entrevista
“El amor: a veces ha sido luz y en otras, la perdición”
La actriz Laura García acaba de lanzar su libro autobiográfico ‘Sin verlo venir’, en el que hay muchas referencias al amor, el teatro y la vida, todo contado de una forma literaria y poética. SEMANA la entrevistó.
SEMANA: ¿Por qué escribió el libro?
Laura García (L. G.): Soy inquieta intelectualmente. No solo me dedico a la actuación, desde pequeña soy muy lectora. Había una biblioteca en la casa bastante decente y siempre he sido admiradora de los libros. Entonces siempre me quedó el gusto por la literatura. En cuarto nos mandaron a hacer un ensayo y la profesora me lo devolvió tachado en un 80 %. Y eso me quedó con los años y quise probarme como escritora para mí, para nadie más, y ver si era capaz de desarrollar un relato.
SEMANA: ¿Y por qué una autobiografía?
L. G.: Porque llega un momento en la vida de una actriz en que ya los personajes que uno ha hecho no le son suficientes. Uno quiere contar algo más personal y por eso escojo la autobiografía. De pronto hay hechos en mi vida que le puedan interesar a alguien. Pero no quise contarla de una manera simple. Quise incluir referentes literarios, históricos, filosóficos, aproximaciones mías al concepto de qué es ser amante, qué es ser amado.
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SEMANA: En el primer capítulo habla de sus amantes. Enumera 17. ¿Fue difícil hablar de eso en una sociedad como la colombiana que es muy conservadora en esos temas?
L. G.: Vivimos en una sociedad muy hipócrita y sumamente patriarcal. Mientras hay hombres como el marqués de Sade, como el don Juan de El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, donde hay un despliegue de las seducciones que ese hombre ha tenido, ¿por qué una mujer no puede contarlo? Estamos en la vida moderna y eso le ha permitido a la mujer un derecho amatorio y erótico. No tengo empacho en contarlo de esta manera literariamente bella. Pero no debe haber pudor en ello porque el amor y lo erótico van integrados a la mujer, no tengo problema con eso. Safo, la poetisa, decía: “Dicen algunos que no hay nada más bello sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes o de infantes o de naves, pero yo digo que lo más bello es la persona amada”. Ahí está. Si uno quiere escribir algo que valga la pena y algo autobiográfico no puede escribir con pudores falsos porque ahí no hay nada honesto e íntimo. Yo sí traté de que el relato fuera de esa manera y poco me importa como me tachen. Ya me han dicho de todo en la vida.
SEMANA: ¿Cómo fue ese proceso de revisar la vida?
L. G.: Fue maravilloso porque uno se da cuenta de las decisiones que tomó, de cuáles fueron erradas, de cuáles me faltaron por tomar en un momento dado. Es un autoexamen que a esta edad es muy útil porque determina las cosas que uno va a hacer de aquí a futuro. Después de atravesar estos años, que comencé en el vientre materno de mi madre, hubo pedazos que me dolieron porque dejaron heridas que, aunque están sanadas, afloran, como la muerte de mis dos hermanos tan jóvenes, a los 29 años, uno en un accidente y otro en un crimen. Hubo pasajes en los que tuve que detener las lágrimas y lograr que esa lágrima se transformara y atravesara todo mi cuerpo hasta llegar a la mano y de ahí a las teclas del computador. Fue una enseñanza.
SEMANA: ¿Por qué el título?
L. G.: Viene de una frase del libro y alude a muchas cosas, pero alude a que la mala actuación puede venir sin que uno la vea venir. Hay que tener el enanito crítico montado cerca del hombro que le sopla a uno al oído que lo que uno está haciendo no tiene conexión con tu intimidad. Pero a la larga se convirtió en una frase presente en mi vida, de muchas cosas que no vi venir. A muchos nos pasa y como eso lo asimilamos en algo poético o positivo para la vida.
SEMANA: ¿El episodio de su primer embarazo es de esos que no vio venir?
