegó de Suba con su grupo de amigos a las 12:30. Fue a apoyar a un par de bandas que vio crecer, y sobre si el día más pesado y oscuro del festival ya había cumplido su ciclo, aseguró: “Creo que el Metal se muere cuando la gente lo deje de escuchar. Y vea”. Otros personajes notables incluyeron un clon de un ícono del heavy como Rob Halford, cantante de Judas Priest: calvo y con barba chivera, elevando a los artistas una cruz invertida de cartón.La jornada en el Simón empezó a las 2 de la tarde y con un margen de error de máximo 10 minutos, fue puntual en los horarios programados. El reloj al lado de los escenarios marca los tempos de los artistas y de la organización, y claramente ayuda. Un aspecto a mantener. En el frente climático, por un momento amagó despejarse, pero se tapó definitivamente con la caída del sol y ofreció lluvias ligeras hasta el final, a las 10:50 de la noche. La hinchada metalera no se escarmienta con las aguas, y quizás por esto fue recompensada con no recibir un aguacero furioso, del tipo que ya no permite escuchar. Los platos fuertes llegaron desde el momento en que se alternaron los grupos nacionales e internacionales. La mezcla mantiene el interés y exalta a los actos locales, pero tiene la desventaja de evidenciar la brecha entre el sonido de las unas y otras, que no es pequeña. Esto no en detrimento de lo que tocan las bandas nacionales, pero simple consecuencia de los recorridos y recursos.Nosferatu lo dio todo. Sus cinco integrantes enfrentaron a un escenario Plaza lleno en un 40 por ciento . Su cantante Leonardo Álvarez, de pantalón bien ajustado con un broche de pentagrama, bien retribuyó los aplausos: “Pa’eso estamos, pa’disfrutar esta mierda”. En el escenario lo siguió el Melechesh, de 22 años de historia, desde Jerusalém y Amsterdam, y pisando suelo colombiano por primera vez. El público empezó a entrar el calor con los bajos más claros y profundos. La banda movió a la entraña de la gente y encendió varios los remolinos de pogo (dentro de uno un hombre agitaba una bandera que apoyaba la paz de Colombia). Curiosamente , la música dentro de su precisa y oscura pesadez apeló bastante a percusiones Tropipop, Caribe y/o Champeta. No es un desagravio llamarlos el acto más tropical del día negro. Le dieron, sin duda, un sabor distinto y todo su set de canciones estuvo hilvanado por un sonido hipnótico, como el de un ‘didgeridoo’ australiano.Sacred Goat, un acto capitalino, desplegó su estridencia con dos guitarras, una batería y la voz mutante de Karina Ortega, que sorprende cuando canta y también cuando habla. De un grito pasa a un arrullo, y trata al público como trataría a una hermano, hablándole de ‘los miedos que todos tenemos’, de cómo todos son una cultura y de cómo muchas familias y gente están detrás de una vida musical. Les agradeció a todos y conmovió con su franqueza.Quedaban las bandas de mayor expectativa. En el escenario Bio cerró Nuclear Assault. Los neoyorquinos, cuyo cantante y guitarrista –lo repitió varias veces- es profesor de colegio de la Gran manzana, no dejaron que los años que dejan ver físicamente se notaran musicalmente. La gente coreó fuerte varias de sus canciones, y la altura no les jugó malas pasadas, fueron un punto alto y desencadenaron varios de momentos de frenesí. Apelaron a su nicho de público, y este les respondió.Y por último, el grupo que casi la totalidad del Simón Bolívar fue a ver se tomó el escenario. Behemoth, de gran vigencia mundial demostró por qué este año ha cerrado grandes festivales del género y por qué su más reciente álbum ‘The Satanist’ ha generado tanto barullo. Y no está fuera de orden mencionar su álbum, pues ejecutaron con un nivel de fidelidad impresionante. Los polacos tienen una larga historia, pero su vigencia en el escenario y en su ejecución dejó atrás, por mucho del resto de los grupos. Un enorme cierre, con una enorme presencia en escena de Nergal, líder, que imanta con sus arengas al público, con sus movimientos con los juguetes que saca (antorchas, altoparlantes, babas rojas) y de Orión, un bajista que parece habar saltado de alguna mitología. Parecía medir cinco metros, un por cada cuerda de su bajo.Las piernas cansadas del Simón Bolívar recibieron un último y gran impulso con ese agite de cadencias de Behemoth, entre sus bombardeos de redoblante hasta los riffs de guitarra lentos e intestinales, con el ritmo de los pasos de un gigante. En su última canción, lucieron máscaras sacadas de ‘Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick. Música y show, pan y circo del más oscuro. Del que querían la gente, que por eso salió levemente mojada pero muy satisfecha.En efecto, el día del Metal se morirá el día que la gente en Bogotá deje de escucharlo, es decir, jamás.Media Torta: Celso Piña los puso a bailar a todosFoto: Juan Francisco Molina“Cumbia arenosa”, se calientan los motores. “Cumbia campanera”, se enciende el ambiente. “Macondo”, inevitable recordar a ‘Gabo’. “Los caminos de la vida”, para los nostálgicos. “La diosa de la cumbia”, el público enloquece. “Cumbia sobre el río”, todos bailan. Y qué mejor remate que “Cumbia poder”. Con estos y otros temas, Celso Piña y Su Ronda Bogotá, cerraron de la mejor manera la jornada de Rock al Parque en el escenario de la Media Torta.No dejó de llamar la atención la apuesta musical del mexicano, quien, como siempre, estuvo con su acordeón. Pero además de ese instrumento hicieron presencia guitarras eléctricas, batería, guacharaca, conga. Una fusión interesante y atractiva para el público, si se le suma la presencia al final de ‘Pato Machete’, uno de los integrantes del grupo de hip hop mexicano ‘Control Machete’.Con esto, fue suficiente para que Celso Piña y su combo pusieran a bailar a Rock al Parque. Incluso, el rockero español Nacho Vegas y los músicos que lo acompañaron se quedaron para disfrutar de la cumbia. Y se la gozaron al máximo.Hablando de los españoles, el público también disfrutó al máximo con su presentación. Nacho Vegas interpretó temas como “el hombre que casi conoció a Michi Panero”, “Cómo hacer crac”, “la gran broma final” o “la vida manca”. Letras profundas, ritmo rockero, para cautivar a los espectadores.Otro que se destacó en el escenario fue Juan Cirerol, oriundo del estado de Baja California, México. Solo, con su guitarra y con su armónica, Cirerol de a poco se fue conectando con el público gracias a temas como “Sí, sí”, “eso es correcto señor”, “Hey soledad” o “Sentimental”, un homenaje al cantante mexicano Joan Sebastian, que falleció el mes pasado.Mientras llegaba la gente que llenó gran parte del escenario de la Media Torta, Cirerol continuó su repertorio con canciones que se fueron ganando a los asistentes por la honestidad de sus letras. Una de las más pegajosas fue “Metanfeta”.Cabe recordar que la jornada del sábado en la Media Torta la abrió ‘Schutmaat Trio’, una banda colombiana de rock alternativo; luego se presentó la agrupación venezolana ‘Los Mentas’; también se subió al escenario el cantante colombiano Manuel Medrano. Ni siquiera una leve llovizna mientras caía la tarde impidió que los asistentes disfrutaran una jornada que si por algo se caracterizó fue por la diversidad de voces y apuestas musicales complementarias, de una u otra forma, con el rock, o con lo que es en esencia el rock: una búsqueda, una forma de ser que nunca deja de presentar sorpresas.