Libro 'Líder irreverente', de Adriana Arismendi
Libro 'Líder irreverente', de Adriana Arismendi | Foto: Editorial Conecta

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Fragmento de ‘Líder irreverente’, el libro de Adriana Arismendi

SEMANA reproduce un fragmento del texto de la vicepresidenta corporativa de Mercadeo y Ventas Digitales de Bancolombia.

29 de septiembre de 2022

En lugar de crecimiento, evolución

Históricamente, nos han enseñado que la megameta por alcanzar es el crecimiento. Desde la perspectiva personal, hasta en los negocios, crecer es la obsesión y el trabajo dedicado del día a día. El desarrollo es totalmente medible y cuantificable; parte de una base y cuenta con ciertos componentes que se multiplican incrementando su tamaño y su cantidad; así, cuando se evalúa, se determina si sus componentes crecieron, y si hubo o no un aumento es su base real. Esta teoría es no solo válida, sino muy práctica para evaluar el progreso. Como todo cambia, y a medida que tenemos más acceso a información y a contrastar puntos de vista, nos damos cuenta de que nuestras verdades no son únicas; la forma de evaluar crecimiento bajo la lupa de la inmensa cantidad de información que tenemos hoy queda con ausencia de poder, pues estamos perdiendo de vista valores fundamentales que pueden no ser tangibles, o que se diluyen si compiten frente a grandes números, que son pilares clave de cualquier negocio, e incluso, de los profesionales.

En ese sentido, considero pertinente plantear una nueva forma de ver lo que, en esencia, nos interesa, y que son las ganancias en general originadas a lo largo del camino. Para eso se evalúa el crecimiento, ¿o no? Lo voy a poner en términos más simples, que te permitan ver lo que intento explicar. Podremos evaluar el crecimiento de un niño porque sus medidas físicas se han incrementado: con el tiempo, medirá más, pesará más, etc. También consideraremos crecer el hecho de que se valga por sí mismo, que incluya nuevas palabras a su vocabulario y que desarrolle nuevas habilidades. Lo que definitivamente no medimos, hablando en términos cualitativos, es el crecimiento de las nubes de pensamiento, que con la experiencia obtenida se hacen más densas y de formas más complejas. Así, cuando nos sorprendemos porque un niño pequeño comprende la raíz de una situación difícil o muestra emociones más profundas, no asumimos que es parte de su crecimiento, y lo atribuimos a inteligencia heredada, a la copia de conductas o a cualquier otro factor externo. Con la vista en una carrera profesional sucede lo mismo. Una persona habrá crecido si notamos que ha escalado posiciones dentro del organigrama de la empresa, y va conquistando posiciones de poder y visibilidad. Pero, ¿qué pasa con el conocimiento, la capacidad para discernir, la inteligencia emocional, el manejo político y la visión holística, entre otras características clave? Quedan fuera del rango de medición de crecimiento. Esto mismo sucede con los negocios, y es que todo parte de la base del concepto que tenemos relacionado con el éxito. Nos hemos acostumbrado a pensar que alcanzarlo es ganarle a otro, estar por encima de otro, material y mediblemente hablando, cuando, en realidad, la victoria bien puede ignorar lo que otros conquisten y centrarse en el autorreconocimiento de alcanzar metas propuestas y cosechar lo más importante: logros que se conviertan en capital de trabajo para seguir sumando objetivos y enfrentar adversidades.

Por esta razón, creo que ver el crecimiento desde una mirada más amplia; no solo la que es materialmente cuantificable nos lleva a hablar más de evolución. La evolución también significa crecer, pero no solo en una medida cuantitativa. Desde mi punto de vista, evolucionar es ampliar la visión, considerar nuevos caminos y fortalecer internamente las capacidades para cambiar, y también, para afrontar nuevos desafíos. No implica desprenderse de la esencia ni desconocer el punto de partida, sino, más bien, pararse sobre ellos y construir una nueva visión incorporando todos los elementos disponibles en el camino. Mi razón número dieciocho para cambiar es descubrir el inmenso potencial para evolucionar que todos tenemos, en cada cosa que hacemos. Así, cuando juzgamos el crecimiento de una persona como profesional, primero debemos saber qué metas se ha planteado, qué quiere ser en su carrera, porque ser CEO de una gran organización no es un objetivo para todos, de manera que el medidor que usemos puede dar resultados equivocados sin dicha información.

De esta manera, una persona puede plantearse cualquiera de las infinitas metas posibles: desde ser el mejor en su especialidad hasta mantenerse estable en una organización, alcanzar posiciones de poder, aprender e independizarse, ser emprendedor o colaborar en la construcción de un nuevo puesto que se acomode a sus propios intereses. En todos los casos, una forma de evaluar si ha alcanzado el éxito es comparar su punto de partida con sus logros, y saber qué tan cerca o qué tan lejos está la cúspide que se ha planteado; pero, además, y muy importante, conocer también cuánto de lo vivido durante el tiempo que esa persona ha experimentado ha nutrido su conocimiento, ha variado sus puntos de vista, le ha permitido aprender a manejarse en distintos ambientes. Lo más probable es que haya tenido detractores, y que, tal vez, haya tenido equipos que liderar o compañeros con quienes trabajar hombro a hombro. Muy posiblemente, ha complementado su carrera académica, ha interactuado con otras personas, tal vez ha viajado y ha leído nuevos libros o ensayos.

Esa persona ha evolucionado, en comparación con su punto de inicio, más allá de haber alcanzado o no sus metas materiales. Mi propuesta es darle más valor y peso a la evolución, entendiéndola como los cimientos que nos van acompañando y haciendo fuertes y resistentes a los desafíos del futuro, mucho más que las metas que medimos en lo material; y esto, por una sola razón: los negocios incrementan nuestras ventas, nos dan un mayor número de clientes y nos pueden llevar a posicionarnos como líderes, pero también podemos perder todos esos logros por un giro inesperado en las condiciones del mercado, la entrada de un nuevo competidor o un error en el manejo del negocio. Un profesional, independientemente de cuál sea su posición en una empresa, puede perder su empleo y, con ello, el título que ostentaba. Muchas veces, dichos cambios implican empezar de cero, desde la base; no obstante, lo que no perderá jamás el negocio o el profesional es el conocimiento y la experiencia obtenidos a través de las distintas situaciones que ha enfrentado; esa erudición que lo ha hecho avanzar a una mejor versión: una más completa, más integral. Y esa evolución, que se traduce en pensamientos y acciones diferentes, que son producto de un mix de información y hechos, y que son su mejor arma para volver a levantarse y crecer una vez más. La evolución no tiene límites, pero en algunos casos, puede que el crecimiento sí.

*Con autorización editorial.

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