P R O T A G O N I S T A S
De vuelta al mar
Sin reconciliarse con Gabriel García Márquez murió Luis Alejandro Velasco, el protagonista de la asombrosa historia del ‘Relato de un náufrago’.
El mar nunca dejó de reclamar al marino Luis Alejandro Velasco, el náufrago más famoso del mundo, el suboficial segundo de la Armada que en 1955, según el relato que hizo de la historia el escritor Gabriel García Márquez, “estuvo 10 días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”. El año pasado, durante un examen en el Hospital Militar, los médicos descubrieron que los pulmones de Velasco estaban llenos de agua. ¡Qué ironía! Lo que no logró el mar, lo logró una enfermedad fatal. Le diagnosticaron un cáncer muy agresivo. El 9 de octubre, el día de su cumpleaños número 65, lo drenaron y decidieron operarlo.
A partir de entonces comenzó a dejar el mundo que a los 20 años lo vio alcanzar la gloria que le asigna la sociedad a quienes desafían la muerte y se vuelven sobrevivientes. El miércoles de la semana pasada Velasco falleció y su ceremonia fúnebre en el Cantón Norte fue fiel al presagio que había tenido unos años antes, cuando en un momento de revelación le dijo a su esposa: “El día que me muera me van a enterrar como a un héroe”. En los próximos días David Padilla, el nieto que heredó el reloj Mido de cuerda que usó su abuelo durante su odisea en el mar Caribe, cumplirá la última voluntad del suboficial: lanzará sus cenizas en el mar. Era lo que quería. Marta, una de las tres hijas de Velasco, recuerda que su padre, cuando iban de vacaciones, se paraba en la playa y mientras miraba el mar decía: “Yo siento que el mar me reclama que vuelva, que vuelva a él, me pregunta por qué me le escapé”.
Una aventura inolvidable
La historia que vivió Velasco, inmortalizada por Gabriel García Márquez en un texto corto, marcó su vida. El marinero no se cansó de repetirla una y otra vez en diferentes escenarios. Le fascinaba hablar, dice su hija, de “la forma como el mar lo había protegido. El sentía que el mar lo amaba”. Los estudiantes que leían el texto de Gabo, lo buscaban para que les relatara de viva voz los hechos.
Durante 13 años la relación entre el escritor y el marino, que consistía en que la representante literaria del primero consignaba anualmente un cheque para el segundo por concepto de las regalías de la obra, fue fluida. Al cabo de este tiempo Velasco consideró que también merecía una parte de las ganancias que recibía Gabo por la traducción de la obra a otros idiomas. Ahí fue Troya. El asunto se fue a los estrados judiciales. En 1993 el Tribunal Superior de Bogotá falló a favor del Nobel. El pasado 12 de julio Velasco le mandó su última carta a Gabo. El tema era el mismo de los años recientes: “Vuelvo a insistir en que me debes algo”. La hija de Velasco le envió otra carta al escritor en la que le dice que le gustaría conversar con él sobre el tema. Si no recibe respuesta, le anuncia, acudirá de nuevo a los estrados judiciales. Es molesto que una historia épica como la de este naufragio termine de esta manera, cuando lo cierto es que si no se hubieran encontrado en 1955 un joven marinero de 20 años y un novel periodista de El Espectador, no hubiera visto la luz uno de los relatos más apasionantes del siglo que pasó.