Perfiles del deporte
“Kid Wilson”: el boxeador cuadripléjico que estuvo a punto de ser más grande que Pambelé
A los 19 años poseía los puños más prometedores del boxeo de Santa Marta, pero un atentado sicarial lo dejó postrado en una cama. Hoy, a pesar de la pobreza y la necesidad en la que sobrevive, entrena a los niños del humilde barrio María Eugenia.
Wilson Alirio Aguilar Sandoval cumplió 52 años el primero de febrero de 2021.
Para él, solo es su cuerpo moreno, flaco y ulcerado por estar postrado en una colchoneta, el que envejece. Ni siquiera se identifica con ese largo nombre, por el cual pocos lo conocen. En su mente sigue siendo un mocetón rápido y fiero, con la agilidad de una pantera y la pegada letal de Muhammad Ali. Su esencia, su verdadero yo, es “Kid Wilson”, el grande de Santa Marta.
“Él era un kid (muchacho) y le pusieron ese apodo por Pambelé: Kid Wilson, igual que Kid Pambelé”, cuenta con ese exquisito y relajado acento samario su padre, don Ciro Alfonso, de 74 años, mientras se deleita con las viejas fotos del boxeador.
Desde los 10 años, Kid Wilson ya se enfrentaba contra muchachos más grandes y fuertes en peleas callejeras, en las calientes y arenosas calles del barrio María Eugenia. Que no eran calientes únicamente por la temperatura...
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“El boxeo me gustó desde pequeño, porque este es un barrio en el que hay que saber defenderse. Entonces un día mi viejo (papá) me dijo: “Prefiero que te me dediques a boxear en un ring, en vez de estar peleando por la calle”, cuenta Wilson.
El técnico Rubén ‘Millonario’ Mendoza lo descubrió a los 14 años, pero fue el monteriano José Manuel Álvarez quien lo llevó al campeonato nacional juvenil en Caquetá, en 1986, para representar a Magdalena. No ganó, pero se llevó los elogios de la crítica deportiva y de un inesperado cazatalentos: el Ejército colombiano.
“Me hablaron de ingresar a la liga de boxeo de las Fuerzas Armadas y de una vez ganarme mi libreta militar. Pintaba como una buena vida y dejé todo tirado en Santa Marta para irme a Bogotá”, recuerda. Así, ya a los 18 años era un soldado y pugilista virtuoso: el largo alcance de sus brazos, la fortaleza de su gancho derecho y el hecho de ser un “peso natural” –no necesitaba preocuparse por hacer dietas– lo hacían excepcional.
“Yo me consideraba un boxeador bueno, porque eché (luché) 46 peleas y perdí apenas 7 peleas”, cuenta.
Sus cualidades pugilísticas evocaban las del gran Pambelé, pero a diferencia de este último, Wilson no tenía problemas de mujeres, alcohol o drogas. “Era un pelado juicioso, enfocado en su boxeo”, aclara Nidia Rosa Sandoval, su madre. Además, la ruda vida en el Ejército era perfecta para su entrenamiento, al cual respondía con rigor y disciplina. Llegaba puntual al gimnasio, tenían que echarlo para cerrar y su actitud era alegre y contagiosa. “Esa fue la mejor etapa de mi vida, yo era muy feliz”, recuerda.
Al cumplir los 20 años salió del Ejército y, con el deseo de vivir en Bogotá para encontrar la anhelada oportunidad de ser pugilista profesional, aceptó un trabajo como guardia de seguridad de almacenes El Totazo en el centro de Bogotá, en 1988. Hasta el nombre del sitio parecía perfecto para el Kid.
“Él era un man firme: a él le gustaba la vaina correcta y al día cogía 3 o 4 rateros en la tienda. Los dueños sabían que él no se torcía y lo cogían de “negrito” para la pelea, porque las ratas se le paraban y él les peleaba, les daba duro”, relata Ciro Jesús Aguilar, su hermano, quien trabajaba a pocas cuadras de allí.
Pero ser correcto y un buen luchador le dio fama, pero también atrajo mucha atención indeseable. “Yo le decía: “Hey Wilson, están hablando mal de ti los gamines”, y él me respondía: “No, nada, no pasa nada”. Le dije: “Te van a joder”, recuerda el hermano de Wilson apesadumbrado.
Pasó poco tiempo para que los delincuentes cobraran su venganza contra el Kid. “Un Día del Padre de 1989, mientras estaba sentado tomándome una gaseosa con una compañera del trabajo en el barrio Venecia, me dieron 3 tiros por la espalda. Yo quedé tieso”.
Su hermano Ciro le salvó la vida, llevándolo hasta un hospital cercano. “Me alegré cuando supe que no se había muerto, pero seguía grave. Después de un rato me metí a urgencias y cuando entro lo veo todo tieso. Había dos médicos costeños que me dijeron: “Joda, compa, lo que le pasó a él en los nervios es grave. Es como si le hubiesen cortado los pelos. Nunca más se van a unir esos cabellos, por decirlo así”.
El Kid entró en un lento proceso de recuperación. “A los 8 meses de estar internado me dijeron que no tenía posibilidad de volver a caminar, porque los tiros me habían dañado la médula. Quedé cuadripléjico”, en otras palabras, sin movilidad del cuello para abajo.
