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FINAL SUSPENDIDA

En Buenos Aires, ya nadie quiere saber del soñado River - Boca

Tras la jornada violenta, la capital argentina se despertó agotada del fiasco en que se convirtió la final de la Libertadores. Cuando parecía que no podía ser peor, el estadio abrió sus puertas a miles de hinchas a los que, minutos después, echó nuevamente sin ver un segundo de fútbol.

Jaime Flórez, Buenos Aires, Argentina.
25 de noviembre de 2018

Parecía que nada podía empeorar el fiasco en el que se convirtió la final soñada del fútbol sudamericano, pero la realidad le dio un nuevo golpe a los optimistas. A las dos de la tarde, la voz del Monumental se dirigió a los cerca de 2.000 hinchas que ya ocupaban sus tribunas. "Por decisión de la Conmebol, el partido se posterga", se escuchó, y cayeron luego los silbidos y los gritos. Diez minutos antes, las puertas del estadio se habían abierto. Una muestra más del caos.

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Permitieron la entrada de la gente para decirles, unos instantes después, que tendrían que irse. Así se le dio un nuevo pincelazo a este bochornoso capítulo que desnudó tantos vicios que rodean al deporte rey en Sudamérica.

Este domingo, Buenos Aires se despertó agotada de tanta espera, de tanto "quilombo", como dicen los porteños. Las calles vacías y en las pocas cafeterías abiertas del sector de Recoleta, nadie hablaba de fútbol, sino del entorno empañado de la final. La final River - Boca que millones anhelaban se percibía ya como un lastre para los argentinos.

Los aficionados no hablaban de la urgencia de jugarlo por la pasión al deporte, o por el espectáculo, sino para cerrar de una vez por todas este capítulo desgastante en el que los hinchas han acudido a las tribunas en cuatro ocasiones, y solo en una han podido ver fútbol. Eso sin hablar de las semanas que el evento lleva ocupando las parrillas de los canales deportivos, que pontificaron de todo lo que podría suceder dentro de la cancha, sin llegar a pronosticar que el espectáculo, y el más vergonzoso, ocurriría afuera.

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Primero fue una tormenta que desbordó una Bombonera, un estadio de primer nivel que debería estar preparado para la lluvia. Después, un grupo de violentos y ahora, una organización desconectada y enfrentada en una disputa de declaraciones en la prensa. Alejandro Domínguez, el presidente de la Conmebol, había anunciado a primera hora que el partido se jugaría sí o sí, porque unos cuantos violentos no podían aguar la fiesta de millones. Y a la par que eso se decía, Boca enviaba un comunicado a la dirigencia del fútbol sudamericano pidiendo sanciones para River y la suspensión de la final. Aún así, abrieron las puertas del Monumental.

José David López, locutor español de la Cadena Ser, escuchó en el estadio el anuncio de la postergación del partido justo a la hora en que su avión de regreso a España estaba programado para despegar. Él decidió perder el vuelo para no faltar a la reprogramación del partido histórico, y ahora se quedaba sin nada, apenas con dos intentos fallidos y un gesto de agotamiento y desilusión. "Perdimos todos, River, Boca, la Argentina, la Conmebol y el intento de postular al país como sede de la Copa Mundo 2030", dijo Nicolás García, de la Radio Nacional Argentina.

A la 1 de la tarde, el estadio de River ya estaba vacío. Solo quedaban unos cuantos periodistas internacionales reportando el desastre. Y entre tantos que habían viajado expectantes desde todo el mundo para esta final, no había nadie con planes de asistir a la quinta fecha que fijarán para la final. "Quién garantiza que esto no vuelve a pasar", preguntaba un reportero italiano.

Son muchos en Buenos Aires los que ya no quieren saber nada del partido. Y en medio de esa sensación, los medios locales siguen sacándole punta hasta a la arista más nimia de lo sucedido. Que la guerra de abogados que se viene, que si no es en el Monumental, dónde se jugará el partido; que quiénes son los culpables, que si una copa debe definirse en la cancha o en el escritorio. "Solo quería que esto se acabara ya", dijo uno de los taxistas que rondaban el Monumental pescando carreras en un domingo de calles hechas desierto.

Ni con Gianni Infantino, el jerarca de la Fifa en Buenos Aires, ni el gobierno del país y los directivos de los clubes más influyentes de Sudamérica, la ciudad pudo evitar el desastre detonado por unos cuantos violentos. Y así se preparan la semana entrante para recibir a los presidentes más influyentes del mundo, en la cumbre del G-20. Para este domingo, se esperaba vivir la alegría de la mitad de los porteños y la tristeza de la otra mitad. En cambio, en la ciudad se siente una vergüenza general y, sobre todo, el hastío por una final que, supuestamente, despertaría la pasión del país más afiebrado por el fútbol.