ELIMINATORIAS

James y Messi: el obediente y el rebelde

Sería una afrenta comparar al crack argentino desde lo futbolístico con la estrella de la Selección Colombia, pero los dos capitanes mostraron la forma de cómo enfrentar la adversidad.

17 de noviembre de 2016
Lionel Messi y James Rodríguez mostraron dos formas de encarar, de liderar, momentos adversos. | Foto: AP

Cada quien tiene sus formas para enfrentar la adversidad. Y el fútbol, este fútbol hiperconectado e hipersensible de estos tiempos sí que presenta contextos desfavorables muy a menudo. Argentina y Colombia se enfrentaban en la fecha 13 de la eliminatoria en el peor escenario posible. A la décimo tercera fecha de la eliminatoria más difícil del planeta no podía ser más desfavorable. Los argentinos habían sido humillados por la renacida Brasil de Tite, mientras que los colombianos volvieron a golpearse con ese muro llamado mal juego que siguen sin superar desde aquel histórico Mundial del 2014.

El escenario demandaba a las figuras. El momento exigía que los líderes, que los caudillos, mostraran sus credenciales, las bien ganadas alforjas. Los americanos, expertos en meter a sus deportistas en momentos límite, llaman a estos escenarios como “the small one”, lo que para nuestros intereses llamaríamos “la chiquita”. Para los deportistas de élite, la forma cómo enfrentan esos momentos cumbre, donde el precipicio asoma y los reproches se multiplican sin compasión, es la que al final de sus ajetreadas carreras les permiten dejar de ser uno más y ser recordados.

Lionel Messi y James Rodríguez mostraron dos formas de encarar, de liderar, momentos adversos. No sería justo compararlos en términos futbolísticos. No existe parangón (para ser aún más sensatos, Messi no tiene punto de comparación con ningún otro futbolista en el planeta). Pero sí se puede analizar la forma cómo actuaron siendo capitanes de sus equipos. Mientras que Messi salió furioso, tocado en su orgullo, a ganar el partido que tenía que ganar; James encaró el escenario como el niño juicioso del salón: apenas se limitó a obedecer el mandato de su timorato entrenador.

Es cierto. Contra Brasil, el todopoderoso Lionel Messi deambuló por la cancha resignado a su suerte, mientras que su equipo recibía una zurra de aquellas. Pero cuatro días después, cuando las papas quemaban, cuando todos los periodistas defenestraban, cuando la posibilidad de un mundial sin Argentina parecía tomar forma, apareció la versión rebelde de Messi. Le habían mojado la oreja, y respondió. Agarró el balón, como el niño que quiere ganar solo, desde el primer minuto y literalmente se echó el equipo al hombro en el partido más importante del 2016.

Martín Caparrós, el agudo escritor argentino, escribió en el diario Ole: “Al principio, él se la inventó, él se la preparó, él la mandó guardar al ángulo -y después lo festejó como si fuera una final, porque era una final. Una final berreta, propia de un equipo que no consigue serlo. Falta mucho, pero ya no se puede perder puntos: la Argentina se jugaba casi todo, y Messi se jugaba el viaje a su último -¿su último?- Mundial. Messi quería ser ruso, y cuando Messi quiere el mundo se somete”.

Al otro lado de la cancha sanjuanina estaba James Rodríguez. Juicioso. Quizá intranquilo. Obedecía la indicación de José Pékerman que le había solicitado tirarse por la banda izquierda para atacar la espalda de Gabriel Mercado. El 10 colombiano, disciplinado como es, hizo caso y por 70 minutos miró de frente a su marcador, pero sin rastro del balón (ese balón que había cooptado la furia de Messi). Pero la adversidad había golpeado desde los nueve minutos, así como bien la describió Caparrós.

James gesticuló. James recriminó. James llegó al extremo de buscar al árbitro ecuatoriano (que dicho sea de paso no pudo ser más localista) para increparlo en el túnel, después de la función estelar de Messi. Pero James evitó consistentemente el contacto con el balón. Mientras que lo poco que generaba una selección abúlica como la colombiana corría por cuenta de Juan Guillermo Cuadrado por esa sobreexplotada banda derecha, James cumplía la orden impartía, sin ningún atisbo de rebeldía ante la adversidad.

Son modelos de liderazgo. Mientras que Messi demostró su furia contra la prensa e hinchas argentinos jugando a su máximo nivel, James se alejó tanto como pudo del balón y observó cómo el equipo colombiano volvía a revivir a un equipo argentino que seguramente no volverá a parar hasta el Mundial. En este fútbol de atletas, de jugadores Instagram, en los pocos marcan diferencias por su capacidad, los elegidos son sólo aquellos que tratan de cambiar el curso de la adversidad. Los diferentes, como bien dijo alguna vez Facundo Cabral, son “los que se rebelan en el peor escenario”.

Para esta generación dorada de futbolistas colombianos, y particularmente para James Rodríguez, el 2017 será un año que les impone el reto de superar la adversidad. Colombia está por fuera del Mundial, algo que no le había tocado vivir a este grupo desde que José Pékerman asumió como entrenador. Falta ver si su capitán y esa tropa fantástica que deslumbró en 2014 tiene la suficiente rebeldía para alejarse del precipicio.