La canción del si se puede

Juan Linares
14 de junio de 2006

La vida, dice la filosofía popular, es el espacio de tiempo que va de un mundial de fútbol a otro. La frase como toda frase que nace en las oficinas públicas, es ingeniosa, encierra algo de verdad y no resulta gratuita al tenor de un mega-evento deportivo que negocia con los pliegues íntimos de la pasión.

El Mundial de Fútbol Alemania 2006 que comenzó a disputarse desde la semana anterior, literalmente paraliza al mundo. La tenebrosa y agotadora guerra de Irak, la cacareada gripe aviar e incluso el hambre y la pobreza de los países del Tercer Mundo, son noticias de segundo orden para los medios periodísticos, mas preocupados, en estos días, en el ejercicio de vaticinios, especulaciones y lucubraciones balompédicas.

Las 32 selecciones de los países que afrontan esta clase de guerra de baja intensidad temen los efectos colaterales que una temprana eliminación puede provocar en sus respectivas poblaciones. La salud emocional de los pueblos en contienda no es para los gobernantes o los políticos un tema menor. De ahí, que hasta el presidente de la primera potencia del planeta, George Bush se haya apresurado a desear éxitos a su seleccionado.
Esto no evitó, sin embargo, que el team de los Estados Unidos, recibiera una soberana paliza en su primera presentación ante los aplicados jugadores de la República Checa.

Hay que subrayar que la todopoderosa FIFA, la única que gana el campeonato (el económico) “sin sudar la camiseta”, realiza un buen marketing a su producto: con un ojo vela por el éxito del espectáculo que ofrece y con el otro calcula su utilidad.

El show ha comenzado confirmando que los candidatos a ganar el Mundial -Italia, Inglaterra, Brasil, Argentina, Francia y Alemania- gozan de buena salud y que no tienen ninguna intención de incluir a nuevos afiliados al selecto G-6. (Grupo de los 6).
Holanda, la República Checa y España son planteles mirados con desconfianza y ninguno de los favoritos de siempre quiere decidir su destino enfrentándose a una de esas naciones.

Las selecciones de África negra pasean su colorido, su potencial físico, sus atléticos cuerpos de ébano, su buena condición técnica en el manejo del balón, pero lo que más se resalta es su poco apego a lo táctico y su torpeza ofensiva, aparte de su ingenuidad. Costa de Marfil, Ghana, Angola y Togo son equipos que han demostrado tener buen juego asociado pero carecen de justeza, precisión y poder de fuego en el área contraria.

Según el Banco Mundial, ninguna de estas naciones africanas supera la media de US$ 800 dólares anuales, “per capita”, pero “el respetable” pondera su predisposición para el espectáculo, su espíritu de lucha y hasta la contagiosa alegría con que encaran sus encuentros. La gente los apoya con fervor. Al fin y al cabo es más fácil simpatizar con el dolor que con el pensamiento. “El fútbol- dice Menotti- es patrimonio de las clases bajas, pues exige solidaridad”.

Los entusiásticos asiáticos que corrieron con suerte dispar, ganó Corea del Sur y perdieron Japón e Irán, en esta primera jornada riegan la cancha con sudor, con desesperación y con fe, pero no les sobran las ideas. Darán, seguramente batalla, pero su visa en el Mundial tiene fecha límite de expiración. Ellos transportan en la mochila aquella frase del Barón de Coubertain que nadie cree: “lo importante es competir no triunfar”.

Los favoritos de siempre - a excepción de la envejecida Francia que no pasó de un magro empate con Suiza-han evacuado sus compromisos con alguno que otro susto, pero ellos saben que el riesgo es parte del negocio y mantienen las espadas afiladas para los cruces de octavos.

Acostumbrados a verse en los tramos finales de la competencia, los miembros del G-6, conocen de memoria las particularidades, fortalezas y debilidades de sus insignes socios.

Nadie ignora, por ejemplo, que cuando el partido se torna tedioso y aburre, zas: ¡gol de Alemania! De Italia se sabe que el “catenaccio” es su sello de fábrica y que mira más hacia su propio arco que al de la portería rival. Francia está lleno de héroes antiguos y a su prócer máximo, Zidane, ya se le notan las arrugas futbolísticas. De Inglaterra, se habla con respeto, pero en pasado. De Argentina, se asegura, que está enojada con la historia y solo espera que “una pulga biónica” la salve de un nuevo fracaso. Brasil, que aprobó raspando su primera asignatura frente a los duros croatas, parece una tropa de excelentes individualidades más que un colectivo organizado. No son invencibles. Su música, por el momento, gusta pero no enamora.

Todas las selecciones han disputado su primer partido, acaso el mas importante, pues el triunfo les asegura un 50% de probabilidades de clasificar a la segunda ronda, la anunciada rebelión del “si se puede”, el grito de guerra de los llamados equipos chicos aun retumba en las gradas de los estadios germanos.

A los grandes los mima, por ahora, la historia, la fortuna y los árbitros pero entre ellos se miran de reojo, con desconfianza, y nadie se atreve a asegurar, para qué seleccionados saldrá el sol el próximo 9 de julio, cuando en el estadio Olímpico de Berlín (el mismo que diseñó para Hitler el arquitecto Albert Speer), se dispute la final de la Copa del Mundo de Fútbol Alemania 2006.