Especial Mundial
Cuando el fútbol doblegó a la dictadura: así fue el Mundial del 78 en el que Argentina se coronó campeón
En medio del gobierno de Jorge Videla y de un país que sufría la desaparición y tortura de personas, Argentina fue anfitrión y ganador del campeonato. Esta es la historia.
Mucho cabe en el mundo. Mucho cabe en el Mundial. Mucho cabe en el mundo dentro del mundo que fue el Mundial de 1978, el que ganó Argentina con un gran equipo, el que quiso ganar y aprovechar la más salvaje de las salvajes dictaduras que sufrió el país, el que quedó en el centro de la historia de una sociedad siempre plena de fútbol y atravesada durante demasiadas décadas por dictaduras salvajes.
El mundo que cabe en ese Mundial fue abordado recurrentemente desde una colección de simplificaciones. La más frecuente: Argentina logró, aquella vez, su primer título del mundo gracias a que ese Mundial formaba parte del proyecto genocida de los militares y de los civiles que cincelaron ese tramo espantoso de la historia. La que le sigue en frecuencia: el fútbol es solo fútbol y corresponde pensarlo sin atender a los contextos en los que transcurre.
Ni una ni otra: ese Mundial es impensable sin el horror circundante y penetrante, es inenarrable si no se incluye que se desarrolló sobre un suelo en el que se multiplicaban los campos de detención y de exterminio, se sistematizaba la desaparición y la tortura de personas y se cimentaba un modelo económico de concentración de capital y de un monumental e hipercondicionante endeudamiento externo. Ni una ni otra: la selección de Argentina tuvo una actuación de altísimo nivel, con jugadores en un punto extraordinario de rendimiento y con una concepción de juego audaz y atractiva.
Argentina escenificó en junio de 1978 un Mundial que empezó a buscar al menos cuatro decenios antes. La Fifa se lo concedió en los sesenta y la dictadura ratificó su organización el propio 24 de marzo de 1976, horas después del golpe de Estado, como una prioridad política. Tanto valía el Mundial que su realización implicó un gasto diez veces superior a lo enunciado aunque eso es una estimación, ya que hasta hoy el comité organizador no presentó su balance.
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La dictadura procuró que el acontecimiento le operara como blanqueador de imagen ante el mundo (hacia adentro, la censura potente hacía lo suficiente para edificar silencios), al punto de que contrató una agencia modeladora de comunicación para diseñar qué mensajes emitía.
Jorge Videla, el presidente que murió en prisión en mayo de 2013 y condenado por crímenes de lesa humanidad, inauguró el torneo “bajo el nombre de la paz” y, apenas pasado el cierre, enhebró otro discurso en el que reivindicó al éxito deportivo y al supuesto éxito organizativo como puntos de partida para la construcción de un país también exitoso. Mientras eso sucedía, las detenciones clandestinas, los secuestros y el empobrecimiento extendido signaban la vida nacional.
Los partidos
El cruce de senderos entre lo que generaba la selección sobre el césped y el proyecto autocrático y represor se afinca, básicamente, en un partido. Argentina surcó la primera rueda en Buenos Aires con triunfos sobre Hungría y sobre Francia y con un tropezón ante Italia. Fue a Rosario, se impuso a Polonia e igualó con Brasil. Y ahí brota ese partido: el 21 de junio, le hizo seis goles a Perú y sacó pasaporte para la final del Mundial. Necesitaba meter cuatro para desplazar a Brasil de la clasificación.
En las últimas décadas, abundaron conjeturas sobre las acciones articuladas entre poderes argentinos y poderes peruanos para modelar esa goleada. Unas cuantas de esas conjeturas habilitan profundizar en la sospecha. Ninguna, al menos por ahora, posee fuerza probatoria.
De nuevo: nada es lineal, a pesar de que, con frecuencia, los análisis lineales copan la arena pública. Pero no es lineal: el Mundial de la memoria dolorosa se erige, además, como el Mundial que consagró a un equipo portador y recuperador de las mejores tradiciones del fútbol argentino. El último duelo, frente a Holanda, definido en tiempo suplementario por 3 a 1, está grabado en los archivos de la pelota y en la sensibilidad popular como un partidazo.
Dos polos, quizás, grafican tamaña complejidad. El primero: hubo funcionarios del corazón de la dictadura que no avalaban la plata que demandaba el Mundial, un pronunciamiento que al secretario de Hacienda le representó una bomba detonada en su domicilio la noche del triunfo frente a Perú y por la acción de alguna patota de la propia dictadura.
El segundo: hubo militantes que palpitaron ese campeonato en las peores condiciones, encerrados en los sótanos más espantosos, y no se privaron de hinchar por la camiseta celeste y blanca porque interpretaban que esa camiseta le seguía perteneciendo al pueblo y no a los autócratas que pretendían beneficiarse con la victoria deportiva.
Acaso ese Mundial haya contado y siga contado algunas de las dimensiones contradictorias y superlativas que explican por qué el fútbol conforma el espectáculo central de esta era. O acaso, más todavía, ese Mundial de sensaciones contrapuestas revele que la existencia está llena de claroscuros. En todo caso, mucha Argentina sabe que el fútbol es una pasión y una identidad que puede manifestarse en equipos de la jerarquía de aquel campeón.
Y también mucha Argentina sabe que aquel tiempo continúa requiriendo toda la memoria, toda la verdad y toda la justicia para lo que más importa: nunca más, nunca más, nunca más.
*Periodista y escritor argentino. Ha sido columnista de ‘Página/12′, ‘La Razón’ y ‘Clarín’, entre otros. Autor de libros como ‘Todo mientras Diego’, ‘La pasión según Valdano’ y ‘Apuntes sobre el fútbol de los tíos y las tías’.