PERFIL
Daniel Felipe Martínez: el perfil de un ciclista que ganó a punta de corazón
El escarabajo que hoy ganó la etapa 13 del Tour de Francia nació en Soacha, tiene 24 años y es el segundo a bordo del equipo EF en el Tour de Francia, después de Rigoberto Urán.
El viernes, cuando Daniel Felipe Martínez vio la ventaja que le llevaba el ciclista que iba liderando, no creyó que fuera a alcanzar su objetivo de ganar la etapa. Faltaban 13 o 14 kilómetros para alcanzar la meta y debía cubrir una ventaja de un minuto y medio en las subidas más empinadas que, este año, tiene el Tour de Francia. Pero se puso a pedalear y faltando apenas un kilómetro logró alcanzar a su presa.
Sin embargo, en ese momento, todo se puso peor: justo cuando las rampas tenían una pendiente del 12 por ciento, el alemán Kamna, que se escapó con él, pegado a su rueda, se convirtió en su peor enemigo: faltando 100 metros, el europeo decidió atacar. Y aunque por un instante quienes veían la transmisión pensaron que el colombiano no iba a responder, Martínez se paró y le bastaron diez pedalazos para dejar colgado a su rival y cruzar solo la línea de meta.
Seguramente por proezas como esas es que en Soacha se ganó el apodo de ‘Correcaminos’.
Daniel Felipe Martínez, de 26 años, vivió la mayoría de su vida en la localidad de Bosa, en Bogotá. Sin embargo, su familia era de Vergara, Cundinamarca. Allí, en una finca donde había un trapiche, el futuro ciclista pasaba sus vacaciones y se sentaba en la casa de su abuela a ver las grandes competencias de bicicletas: “Desde que era un niño mis padres miraban el Tour y yo también miraba el Tour y me soñaba con estar aquí y escalar los Alpes y todas estas montañas –dijo en la rueda de prensa que ofreció después de bajarse de la bicicleta–. Ganar hoy aquí es muy especial para mí”.
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La anécdota del trapiche la cuenta Matt Rendell en su libro ‘Colombia es Pasión!’ –publicado el año pasado en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania–. Rendell, periodista británico especializado en ciclismo, fue a visitar a Dani en esa misma finca, muchos años después, y se dio cuenta de que las raíces más profundas de Martínez estaban en el campo: “A veces hablo con Nairo. Cuando él me pregunta: ‘¿De dónde son sus papás?’ Yo le digo: ‘Yo soy del campo también, de niño tuve que echar machete’ –le contestó Martínez a Rendell–. Uno tiene fuerza mental porque viene de abajo”.
🦅 An aerial view of 🇨🇴 @danifmartinez96's winning sprint at the Puy Mary!
— Tour de France™ (@LeTour) September 11, 2020
🦅 Vue aérienne du sprint victorieux de 🇨🇴 @danifmartinez96 au Puy Mary !#TDF2020 pic.twitter.com/1YnqVGROVP
Nació en Soacha, Cundinamarca, el 25 de abril de 1996 y siempre tuvo una vena deportista. Pensó en jugar fútbol –es hincha del Nacional, de Medellín– y estuvo a punto de entrar en una academia, pero terminó entrenando en una bicicleta de hierro que le dejó su hermano mayor: “Él terminaba de 15 o 20 en esa bicicleta y cuando yo hice las mismas carreras, las gané”, le dijo a Rendell. Entonces tenía menos de 15 años. Después comenzó a correr con el apoyo del Instituto Municipal de Recreación y Deporte de Soacha, que lo llevó de inmediato a competencias nacionales: fue campeón prejuvenil en contrarreloj en 2011 y al año siguiente dejó de ir a su grado, en el colegio distrital Carlos Albán, de Bosa, para repetir su título en 2012.
Y le quedaron gustando las victorias. En 2013 fue campeón panamericano juvenil en contrareloj individual y ganó medalla de plata en la modalidad de ruta y en el 2014 fue campeón nacional juvenil de contrarreloj.
El sueño europeo
El 6 de junio de 2019 Daniel Martínez subió a su Instagram una radiografía en donde parecía que su pulgar izquierdo estaba atravesado con un alambre de púas. Unos días antes, mientras estaba entrenando con su equipo, el EF, en carreteras de Antioquia había tenido un accidente que le dejó fracturas en las dos manos. Le tuvieron que operar el dedo en una delicada operación. Con eso se cancelaba su participación en el Tour de ese año.
Sus recorridos por las carreteras de Europa habían comenzado en 2015, cuando tenía 18 años, y llegó al Team Colombia, que lo llevó a la Ruta de Occitania –donde quedó de campeón de la montaña– y al Tour de Utah, donde fue el mejor joven. Luego fue al equipo Wilier, con el que corrió el Giro de Italia de 2016 –fue el corredor más joven de toda esa competencia– y compartió podio en un par de carreras con Egan Bernal.
Finalmente, en 2018, firmó con EF, el equipo de Rigo Urán, y además de comenzar a entrenar por las poderosas subidas cercanas a Medellín, pudo ir a su primer Tour de Francia. Ese año fue protagonista de una de las fugas, en la etapa 15. En esa ocasión no logró coronar, pero dejó en una entrevista un testimonio que demuestra el rigor que sienten los ciclistas que se enfrentan a esas montañas: “La verdad es que los días comienzan a pesar y todas las mañanas se hace difícil”.
Por esos días, también subió a su Instagram un video que demostraba de dónde había sacado la fuerza en las piernas: una subida con un desnivel tan alto como los puertos más difíciles de los Alpes, donde el sube tranquilo, parado en pedales y moviendo la bicicleta de un lado a otro.
“Para mí el ciclismo es una pasión, es un trabajo que hago fácil. He escuchado que hay ciclistas a los que no les gusta montar en bicicleta, pero conmigo es al contrario –dice en el perfil que aparece en la página de su equipo–. Las mañanas más felices son cuando me despierto y sé que tengo que salir a montar en mi bicicleta por las siguientes seis horas”.
Este año comenzó bien para él: ganó el Criterium de Dauphiné y todo se perfilaba para que fuera el colider del EF, al lado de uno de sus grandes maestros, Rigoberto Urán.
Por eso no es exagerado decir que su victoria el viernes en las faldas del Puy Marie, que son casi iguales a esa durísima subida en Vergara, es reivindicatoria. Después de haberse perdido el Tour del año pasado y de haber visto cómo se desvanecía cualquier intento de quedar en el top 10 de este año por una caída que lo hizo perder más de cuatro minutos en la segunda etapa, ganar de esa manera una jornada en el Tour equivale, casi, a ponerse la camiseta amarilla.
Aunque lo importante, para él, es el gozo de estar montado en una bicicleta. Tal vez por eso lo primero que hizo cuando cruzó la meta fue poner las manos en forma de corazón.