Fútbol
De Sibaté a Londres: la historia de superación de Mayra Ramírez, el fichaje más alto del fútbol femenino
A los 24 años, Mayra Ramírez se convirtió en el fichaje más caro del fútbol femenino al llegar al Chelsea en Inglaterra. SEMANA habló con su familia y esta es la resiliente historia de vida.
La jugadora que puso a hablar al mundo con mucha más fuerza sobre el fútbol femenino colombiano es la más callada de la selección nacional. La timidez y la nobleza complementan el talento futbolístico de Mayra Ramírez, una delantera que se convirtió en el fichaje más costoso en la historia del balompié para mujeres.
Creció lejos del ruido de la ciudad, en Chacua, una humilde vereda de Sibaté, Cundinamarca, que ha sido el hogar de los Ramírez. Se crio en el campo, en la finca de su abuela materna, mientras sus papás trabajaban en un cultivo de flores. Fueron ellos quienes sembraron en Mayra la semilla del fútbol.
“Yo jugué de delantera y arquera. El papá se la llevaba a los partidos que él jugaba. Cuando terminaba el primer tiempo, Mayra le pedía prestado el balón al árbitro con la condición de no dejarlo perder: ‘No, señor. Yo se lo traigo’”, decía apenas aprendiendo a hablar, según cuenta su familia a SEMANA.
Como a la mayoría de los colegas, a Mayra y a sus allegados les tocó adaptarse a los equipos masculinos y aguantar las críticas de aquellos que decían que el fútbol no era para mujeres. “Fue una carrera dura. Era una niña entre más de 20 varones”, cuenta Juan Carlos, su papá.
Para empezar a entrenar con el club formativo Real Pasión de Cundinamarca, tuvo que viajar a probarse hasta Funza y hacer sacrificios de extenuantes jornadas con muy poco en el estómago. “Esa china aguantó hambre. Salía de casa antes de las cinco de la mañana a estudiar. Luego, a la una de la tarde salía a entrenar y regresaba en la noche. Le empacábamos comida en una coca, pero era poco lo que comía”, recuerda Liseth, su mamá.
Una delantera como Mayra necesita una buena asistidora en cada equipo para poder anotar. Ni Alba Redondo, jugadora del Levante, Lauren James, del Chelsea, o Leicy Santos, en la selección, han sido un complemento tan importante para ella como su familia. Con el fútbol, la jugadora de 24 años se encargó de unir a todas las generaciones de su hogar.
Javier Ramírez, su abuelo materno y al que reconocía como su segundo papá, fue incondicional. Sin importar la edad o las distancias, se iba desde la vereda hasta la cancha donde estuviera jugando para acompañarla o llevar los implementos deportivos. Por eso, su partida puso un antes y un después en su historia de vida.
“Se enteró de su mal estado de salud en una convocatoria. Pudo venir a despedirse y, cuando falleció, ella estaba jugando. Desde entonces le dedica muchos de sus goles”, indica su mamá.
En Sarith, su sobrina de 6 años encontró otra hincha incondicional. Poco importa jugar con una muñeca o divertirse con más niños si su tía está jugando. Es su cita inaplazable, con camiseta y vuvuzela frente al televisor.
“Ya le dijo, tía, me tienes que traer la camiseta del Chelsea”, revela YIlary Ramírez, hermana de Mayra.
La describen como una mujer solidaria en el juego y en la vida. Sin importar lo reconocida que sea, llega a su casa a ayudar, incluso a cargar los bultos de comida que llegan desde la plaza de mercado.
Para firmar con el DIM, su último equipo en Colombia, puso como condición que la ayudaran con implementos deportivos. “Pidió material para nosotros para dejarles algo a las niñas. Luchó para que ellas estuvieran mejor”, destaca Jean Albert Martínez, formador de Mayra Ramírez.
En 2020 llegó al fútbol español. En Huelva y Levante se destacó. Sin embargo, sufrió insultos racistas durante 2023. “¡Mono parrales, comes con las manos o qué, animal!”, le gritaron desde las gradas en una Copa de la Reina. “Nunca pensó en rendirse o en devolverse, siempre ha sido una guerrera”, describe su mamá.
No solo fue la xenofobia, también conoció la crueldad de los colombianos. Mayra, campeona bolivariana y panamericana con la selección, fue criticada por no anotar goles en el Mundial femenino de mayores. “Para ella y para uno es terrible. Duele que hablen mal de tu hijo”, dice su mamá. “Tiene un gran desempeño en la selección. Piensa más en las compañeras, dice que se pone el overol para el equipo”, complementa su papá.
Otro de los momentos que más la fortalecieron fue su lesión de rodilla. “Ella pensaba que hasta ahí iba a llegar”, declara su papá. Sin embargo, la operó el mismo médico que se encargó de la lesión de Radamel Falcao García. En casa, la medicina natural se hizo presente. “Mi abuela le traía queso, carne y buena comida. La bañaban con matas del monte, que para los huesos”, revela su hermana entre risas.
La llegada al Chelsea la obliga a cambiar de país, un poco de su juego, el idioma, pero nunca su forma de ser. “Lo único que le pido es que no cambie su humildad, eso es lo que me hace sentir más orgulloso”, le solicita su papá.