PERSONAJE

De Ian Fleming a James Bond

La historia del 007, que vuelve a escena con la película Spectre, refleja con fuerza la vida de su autor y los deseos de su país, un Imperio nostálgico por su brillo perdido.

7 de noviembre de 2015
Cuando Hollywood llegó tocando su puerta en los años sesenta, Ian Fleming estuvo en desacuerdo con la elección de Sean Connery. Para el autor, Bond lucía como el cantante Hoagy Carmichael (arriba).

Los libros no fueron bien recibidos por la crítica. Para muchos Ian Fleming era un escritor mediocre con apenas la fluidez que le dieron los años en el diario The Times, pero con una pobre capacidad para desarrollar sus personajes. Él no se detuvo a considerar cuestionamientos y escribió como una máquina hasta su muerte. Hoy, tras vender más de 100 millones de libros y de inspirar 24 películas, pocos cuestionan su estilo. James Bond, su agente 007 con licencia para matar, sus mujeres, enemigos, automóviles, aparatos y escenarios trascendieron hasta instaurarse en el imaginario colectivo. Las características, acciones y productos que se asocian con Bond proyectan un estilo de vida irresistible pero imposible, que, sin embargo, sigue vigente más de 50 años después de su creación.

Hoy pocos recuerdan que Fleming creó a Bond a su imagen y semejanza. Su vida le sirvió perfectamente pues mientras servía como comandante de la Inteligencia Naval británica asistió a una conferencia que lo marcó en lo profundo. Las inteligencias británica y estadounidense, reunidas en Jamaica en 1943, trataban de contrarrestar el azote al que los U-Boots (submarinos) alemanes tenían sometida a la flota británica en el Caribe. Según la teoría principal, un millonario sueco estaba detrás de todo y había construido una base secreta para submarinos en una isla cercana a Nassau. Fleming quedó flechado con la intriga. Se conectó por siempre con la isla y, sobre todo, con la idea de las agencias de espionaje y los planes criminales de gran escala.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, Fleming se retiró del servicio y compró un terreno en Jamaica. Allá construyó en 1952 un pequeño paraíso al que llamó GoldenEye, como había bautizado uno de sus planes para defender Gibraltar de los alemanes. En Londres trabajaba como gerente de asuntos extranjeros y periodista del diario The Sunday Times, pero alternaba esta actividad con su escritura. Para esto se recluía cada invierno en su refugio jamaiquino donde escribía dos meses de corrido. Repitió el ciclo anual hasta que murió de un ataque cardiaco en 1964. Tenía 56 años.

Por eso no sorprende que muchas tramas del 007 tengan lugar en playas, islas, y escondites en el océano, ni que desnuden muchos de los gustos de Fleming: el snorkeling, el arte de la pesca con arpón, los autos veloces y el ritual de seguir una etiqueta apropiada para cada ocasión. La vestimenta nunca fue una faceta menor, y muestra cómo en los detalles el escritor y su creación eran uno. Ambos eran adeptos confesos a los mocasines, a los trajes azules y a las corbatas negras de seda, todo de las marcas más exclusivas. Y a nivel de manías y aficiones el paralelo era más interesante aún. Le encantaba seguir un ritual al tomar sus duchas, que pasaban del agua casi en ebullición a la helada, mientras que en su desayuno expresaba profundo odio por el té, quizás su rasgo más antibritánico, a cambio del café jamaiquino Blue Mountain y los huevos revueltos.

Pero a Bond se le conoce más por su licor. Si bien Fleming no bebía lo mismo que su personaje, que institucionalizó el vodka martini “agitado, no revuelto”, compensaba sus jornadas de escritura con una botella de ginebra al día y 70 cigarrillos. Según David Mills del diario The Times, cuando publicó su decimoprimer libro, Al servicio secreto de su majestad, Fleming estaba disminuido por su fuerte ritmo de vida mientras que el 007 bordeaba el alcoholismo. Mills cita un pasaje del libro: “Una de sus noches tranquilas fácilmente incluía unos ocho tragos de vodka, y luego, levemente ebrio se iba a dormir con la ayuda de medio gramo de Seconal. A la mañana siguiente, en un aeropuerto, empalmaba con un brandi doble con Ginger Ale”.

Pero las borracheras de Fleming permean tanto las opiniones del seductor y recio 007 como sus prejuicios y opiniones. A excepción del agente de la CIA Felix Leiter, el escritor retrata a los estadounidenses como envidiosos, hoscos y poco cooperativos. Y en Desde Rusia con amor va más lejos, hasta mirarlos por encima del hombro: “Los estadounidenses no entienden el trabajo de espionaje, y tratan luego de arreglarlo todo con dinero”, dice.

En 1956, Fleming vio que las ventas de sus libros, que no eran malas, despegaron. La coyuntura hizo lo suyo, pues el personaje había dejado de ser su proyección para convertirse en la de todo el Reino Unido. Este, muy golpeado por el conflicto del canal de Suez en Egipto y su pérdida de influencia, se sentía como un imperio decadente y sin dientes, tanto que Australia y Nueva Zelanda, integrantes de su Commonwealth, firmaron un pacto de seguridad con Estados Unidos. El Servicio Secreto también estaba en un punto de desprestigio histórico luego de que la traición de Kim Philby, Guy Burgess y Donald Mclean, los famosos espías dobles de Cambridge, fue descubierta a comienzos de los años cincuenta.

Así pues, los británicos, que a duras penas viajaban o tomaban vino en la época, veían en Bond al personaje a través del cual proyectarse en Estambul, el Caribe, Estados Unidos, Tokio, el hombre cool por excelencia que pedía cocteles sofisticados, vestía impecablemente y, claro, despachaba sin despeinarse villanos mientras llevaba a la cama sin mayor esfuerzo a jóvenes y adorables mujeres. De Fleming se dice que las prefería casadas. Bond poco discrimina entre unas y otras.

En los años sesenta llegó Hollywood con la producción de Dr. No. Y si bien describía al agente con apenas una cicatriz en el rostro, una boca cruel, ojos azules tirando a grises y un mechón de pelo negro que caía sobre su frente, Fleming desaprobó el casting. Sean Connery no se ajustaba a su visión y prefería a David Niven, que según confesó le hacía pensar en el cantante Hoagy Carmichael, su personaje de referencia. Pero no se salió con la suya y se tuvo que contentar con el escocés. La experiencia no fue traumática pues el actor se esmeró tanto que Fleming reconsideró su posición y ajustó en sus historias el origen de su personaje. Lo hizo un hombre medio escocés, medio suizo que había vivido gran parte de su vida por fuera de Gran Bretaña y que había quedado huérfano a los 11 años cuando sus padres murieron en un accidente de alpinismo. Spectre, la vigesimocuarta cinta de la saga que se estrena este fin de semana en Colombia, menciona estos matices de su historia.

Y por más emocional que se presente este James Bond de 2015, interpretado por Daniel Craig, Bond sigue proyectando las manías, los gustos y las aventuras de quien logró condensar como pocos las fantasías de millones de hombres en el mundo entero.