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Javier Hernández revela en nuevo libro la propuesta que pudo salvarle la vida a Andrés Escobar; esta es la historia
El reconocido periodista Javier Hernández Bonnet presenta un libro en el que recoge gran parte de sus vivencias en el mundo deportivo. SEMANA comparte un fragmento sobre el mundial de Estados Unidos.
“La experiencia de estar del otro lado de la barrera, como enlace entre cuerpo técnico, jugadores y medios de comunicación, me permitió conocer muchas cosas delicadas en poco tiempo. El paso de los años me ha permitido entenderlas de otra forma y ahora puedo contarlas tal como sucedieron, en toda su dimensión.
No tengo duda de que el peor sitio de concentración que se pudo escoger fue el hotel de la Universidad del Estado de California, en Fullerton, distante cuarenta kilómetros del Rose Bowl Stadium de Los Ángeles, donde Colombia disputaría dos de los tres partidos del grupo A, ante Rumanía y Estados Unidos. El encuentro con Suiza sería en el estadio de la Universidad de Stanford, en San Francisco.
El hotel nunca fue un sitio de concentración. Tenía varias puertas de entrada, cualquier persona podía ingresar y desde el primer día se convirtió en una especie de comercio publicitario con acceso ilimitado a los jugadores. Llegaba un representante de ventas de Adidas y le decía a un futbolista que se pusiera una gorra, le tomaba la foto y le entregaba varios dólares. O aparecía el de Nike y hacía lo mismo con unos guayos que estaban por salir al mercado y daban una buena suma por exhibirlos.
Yo, que acababa de llegar al mundo de una selección de fútbol, sentí que el grupo no estaba unido, que a muchos los movían otros intereses. Esos muchachos eran ídolos aquí, pero se contaban con las manos los que tenían exposición internacional. Por eso es entendible que varios de ellos aprovecharan su cuarto de hora.
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También empecé a notar que Faustino Asprilla, figura en el Parma de Italia, estaba en su mundo; igual que Freddy Rincón, con el agravante de que una pitonisa le había dicho que existía riesgo de una lesión y por eso llevaba una carga encima; mentalmente no estaba con sus cinco sentidos. El momento que vivía Carlos “el Pibe” Valderrama también era difícil, venía de una lesión de rodilla y había dejado de ser eje del funcionamiento de la selección. Estaba tan incómodo que, siendo emblema de su selección, llegó al extremo de no participar de una invitación de la Fifa para grabar una pieza audiovisual.
La prueba de que algo andaba mal fue el primer partido, el 18 de junio, contra la selección de Rumania, que nos pasó por encima con un 3 a 1. El equipo aterrizó en seco. Las ruedas de prensa se volvieron difíciles y las preguntas de los enviados especiales llevaban dosis de veneno.
Pese a las manifestaciones públicas de que todo mejoraría en el seno de la selección, el 19 de junio se produjo la prueba más grande de la turbulencia. Ese día nos enteramos de la muerte en un accidente de tránsito del hermano mayor del defensa Luis Fernando “el Chonto” Herrera. La noticia llegó a oídos de un capellán que servía en una iglesia cercana, quien se ofreció a oficiar una misa. Improvisó un atrio en la habitación de Herrera, en el mismo piso donde se alojaban todos los jugadores, pero solo asistieron el Chonto, José María Pazo, Chicho Serna, Giancarlo Uda, gerente de la selección, un par de jugadores más, y yo. Los demás ni se dieron por enterados del drama que vivía su compañero.
Las cosas se complicaron más a escasas horas del encuentro contra EE. UU.: supimos que el sistema de comunicación había recibido llamadas amenazantes. Buscaban presionar al cuerpo técnico para que no alineara a Gabriel Jaime “el Barrabás” Gómez, hermano de Hernán Darío “el Bolillo” Gómez, asistente de Maturana para el encuentro del 22 de junio de 1994. Antes de salir al estadio, Maturana entró con los ojos juagados en lágrimas.
“Barrabás, usted no puede jugar. Si juega, me matan a mí, a Bolillo, a su familia y lo matan a usted. El equipo sigue como es, solamente que entra Carepa Gaviria. Hablen con sus familias para que se protejan, porque estamos amenazados si no ganamos hoy”. Todos fueron a sus habitaciones a llamar para advertir el peligro. Ya en ese momento la Policía colombiana había llegado a las residencias de cada uno a pedirles que no salieran.
Minutos después, el plantel completo abordó el bus rumbo al estadio; el silencio durante el trayecto fue escalofriante. Sabían que el partido que estaban por jugar era definitivo. El ambiente enrarecido se reflejó en el campo de juego y la selección perdió por 2 a 1 contra EE. UU. El equipo era un manojo de nervios y eso derivó en el desgraciado momento en el que, en un intento por rechazar un balón, Andrés Escobar marcó accidentalmente en su portería.
Era el minuto 13 del primer tiempo. Cuando el juez dio el pitazo final, los jugadores, cabizbajos, se dirigieron al camerino. Unos se miraban a la cara, otros lloraban, hasta que Maturana dijo que había que terminar de la mejor manera, ganarle a Suiza y regresar a darle la cara a Colombia.