“Cuando supe que iba a quedar en silla de ruedas se me derrumbó el mundo porque perdí toda mi carrera, yo iba a ser boxeador. Se me acabó todo”, cuenta en voz baja, mientras su mirada se pierde en la nostalgia.
Los meses en cama le habían pasado factura y su cuerpo empezó a contraerse y desgastarse por la parálisis. Al final sus padres se resignaron y en 1990 decidieron llevarlo de vuelta a su natal María Eugenia, en Santa Marta. “Eso fue fuerte, eso fue bravo, es un dolor que a cualquier padre de familia que no esté bien, le puede dar hasta un toquitoqui (infarto)”, recuerda su padre.
Wilson pasaba sus días aletargado por la depresión y los medicamentos: al no poder valerse por sí mismo, se encontraba encerrado en sus fantasías y sus recuerdos de glorias pasadas. La monotonía solo era interrumpida por la visita ocasional de algún compañero boxeador.
“Gracias a Dios que mi padre y mi madre siempre estuvieron ahí para ayudarme. Mi padre vende pescado y mariscos, y mi mama es ama de casa y se dedicó a mí por completo”, agradece Wilson.
A finales de 1990, varios de sus amigos lo llevaron al coliseo donde en los años 80 inició su carrera como peleador, esta vez en calidad de espectador. “Allí me dijeron que porque no enseñaba a los niños. Yo dije: ‘No, porque mi discapacidad no me da, yo soy cuadripléjico. ¿Cómo lo voy a hacer?’, y respondieron: ‘No, tú solo los enseñas: diles cómo tienen que formarse ellos’ y yo comencé a enseñarles”.
Al principio le daba indicaciones a su hermano de 9 años, para que pudiera defenderse. Volver a ver un ‘jab’ (golpe corto) y los colores del boxeo, lo motivaron para intentar recuperar su movilidad. ”Me amarraban las manos a una garrocha (tubo) y con la poquita fuerza que tenía yo jalaba. Con el paso del tiempo pude empezar a mover los dedos y luego fueron las manos y los brazos”.
Hacia 1991, el ‘Kid’ ya podía entrenar a sus pupilos sentado en una silla de ruedas; comenzó con un grupo de 15 jóvenes y al finalizar ese año “ya era medio barrio entrenando conmigo, a veces hasta tarde en la noche”, cuenta emocionado.
En su nueva carrera como entrenador, Wilson tuvo varios prospectos que llegaron lejos. “Tuve varios campeones departamentales y un campeón nacional de boxeo, que fue un sobrino mío, Brainer Osorio; fue el mejor deportista del año 2005 y era categoría infantil”.
Pero sin duda, su orgullo fue Karen Fernández, una humilde tejedora de trenzas de la playa de El Rodadero, quien lo conoció desde los 14 años. El Kid le entregó su nombre de boxeadora, con el cual sería conocida, pero sobre todo temida: La Tyson.
“Pegaba muy duro y es fuerte: muy fuerte”, explica Wilson.
Para Karen, 1992 fue el año que le cambió la vida. “Yo venía aquí cerca a jugar fútbol y vi que entrenaban boxeo todos, y ¡ajá! vine también. La primera vez me dieron duro, la segunda vez volví y me les enfrenté: me pegaron de nuevo y me perdí como una semana. Luego de eso empecé a venir a practicar seguido con Wilson y aprendí; después me pusieron a pelear con las mismas, pero les di bien duro y ya no quisieron volver a pelear conmigo (ríe)”.
Han pasado casi 30 años desde que los rápidos y demoledores golpes de Kid Wilson emocionaban a los asistentes a la arena del coliseo. Aunque la única arena que ha vuelto a pisar es la que se acumula frente a su casa por la falta de pavimento, eso no le ha impedido cultivar un nuevo anhelo.
“Mi sueño es sacar a otro boxeador como campeón. Sentir el orgullo de que alguien llegue a ser campeón mundial en este deporte; que lo logre gracias a mí y que haya salido de este barrio. Que cuando le pregunten diga: “A mí me enseñó a boxear un señor en silla de ruedas”, vocifera con el pecho inflado.
“Hay mucha gente que piensa que por que se están dando golpes, entonces es un deporte malo. Este es un deporte bueno para que la gente salga de la pobreza y cambie su modo de vivir”, aclara el expeleador.
Rocky Balboa –el boxeador encarnado por Sylvester Stallone en la saga “Rocky”– dijo: “Nadie golpeará tan duro como la vida. No interesa qué tan rudo o fuerte seas, te pondrá de rodillas y te dejará allí permanentemente si la dejas. Pero no importa qué tan duro sea el golpe… importa cuán fuerte resistas y sigas avanzando. Así es como se gana”.
Las palabras parecen inspiradas en la vida de Kid Wilson: un hombre con puños como rocas, pero un corazón liviano y puro como una pluma. “Todavía no me retiro… no todavía. No cuelgo los guantes todavía (ríe)”.
Kid Wilson el resiliente, el luchador, el invencible... Kid Wilson, el grande.