L. G.: Eso fue una maternidad interrumpida. Yo estaba muy joven, desconocía el mundo, tenía 17 años y cuando quedo embarazada –esto no es ningún secreto– y más vale que lo lean porque en el libro está explicado de una forma más bella, decido ir a Europa donde estaba el padre de mi hijo y ahí es cuando se desenvuelven todos los hechos. Pero quiero que la gente lo lea en el libro.
SEMANA: Y lo de ese hijo y el reencuentro…
L. G.: Eso es bonito porque años después ese hijo me buscó a mí. A ese hijo lo tenía entre pecho y espalda, él vino, nos conocimos y fue una epifanía. Yo siempre lo había esperado y siempre le había hablado por dentro y le había lanzado mensajes que tal vez atravesaron el Atlántico e hicieron que él reuniera la evidencia y me sorprendiera. Eso también está en el libro.
SEMANA: ¿Qué es el amor para Laura?
L. G.: Algunas veces la luz y en otras, la perdición (risas). Así es. Han sido varios. Yo no lo he buscado. Se ha presentado, pero el amor ha sido muy determinante en mi vida porque en muchas ocasiones he cambiado mi vida por el amor hacia un hombre. Por ejemplo, he dejado a un hombre por este otro que se presenta, he viajado y vivido en otro país por un hombre al cual yo amo. A los amores y al amor les he hecho muchas concesiones en la vida. Este es el momento en que eso paró, en que siento una realización personal como mujer y siento que no necesito ese tipo de amor como lo necesitaba antes. Ya hay otras cosas que son más importantes como escribir un libro, un nieto, el amor hacia un hijo, reconquistar a un hijo en el amor. Esas cosas son más importantes, aunque si se presenta, bienvenido.
SEMANA: ¿Quién es Laura García?
L. G.: Yo soy mezcla de muchas culturas. Nací en Bogotá, pero buena parte de mi familia es de la costa Caribe y otra parte es antioqueña, los Marulanda. Yo nací en Bogotá, pero iba mucho tiempo a Santa Marta. Bogotá, que es mi ciudad, sigue siendo mi favorita de Colombia. Pero el Caribe me dio un tumbadito que no habría tenido si hubiera sido solo habitante de esta ciudad.
SEMANA: ¿Qué marcó su infancia?
L. G.: Hay muchas cosas, pero una marca que aún está ahí y que es como algo que no se va a ir nunca es el abandono del padre. Eso en la vida de una hija o hijo es catastrófico y sobre todo en aquella época que no explicaban por qué, simplemente se daba el hecho. “Mi amor, me voy”, eso es un apocalipsis en la vida de uno porque cesan el calor, la presencia, las caricias y salen enfermedades. Yo mojé la cama durante dos años por la partida de mi padre. Lo digo con certeza de que los padres de hoy tengan cuidado si se van a divorciar y cómo lo van a transmitir a sus hijos. Para nosotros fue silencioso y apocalíptico.
SEMANA: ¿Por qué el teatro, la actuación?
L. G.: El teatro me llega por mi abuela paterna, por mi madre, ella me llevaba a leer autobiografías de grandes actrices y actores. La relación de un actor con el teatro es más fuerte porque el espectador está ahí y si le llega y como le llega. Con una cámara, uno no puede medir eso, sino después cuando va el cine como espectador. El teatro es la esencia del actor. Yo hago teatro, cine, televisión, lo que pasa es que trato de escoger muy bien mis proyectos, no me gusta aceptar cualquier cosa, sino aquellas en las que espero que haya gran calidad en lo que se cuenta y en la forma como se cuenta.
SEMANA: ¿Qué es ser actriz?
L. G.: Yo pongo en el libro una frase muy corta y es que los actores y actrices somos como niños porque siempre estamos jugando a ser otro u otra, peor o mejor que uno. A mí me gusta mucho jugar, tal vez por eso me gusta el amor, que también es un juego. Actuar es jugar a que se es otro y cómo se inventa uno a ese otro que ya está escrito en un guion o donde sea que esté ese personaje. Es un juego fascinante porque es ponerse en la piel de otra persona, es buscar el universo en el cual se mueve. Para la interpretación de la mujer del general en El coronel no tiene quién le escriba tuve que leerme todas las obras de García Márquez. Siempre un personaje tiene el sello de quien lo está ejecutando.
