Ramón Jimeno, uno de los más respetados periodistas de Colombia, lanzó su nuevo libro y esta vez se trata de una biografía hecha reflexión. ‘La impunidad del poder’, de la editorial Penguin Random House, habla sobre dos hombres que, a pesar de la presión de las mafias más poderosas, se mantuvieron fieles a sus principios.

Previo a la presentación oficial del libro, SEMANA conversó con el autor sobre el propósito, el proceso, la controversia y el impacto de una poderosa reflexión sobre las instituciones que rigen a nuestro país.

SEMANA: ¿Qué busca con la impunidad del poder y qué le quiere transmitir a sus lectores?

Ramón Jimeno (R.J.): Por ‘La impunidad del poder’, lo que estoy buscando es una reflexión a partir de experiencias de servidores públicos que han sido castigados por cumplir con su labor dentro de los parámetros éticos y morales que les corresponden. Me parece que en el país hay una falta de reflexión, en medio de todos los episodios de violencia que sufrimos y hemos sufrido, sobre el rol del Estado y de la forma como convive con la violencia. Lo que busca la reflexión es ver cómo las instituciones adoptan conductas criminales, conductas ilegales y conductas por fuera del marco de la ley. Las ejecutan con impunidad, amparándose en que hay una razón del Estado para permitir que unos oficiales asesinen, que otros desaparezcan, que otros torturen, que unos jueces no puedan dictar sentencia o que unos magistrados sean removidos de su cargo con la intervención del poder Ejecutivo, lo que es totalmente indebido. Ese es el propósito del libro, llamar la atención sobre la necesidad de reformar las instituciones para que, como en una democracia moderna, se pueda sancionar a los funcionarios públicos que se salen del marco de la ley, en vez de premiarlos.

SEMANA: ¿Cómo llegó a las historias del coronel Velásquez y el exmagistrado Velásquez?

R.J.: Hace rato, como desde hace unos cinco años vengo trabajando en ese tema de la persistencia de la violencia en Colombia y de la inconsistencia del Estado colombiano. Son muchos campos, no solamente en la justicia y en las Fuerza Pública, también ocurre en el periodismo y ustedes lo han vivido en todas partes. Periodistas que se tienen que ir, periodistas que son asesinados. Entonces, hace mucho tiempo venía trabajando en ese tema de cómo no hay una protección del Estado hacia los ciudadanos que están actuando dentro de la norma, sino que son los ciudadanos las víctimas de los violentos, incluyendo los que están dentro del Estado. Por ejemplo, tuvimos un episodio en El Espectador en el año 2000, cuando secuestraron al Jineth Bedoya. El presidente Pastrana nos llamó a todos los que estamos amenazados. Nos dijo que es mejor que nos fuéramos del país porque no tenían cómo protegernos. Eso da mucha rabia, cómo así que el Estado no tiene cómo protegerlo a uno, pero sí puede proteger a Pablo Escobar en una cárcel especial y puede darle amnistía a los guerrilleros. Esa reflexión de cómo están invertidos ciertos valores del Estado y de los líderes del país fue lo que me llevó a encontrar estas historias.

Vi que el caso de Iván Velásquez es uno de los más notorios de persecución en el sistema judicial. Los otros están exiliados o muertos, él se mantiene activo. Por supuesto, la del coronel Velásquez, que fue jefe del Bloque de Búsqueda de Cali y fue quien denuncia el comienzo del paramilitarismo del Ejército.

SEMANA: ¿Cómo fue para el coronel y el exmagistrado ser retratados de esta forma?

R.J.: En realidad, la iniciativa de de trabajar con el coronel Velázquez es de él mismo, que tenía como esa obsesión de contar esas verdades. Muchas se sabían, pero otras no se habían contado con la precisión en la que él las cuenta. Sobre todo, no se habían hilado. En la idea de contar esos episodios del Cartel de Cali y los paramilitares, empezamos a pensar si no sería lo bueno buscar un grupo de personas que representaran lo mismo en otros campos y ahí apareció el nombre de Iván Velázquez, que en el caso de la justicia es muy representativo. Aparece el nombre de Ricardo Calderón, que trabajó en SEMANA como un investigador en todos estos temas que él destapó. Ver la dificultad de hacer ese trabajo de periodismo investigativo acá y así aparecieron otros nombres, pero después, en el trabajo de investigación, me pareció que con la historia de ellos dos era más que suficiente para empezar. Puede que la serie siga, pero para empezar con ellos era suficiente porque hay que investigar mucho.

En la época que yo hice periodismo, del 1985 a 2005 estuve muy activo en estos temas de la violencia. Tenía un archivo muy bueno, muy completo, muchas fuentes y me quedaba a la mano hacer la minería. Por eso me quedé con los dos personajes. tuvimos entrevistas muy largas con ellos, de horas. Como más de 20 horas de grabación con cada uno de ellos.

SEMANA: Dentro del libro sobresalen nombres de expresidentes en el rol de opresores. Por ejemplo, Álvaro Uribe Vélez...

R.J.: Uribe sale como uno de los personajes que encarna ese principio de que el fin justifica los medios, pero es como uno. Uribe es la representación de una forma de pensar de la clase dirigente colombiana. Antes de Uribe había asesinatos y la violencia de los años 50 no tuvo nada que ver con Uribe. Es una forma de pensar del Estado colombiano y, en ese sentido, es muy importante que se lea como una reflexión y no como una denuncia contra Uribe o Ernesto Samper, que el coronel Velásquez retrata muy duro por lo del Cartel de Cali. En el caso de Uribe, él no lo oculta. Empezó su carrera luchando contra la guerrilla a muerte y él fue el promotor, abiertamente y legalmente en su primer momento, de las cooperativas de defensa ciudadana. Cuando se volvieron ilegales, él siguió con la relación porque le pareció que el Estado necesitaba esa herramienta para derrotar a las guerrillas y los paramilitares son clave para derrotarlas. El punto de la reflexión es si es legítimo que el Estado derrote con armas ilegítimas a su enemigo. Porque si se coloca en el mismo nivel, entonces qué sentido tiene tener un Estado. Mucho más fácil matar a una persona que juzgarla.