En un intento para controlar las comunicaciones desde y hacia los jugadores y el cuerpo técnico, se determinó que ante llamadas especiales yo iría a la habitación a tramitarlas. Así sucedió con una llamada desde la Casa de Nariño. El presidente Gaviria quería conversar con el Pibe. Fui a su habitación, toqué la puerta y él abrió.
— ¿Qué necesita?
— Es para que recibás una llamada del presidente Gaviria.
— Yo no vine aquí a hablar con ningún presidente.
La selección intentó regresar a cierta normalidad, pero se quedó en eso, en intenciones. En un entrenamiento previo al último partido se produjo un bochornoso incidente entre Rincón y Harold Lozano. Hinchas y reporteros observaron sorprendidos cuando los dos se fueron a los puñetazos. Por años, he guardado mi versión sobre el episodio. Debo admitir que fueron grandes amigos hasta la muerte de Freddy. Pero Harold filtró al cuerpo técnico un desengaño amoroso de Fredy, lo que este consideró alta traición.
Finalmente, el 26 de junio, la selección Colombia venció 2-0 a Suiza con goles de Herman “Carepa” Gaviria, y Harold Lozano. Así terminaba una de las páginas más dolorosas para el fútbol colombiano, que llegó al mundial candidatizado para la final, pero se despidió en la primera ronda con más pena que gloria.
Cuando la selección se aprestaba a regresar al hotel, recibí una llamada de Ricardo Alarcón, presidente de Caracol Radio: “Javier, dígale por favor a Andrés Escobar que se quede para que comente con nosotros el resto del mundial”.
Imaginé que la movida tenía que ver con el hecho de que se necesitaba enviar el mensaje de que cometer un autogol no era un hecho doloso, sino una circunstancia del juego. Escobar dijo que no podía, pues su novia y su papá estaban con él. Instruido por Alarcón, planteé pagar los gastos de su familia, pero insistió en su negativa. Ante el cruce de mensajes sin resultado, cambié la estrategia y apelé a la confianza que teníamos:
—Andrés, pensálo bien. Hoy estás en el esplendor de tu carrera, pero puede resultar muy atractivo tener una relación con una empresa de estas para proyectos futuros de publicidad, las escuelas de fútbol con las que has soñado.
Y se sinceró: “Hermano, no puedo dejar que mis compañeros regresen a Colombia a aguantar el palo, la furia de la gente y yo comentando para Caracol. No puedo dejar que mis compañeros lleguen y pongan la cara y yo me quede aquí. Sería falta de lealtad con mis compañeros”.
Ya de salida del hotel, Maturana reunió al equipo y fue claro: “Nadie distinto a sus familias entenderá el dolor que sienten con esta frustración. Como hay este festival de amenazas, acrecentadas desde antes del partido frente a Estados Unidos, con mayor razón deben tener cuidado. No den la cara, no salgan a la calle, si tienen cómo irse para una finca, vayan y se refugian y traten de mantener el perfil más bajo”.
La selección estaba fuera del mundial y yo no era más coordinador de comunicaciones de la selección. Pero ocurrió un hecho fundamental para mi carrera y es que la crisis de la selección se había trasladado a las cabinas de Caracol Radio porque de repente surgió una gran confrontación entre Édgar Perea y Hernán Peláez por el manejo dado a las transmisiones de los partidos que derivaron en la eliminación. Peláez no quería que lo asociaran a los comentarios de Perea, tal vez el crítico más furioso de la selección y su estilo de juego. Peláez se desmarcó de Perea, lo que significó el comienzo de una nueva etapa porque Ricardo Alarcón me dijo que desde ese momento sería el comentarista de Perea por lo que faltaba del mundial.
De California viajé con Perea a Chicago para continuar con la segunda ronda del mundial, cuando a las seis de la mañana del sábado 2 de julio de 1994, nos despertaron con la noticia de que Andrés Escobar había sido asesinado. No podía creerlo. ¿Cómo comprender que por una jugada accidental terminara muerto un jugador lleno de futuro que recién había sido vendido al fútbol de Suiza?
Cuando me enteré de que Andrés murió baleado en un sitio llamado El Indio, en Medellín, a donde llegaba todo el residuo de la noche, no podía entender que el tipo más aplicado de la selección se hubiese salido de las recomendaciones y terminado en el lugar de las resacas.
La inquietud por saber qué pasó y cómo pasó, me llevó a hacer averiguaciones. Al cabo del tiempo, ya en Colombia, en una conversación en un partido en Barranquilla, una fuente vinculada al mundo oscuro del narcotráfico me confesó que los hermanos Gallón, involucrados en el incidente con Escobar, debieron pagar los tres millones de dólares que iban a recibir los dueños del Nacional por la transferencia de Andrés al fútbol suizo.
Tras la debacle del mundial y la tragedia por la desaparición de Escobar, el retorno de los jugadores fue tortuoso. Los que actuaban en el exterior no tenían problema, pero los de aquí, según me enteré, empezaron a hacerles el quite a sus equipos, a alargar las vacaciones, a enfermarse. No querían volver, pero hubo uno que, en cambio, decidió ponerle el pecho al viento. Fue “el Pibe” Valderrama. Entonces pensé: ese man puede ser un cascarrabias, pero es un putas, porque después de llegar del campeonato del mundo fue el primer jugador que se reportó a su equipo y salió a la cancha a jugar. Y entraba silbado y salía aplaudido”.