SEMANA: En el libro se declara atea. ¿En qué cree?
L. G.: En lo que tengo acá, en las manos fantásticas que lo llevan a uno a escribir, en los pies que llevan a andar por la vida y cuántos continentes no he recorrido, países y caminos. Creo profundamente en el ser humano. Walt Whitman decía “creo en mí mismo”. Al inicio del libro puse esta frase: creo en la carne y los apetitos, ver, oír, tocar son milagros y cada parte de mí es un milagro”. Yo en eso soy muy whitmaniana.
SEMANA: ¿Y del feminismo qué opina?
L. G.: Siento que es esencial en una sociedad patriarcal. Mujer que sea mujer y medianamente inteligente y capaz de entender las contradicciones de la mujer en el mundo entero dice soy feminista. Pero yo creo más en el humanismo porque eso comprende al hombre y a la mujer, y a los que nacieron mujeres y quieren ser hombres y viceversa. Hay que meter a toda la población. Me leo más como humanista, en un mundo que comprende a todas las personas de cualquier sexo. Es fundamental para el desarrollo de la sociedad y del ser humano. Hay que dar oportunidades a todos.
SEMANA: ¿Qué significó la maternidad para usted?
L. G.: Yo digo en el libro que la maternidad no tiene por qué ir en contravía con la libertad de la mujer, respeto a los que toman la decisión de no tener hijos, pero me parece que la maternidad, en el caso mío, fue algo que sucedió, no fue algo en lo cual a mí me introdujeron de manera dulce, inteligente ni armoniosa. Y lo lamento porque la maternidad es una experiencia única en la vida de una mujer: concebir un hijo o una hija, dar a luz, enseñarle y cuidarle para que luego son ellos los que le enseñen a uno cosas de la vida. Y luego, un nieto es un hijo, pero sin las responsabilidades, o sí las tiene, pero distintas, la responsabilidad es hacerles creer que eso que le están enseñando es relativo porque uno ha vivido más que los padres y maestros de ese nieto. Entonces hay que enseñarles a que tengan dudas.
SEMANA: ¿Cómo le ha impactado el paso de los años?
L. G.: Para una mujer y para un hombre es mucho más importante basar su existencia no en la belleza física porque eso viene y va, y así es la naturaleza y no lo podemos cambiar. El otro día uno de los actores de la obra me dijo: “Te estaba viendo en bambalinas y te ves tan hermosa”, y yo dije: “¡Ay, esto qué es! Me doy cuenta de que la belleza es una cosa interna que le sale a uno por los ojos, no es de bisturí ni de cirugías, ni de anorexias. A mí nunca me han dicho nada porque no he centrado mi vida en la belleza física. Hay un respeto y hay un entendimiento de que yo no soy solamente eso y lamento mucho que haya mujeres y hombres cuya vida esté circunscrita por la falta o no de la hermosura física.
SEMANA: ¿Qué es para usted la vida?
L. G.: En este momento es este libro. Cuando lo tuve entre las manos me di cuenta de que todo lo que he vivido está aquí. En este momento este libro es mi vida. Es probable que en el futuro siga escribiendo. Tengo un proyecto audiovisual con la historia de una mujer extraordinaria a la que la vida no le hizo justicia.
SEMANA: ¿Le quedan arrepentimientos?
L. G.: Es mejor embarrarla, claro. Yo creo que tengo dudas sobre algunas decisiones que tomé, pero arrepentimientos no porque si se muere con arrepentimientos, muere mal. Uno vive y se muere con heridas. Pero el arrepentimiento es como un cáncer, un tumor. Y uno no puede vivir con cáncer. Hay que vivir tranquilo y con la certeza de que si cometió errores, los cometió, como cuando uno es futbolista y hace un autogol o es actor y se sobreactúa. Eso pasa, uno no es perfecto. La perfección no existe. Existen los hechos excepcionales, pero perfección, no.