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Fue más que un sueño
A pesar de la derrota ante Boca Juniors en la Bombonera, la campaña del Cúcuta Deportivo pasará a la historia como la fábula del equipo chico que, con buen fútbol, acarició la gloria mundial.

Valdría la pena preguntar si alguno de los 300 hinchas que asistían al General Santander para apoyar al Cúcuta en sus peores días en segunda división soñó alguna vez con que de dicho estadio saldría derrotado Boca Juniors. Poco a poco, el sueño imposible de unos cientos se convirtió en una realidad celebrada por 40 millones. Ese 31 de mayo de 2007, Cúcuta dejó de ser una ciudad fronteriza para convertirse en un equipo que amenazaba con tomarse por asalto el continente.
No fue sino pisar La Bombonera para que Riquelme, Palermo y compañía chasquearan los dedos y sacaran del estado de hipnosis en que habían vivido los seguidores del fútbol en Colombia durante este semestre. Una vez más, un equipo chico lleno de hambre sucumbía ante el grande de turno, guiado por aquello que los propios argentinos llaman ‘fuego sagrado’, hoguera que se cultiva poco a poco, ganando algunas batallas y perdiendo muchas más en el torneo de clubes más duro del mundo.
¿Qué triunfo se puede celebrar si no está lleno de contratiempos? Al Cúcuta no le sobró nada en su meteórica campaña. Desde su ascenso a primera, conseguido en 2005 con un 1-0 ante Bajo Cauca, pasando por el primer campeonato de su historia, logrado ante Tolima con un gol de Macnelly Torres en Ibagué, en diciembre de 2006, y concluyendo con la clasificación a segunda ronda de la Libertadores, conseguida ante el mismo rival y en la misma ciudad, gracias a una remontada que incluyó dos goles de Blas Pérez, el segundo de ellos a los 86 minutos y cuando el local clasificaba con el empate.
Contra Toluca, en octavos, todo fue una fiesta, más allá de que el uruguayo Vicente Sánchez, del equipo visitante, marcara el primer gol del partido a los 25 segundos. Nadie contaba entonces con el argentino Juan Manuel Martínez, jugador que despertó buenos comentarios en Vélez Sarsfield y Argentinos Juniors y que luego se lesionó y desapareció del panorama por más de un año. Con 21 años volvió esa A pesaro para el 5-1 final, marcador tan contundente, que hizo que el argentino Américo Gallego, técnico de los mexicanos, presentara su renuncia y que para el juego de vuelta asistieran apenas 6.500 aficionados al Nemesio Díez, estadio del Toluca.
Sin embargo, la derrota en México por dos goles dejó algo claro: Cúcuta no era un buen visitante, más allá de que lograra su paso a octavos en tal condición. Incluida la derrota ante Boca en Buenos Aires, los hombres de Jorge Luis Bernal ganaron un solo partido de seis disputados fuera de su casa, y marcaron siete goles de los 21 que anotaron en el torneo.
Era hora de enfrentar a la garra charrúa, encarnada en el Nacional de Montevideo, tres veces ganador de la Libertadores. Lo de la garra fue más que un dicho, porque el rival terminó ambos juegos con 10 jugadores. Pese a ello, ninguno de los dos partidos fue fácil. En la ida, el primer gol llegó a los 65 minutos, y el de la tranquilidad, apenas a los 89. Su autor, otra vez Blas Pérez. El grito “panameño, panameño” no se hizo esperar. Para el choque de vuelta, con el local jugado al ataque y el Cúcuta apostándole al contragolpe, se debió esperar 32 minutos de superioridad numérica y el enésimo pique de Lionard Pajoy, para lograr el 2-2 de la tranquilidad.
Para la semifinal contra Boca Juniors salió a relucir el trabajo de un hombre llamado Jaime Perozo, sicólogo del equipo, constante trabajador en aspectos como autoestima, responsabilidad, concentración y solidaridad. Ni la Holanda de 1974 podría vencerlos. ¿Gol de Pablo Ledesma para Boca? Nada de nervios, el tanto de Vicente Sánchez en octavos era un antecedente. Blas Pérez por dos y Rubén Bustos con un tiro libre (el defensa fue alumno aventajado de Jersson González en el América) hicieron tambalear al pentacampeón de la Libertadores. Al final ganaron 3-1.
Los hinchas xeneizes recibieron al Cúcuta en Buenos Aires con insultos y agresiones físicas, símbolo inequívoco de algo: tenían miedo; un ignoto podría dejar sin final al favorito de todos. Pero varias cosas jugaron en contra del aspirante a grande. La jerarquía de Boca Juniors, sin duda; el miedo escénico de jugar en La Bombonera, quizá, aunque, como dijo alguna vez Jock Stein, “Escocia tiene los mejores hinchas del mundo, pero nunca he visto a uno marcar un gol”.
Pudo ser el exceso de confianza a causa del eficiente trabajo de Jaime Perozo: “Desde el año pasado venimos creando la idea de que si un equipo tiene 11 líderes, es invencible. Eso le pasó a Brasil en el Mundial del 70 y salió campeón”, afirmó en una entrevista. Al parecer, la idea cuajó, porque minutos antes del partido, el técnico Jorge Luis Bernal apeló a la misma selección para decir que Pelé era la estrella porque al lado tenía a cuatro que siempre se le mostraban para recibir el balón y que dentro de su equipo, Macnelly Torres cumplía esa función. Para continuar con alusiones a los cariocas, Cúcuta se dio el lujo de jugar el partido más importante de su historia sin su goleador, Blas Pérez, convocado por Panamá para jugar la Copa de Oro de la Concacaf. Desde el vecino país aseguraron que no habían presionado al delantero y que él libremente había optado por su país antes que por su club. Ya en el Mundial de 1938, los brasileños habían afrontado la semifinal sin su mejor jugador, Leonidas, para tenerlo fresco para la final. En el partido por el tercer puesto, el atacante le marcó dos goles a Suecia.
Lo cierto es que en su visita a Boca, Cúcuta fue una caricatura de sí mismo. El local se fue encima desde el primer minuto y la visita se dedicó a esperar, dejando desconectados a Pajoy y Martínez arriba; a Macnelly se le olvidó que no por mucho hacer lujos se puede parecer a Pelé y que los hinchas argentinos sí meten miedo. La niebla, que obligó a retrasar el inicio del partido y a suspenderlo un par de veces, afectó a ambos equipos por igual. Desde Buenos Aires se afirmó que, pese a la poca visibilidad, el partido no se aplazó a petición del Cúcuta, que debía partir el viernes rumbo a Colombia, vía Panamá, no para recoger a Blas, sino para enfrentar al Medellín en un partido decisivo del torneo colombiano.
Se terminó el sueño, pero no hay corazones rotos. Durante año y medio, Norte de Santander ha experimentado niveles de euforia que sólo vivieron los Beatles en su mejor época. Si es necesario apelar al lugar común, a nadie le quitan lo bailado, y en esta Libertadores que ya casi es historia, los rojinegros pusieron a todos los rivales a seguirles el paso.