En ese sentido, no sale bien librado el presidente Uribe o Samper, son los más maltratados. Insisto que el foco no es denunciarlo, porque es un problema de la dirigencia colombiana. Es más viejo de lo que creemos, está enraizado desde prácticamente principios del siglo XX. Es como una tradición, proteger a los asesinos dentro del Estado, proteger la ilegalidad dentro del Estado. Ese es el punto central, es una crítica a los expresidentes, pero también a muchos generales.

SEMANA: ¿Qué queda para ese Estado inherentemente corrupto?

R.J.: El Estado tiene que reformarse y tiene que depurarse. Tiene que dar el giro para sancionar a los ilegales y acabar con esas prácticas. Eso implica primero –está insinuado en el epílogo– reformar las instituciones que tienen el monopolio del uso de la fuerza o la autorización legal para usar la fuerza. La Policía, el Ejército, los organismos de inteligencia y todos los cuerpos de seguridad del Estado. Hay que replantear la forma como se estructuran. Por ejemplo, en los años 60, sí es clarísimo con la doctrina de seguridad de Estados Unidos. Cuando se establece que es legítimo asesinar al enemigo, que son los comunistas, porque van a acabar con nosotros los demócratas. Como la bomba nuclear, si no ataco primero, me matan. Los norteamericanos sembraron en Colombia esa doctrina moderna de que el enemigo interno se puede eliminar. Eso se sembró en todos los centros de formación militar y de Policía se irradió esa concepción. El hecho de ser guerrillero, ser comunista o de izquierda era una forma de quitarle los derechos a esos ciudadanos y, por eso, podían ser torturados, asesinados y detenidos. Si no se reforma la forma de educarlos, lo demás que se haga será insuficiente. A partir de ahí, crear el aparato de justicia que vigile a las fuerzas de seguridad.

Portada de 'La impunidad del poder'. | Foto: Penguin Random House

SEMANA: Es un libro con una crítica fuerte. ¿Cuál cree que será la reacción e impacto de su publicación?

R.J.: El impacto ideal sería que la gente discutiera sobre la necesidad de reformar el Estado para acabar con la impunidad del poder. Que, sin importar si están a la derecha, a la izquierda o si justifican lo que pasó o no, entiendan que hay que cerrar esa puerta y empezar a construir un Estado de derecho real donde de verdad se respeten los derechos de todos. Que empiece esa reflexión sería el resultado ideal y no lo que suele pasar en el país. Que digan que esto es contra Uribe o los militares y se polaricen, es lo más fácil de decir. O que digan que Jimeno es parte de esa guerrilla de izquierda. Eso sería lo peor, lo más importante es reflexionar y sí, reconocer que el Estado está mal –desde hace muchísimos años– en la función de garantizar los derechos de los ciudadanos. No solo en el tema de orden público y justicia, sino en el tema educativo y muchos temas.

SEMANA: Algunas personas, más en época de elecciones, hacen de esto una excusa para polarizar...

R.J.: Es binario y primario. Precisamente, por eso escogí servidores públicos que sean incuestionables. Un coronel no es visto de izquierda nunca y el magistrado puede que alguien lo vea como izquierda, pero digamos que no es la izquierda tradicional. Por eso no metí a otros personajes que podían ser calificados como eso. Es fundamental, en ese mismo sentido, que la izquierda guerrillera tiene gran parte de la responsabilidad del dislocamiento de nuestras instituciones. Por el sectarismo de ellos y porque son los primeros en desconocer los derechos de los otros.

El libro le cae igual de duro a la izquierda, yo no querría a Petro como gobernante. Petro nunca ha pedido disculpas por el asalto al Palacio de Justicia, así no fuera la guerrilla la responsable de la mayoría de las muertes. Tiene que pedir perdón porque es el que origina, con un acto violento, un episodio. La responsabilidad de los militares es otra y hay que juzgarla por otro lado. Petro no habla del robo de bancos que hicieron, sino de “recuperación de capital”. El lenguaje de ellos es justificativo de la ilegalidad. A la izquierda también le cabe la misma reflexión, así no esté explícita en este libro. Pero claro, parten de ese concepto totalitario, excluyente de las libertades y de los ciudadanos que piensan distinto. Es igual de grave al de la derecha y por eso es que el país está buscando el centro.

SEMANA: Usted se mueve entre muchas disciplinas. ¿Cómo es la transición entre una y otra?

R.J.: Una delicia. Sí, siempre me ha gustado estar en distintos oficios y yo creo que es hoy muy fácil hacer esa serie de actividades que están interconectadas. El ejercicio del periodismo, por ejemplo, me dio muchos elementos para escribir ‘La estrategia del caracol’, el guión original, cuando lo hicimos con Sergio Cabrera. Investigaba muchos temas sociales. Esa información me dio la posibilidad de ser creativo en una historia como esa. Producir series de televisión también es todo un reto, ahí más dramatúrgico, de poder generar pasiones positivas y negativas en historias. Es divertido. En el mundo empresarial también con un par de empresas, una de comunicaciones estratégicas. En el cine hay 20.000 obstáculos, en la escritura el único es uno, que se sienta en frente del computador con ganas de escribir y nadie interfiere. Me gusta hacer distintas cosas, en conclusión.